Francisco Herrera
El derecho de respuesta es conquista. Un derecho, viagra digámoslo así, nurse por el que los revolucionarios de 1789, “completaban” su Déclaration des droits de l´homme et du citoyen, Francia ya entonces bajo régimen napoleónico, entre finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve. Han pasado más de doscientos años, ha llovido mucho sobre la republicana tierra francesa. Hoy, los abusos de los dueños de la prensa de entonces para con alguno o algunos de los ciudadanos han quedado como mancha negra en la historia de Francia.
Hoy el reclamo del respeto de ese derecho es solamente último y extremo recurso, muy raro y casi extravagante. Hoy, lo ordinario (para no decir banal), cuando a usted le parece que en alguna medida su imagen ante los demás en la sociedad ha sido puesta en entredicho por algún irreflexivo periodista de algún periódico (Le Monde, por ejemplo), y si usted personalmente escribe al periódico protestando por ese agravio a su honorabilidad o a su crédito profesional, de inmediato la mesa de redacción del periódico decide publicar su misiva – íntegra –, apenas precedida de una corta introducción recordando a qué nota o columna se refiere su reclamo.
Ha llovido mucho también sobre la tierra salvadoreña. Sin embargo, uno constata, hoy, faltándole apenas a nuestra república una decena de años para cumplir dos siglos de vida (1824), resistencia manifiesta a acceder al reclamo de, ni más ni menos, el presidente de uno de los tres órganos del Estado salvadoreño, quien formalmente le exige a un reconocido periódico de cobertura nacional que se le respete su derecho de respuesta ante lo que él considera persistentes alusiones lesivas a su honor y a su función. Derecho de respuesta, recordémoslo, cuya protección está expresamente garantizada en nuestra Constitución (art. 6).
Y no solo resistencia, sino además: mofa y repetidas ironías de mal gusto casi a diario durante las últimas semanas, refirámonos a este respecto solamente a las dos columnas firmadas por dos periodistas “de la casa” este recién pasado domingo 14, hace tres días.
¡Qué lástima!, piensa uno. ¿En nombre de qué esa resistencia a acceder al reclamo de uno de nuestros más altos funcionarios, más allá de lo que justifique o no justifique, él como ciudadano de este país, respecto de algún mal avenido o bien avenido negocio? De eso, piensa uno (justificarse o no justificarse) que se encargue la ley, y sólo la ley. No un medio de prensa. Recordemos, si acaso en ese medio alguien lo ignorase: en nuestra república todo funcionario público al final de su mandato debe someterse a estricto finiquito.
¿Politiquería entonces, desde una venerable mesa de redacción?; ¿o ”campaña sucia” con intención de inducir en los (e)lectores quién sabe qué dudas sobre la honorabilidad del presidente de nuestro órgano legislativo con el fin último de dañar al partido político al que él pertenece, ello en plena “pre” campaña electoral? Preferible no pensarlo. Y conveniente no decirlo. Pero si así fuera, pues hombre, que la ley se aplique y pese.
El periodismo, aquí y en cualquier parte del mundo actual es, debe ser, debería ser siempre profesión dignificante. Y quizá, más que profesión: misión sagrada en la sociedad. Cuidándose día tras día de su peor enemigo: la media verdad, el lenguaje inductivo, la ironía fácil, el humor chabacano. Mentir en periodismo es torcer los hechos, tergiversar la palabra del otro, más grave aún si ésta es palabra de un funcionario de la república.
Son sus lectores que hacen excelente y respetable la labor social de todo periódico, no sus dueños o los empleados de éstos; nos referimos esencialmente a su sección informativa y editorial –mucho menos (¡mucho menos!) a su sección comercial publicitaria. Esa excelencia no le viene dada por el hecho de autorreclamarse “independiente”, atributo que no existe y nunca ha existido en ninguna parte. Pero sí existe, aunque rara, la fiabilidad; y la fiabilidad viene dada por la calidad de su trabajo, informativo o investigativo. Por el rigor en la casi siempre compleja búsqueda del máximo grado de objetividad por parte de sus periodistas, si bien éstos casi siempre trabajan bajo presión del reloj. Sabemos que una sola palabra, de este lado o del otro (¡así está hoy por hoy nuestra cultura general!) puede herir la dignidad de un ciudadano. Como puede, también, elevarlo espiritualmente…
Llama la atención en estos momentos la insistencia por parte de voceros de los medios salvadoreños (escritos y audiovisuales) en la noción libertad de expresión. Queremos decir, la insistencia en aplicarse, ellos solos esa noción.
Si virtud es esa noción, es sobre todo, debe ser, virtud compartida. De este lado el medio, de este otro el ciudadano. Cualquier ciudadano, todos los ciudadanos, sean panzoncitos o esbeltos, sean jiludos o colochitos, sanos o discapacitados, letrados o analfabetos… todos con iguales derechos, los naturales y los civiles.
Acceder al reclamo del actual presidente de nuestro órgano legislativo es, debería ser, por parte del periódico en cuestión, digámoslo así: emparejar la noción libertad de expresión en nuestro país.
Escribió un célebre pensador, hará un siglo: Nul ne possede d´autre droit que celui de toujours faire son devoir (A. Comte). O sea, todo derecho obliga a un deber, y viceversa. De ahí la siguiente traducción, exageradamente libre en lenguaje salvadoreño, y muy coloquial pero no inexacta en cuanto a su esencia: Te pido que me dejés ejercer mi derecho de cumplir con mi deber ante nuestros ciudadanos, lectores tuyos. Es lo que a nuestro entender está reclamando el susodicho señor, nada más. Pero nada menos. Contribuyamos juntos, parece decir en su reclamo, a superar el uso unilateral de la libertad de expresión en nuestro país. En buena lid, por qué no.