José M. Tojeira
El pensamiento obrero, look normalmente manifestado masivamente el primero de mayo, cure reclama siempre los derechos del trabajador. Otros pensamientos, económicos, filosóficos o teológicos insisten en la prioridad del trabajo sobre el capital. En particular la Doctrina Social de la Iglesia Católica es muy clara al respecto. El papa Juan Pablo II decía taxativamente que se debe ante todo recordar “un principio enseñado siempre por la Iglesia. Es el principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital»” (Laborem exercens 12). Y precisamente porque el trabajo es siempre la fuente de capital, todo trabajador tiene derecho a tener propiedad privada. Los bienes creados, en el pensamiento católico, tienen un destino universal. Y para la Iglesia la mejor manera de llegar a ese destino es teniendo todos suficiente propiedad personal como para garantizar tanto el disfrute de los bienes como el desarrollo humano personal. Algunos de estos bienes en sociedades complejas, como la salud o la educación, es necesario que sean socializados para que todos y cada uno puedan tener acceso adecuado a ellos.
Frente a esta temática, brevemente expuesta, llama la atención el hecho de que en El Salvador, el día primero de Mayo, apenas se hayan reivindicado los derechos del trabajo. Que no se reclame frente a lo radicalmente injusta que es la ley del salario mínimo llama poderosamente la atención. Que no se exija una lucha más frontal contra la pobreza y una solidaridad más acentuada no como principio opcional, sino como exigencia plasmada en leyes, choca con la realidad de El Salvador. Vivimos en un país con un 40% de personas viviendo en la pobreza. La violencia tiene sus raíces, entre otras causas, en la profunda e hiriente desigualdad e irresponsabilidad social. Cuando los liderazgos económicos y políticos no insisten ni caminan adecuadamente hacia la justicia social, se producen rupturas de la cohesión entre personas y grupos que tienden a generar diversas formas de violencia. Una clase obrera organizada debía tener esto muy claro y mantener una exigencia y reivindicación radical en pro de una solidaridad adecuadamente plasmada en las estructuras socioeconómicas y de protección social.
Frente a esto, lo que se ha podido observar este primero de Mayo ha sido un movimiento obrero profundamente disperso y dividido. Un sector del mismo más preocupado por temas políticos y otro más movido por intereses gremiales. Frente a problemas comunes los trabajadores organizados han caído en la dispersión con todo lo que la misma significa: Debilidad frente a la permanencia en la pobreza y la injusticia social, nula incidencia frente a la multiplicación de la violencia, falta de perspectivas y esperanzas, contribución al descenso de la confianza ciudadana en el futuro. El liderazgo que el movimiento obrero organizado debería tener en El Salvador para el bien de nuestro país, está como dormido o al menos distraído en intereses de los que antes se solían llamar pequeño burgueses. Y lo que es peor, el movimiento obrero se ha olvidado en buena proporción de los problemas de los más pobres. Enaltecer a Monseñor Romero como adalid de las causas sociales de El Salvador y no enfrentar adecuadamente los serios problemas del país no deja de ser una forma de hipocresía o, al menos, de ingenuidad e ignorancia. Renovar la reivindicación en favor de quienes trabajan y ganan el pan y la tortilla con el sudor de su frente, tener claridad de los intereses comunes, presionar en favor de una mayor inversión en todos y cada uno de los trabajadores del país, son tareas pendientes y urgentes al mismo tiempo.
Hemos celebrado el primero de mayor poco después de que la Asamblea Legislativa fuera incapaz de ratificar el derecho constitucional al agua. Y todos sabemos que prácticamente la mitad de la población salvadoreña tiene serios problemas en su acceso al agua. Cuando los políticos, cegados por sus intereses y divisiones son incapaces de responderle al pueblo, es la sociedad civil, la sociedad de los ciudadanos conscientes la que debe responder, exigir, forzar la marcha de la historia. Y la clase trabajadora organizada, representantes por excelencia de los principales productores de esa riqueza mal repartida en El Salvador, son una parte fundamental, o deberían serlo, de la sociedad civil. Pero en nuestra tierra estamos demasiado acostumbrados por la fuerza propagandística de unos cuantos ricachones a pensar que la sociedad civil sólo está compuesta por quienes tienen títulos universitarios, dinero o capacidad de salir en los medios de comunicación. Un craso error que con frecuencia paraliza a las fuerzas sociales más positivas de nuestros países. Pues la sociedad civil sólo podrá tener liderazgo cuando la conciencia social adquiera fuerza y vigor en la mayoría de los ciudadanos salvadoreños. Y para ello, los trabajadores organizados, críticos y con un pensamiento nacional claro, son indispensables. No se vio ese sector en el primero de Mayo. Ojalá que las distracciones que todo grupo social puede tener, no impidan durante más tiempo al movimiento obrero y campesino ser uno de los motores principales de las transformaciones que necesita el país. Transformaciones que sin destruir a lo que habitualmente llamamos capital, den verdadera prioridad y dignidad al trabajo en nuestra tierra.