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Derribando Muros

Guido Castro Duarte

La toma de posesión del presidente norteamericano Donald Trump, ha generado preocupación entre las personas que permanecen de forma ilegal en territorio de los Estado Unidos, ya que el mandatario anunció, desde su campaña electoral, la deportación de muchas de estas personas a sus países de origen, particularmente aquellos, que desde su perspectiva, representan una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos.

Eso implica que podrían regresar, en el corto plazo, cerca de un cuarto de millón de emigrantes salvadoreños ilegales y con antecedentes penales. Esto sería catastrófico para la economía y la seguridad salvadoreña.

En la antigüedad, las ciudades y los reinos levantaban grandes murallas para defenderse de sus agresores, lo que provocaba, cuando eran atacados, largos sitios para provocar su rendición y posterior saqueo. Hace miles de años, el Imperio Chino levantó una histórica muralla para detener las invasiones de los mongoles.

Israel ha levantado un muro para desarrollar un estricto control de ingreso de palestinos, con buenos resultados. Este es el ejemplo que utiliza Trump para justificar la conclusión de un muro cuya construcción se inició en el gobierno de Bill Clinton.

Históricamente, los gobernantes buscan siempre culpables a los grandes problemas nacionales. Para Trump, los miembros de los grupos terroristas islámicos y los latinos, especialmente los mexicanos, son las amenazas más graves a la seguridad de los Estados Unidos.

Nieto de emigrantes y ex miembro del temido Ku Klux Klan, detenido en su juventud por causar desórdenes, Trump padece de un narcisismo patológico que le genera odio y animadversión contra los extranjeros.

Pero quizás lo más grave, son las murallas que el nuevo presidente pretende levantar entre Estados Unidos y sus tradicionales socios y aliados, como los países europeos y China continental.

Su actitud lo puede lleve a atacar Corea del Norte e Irán, y así tratar de mantener la cuasi hegemonía del poder nuclear con Rusia, y favorecer a los señores de la guerra, que desde hace algún tiempo, están pujando por el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Pretender aislarse de sus aliados tradicionales puede ser un peligroso suicidio político para Trump.

El gobierno salvadoreño no deja de preocuparse por las consecuencias de una deportación masiva que no puede manejar y que afectaría la endeble economía salvadoreña, ya que dependemos de los más de cinco mil millones de dólares con los que los pobres sostienen al país.

Pero antes de preocuparnos por el muro que quiere concluir el presidente norteamericano, se vuelve necesario que la sociedad salvadoreña derribe las murallas sociales que la oligarquía y sus soba levas, históricamente ha levantado entre los salvadoreños, lo que provoca, por el lado de la minoría más pudiente, un desprecio aberrante hacia los más pobres, y por parte de estos, un sentimiento de inferioridad con relación a la oligarquía y sus igualados, y, en el peor de los casos, un sentimiento de odio hacia los que más tienen.

La sociedad salvadoreña no ha logrado consolidar una clase media, ya que desde la firma del Acuerdo de Chapultepec, se fueron destruyendo los medios de producción que generan mayor valor agregado, desarrollando una economía especulativa, donde el sector financiero y los comerciantes son los grandes beneficiados.

La gente que tiene la suerte de gozar de un empleo remunerado, por lo menos, con el llamado salario mínimo, por lo regular no es capaz de llenar todas sus necesidades familiares básicas.

El recordado Presidente argentino General Juan Domingo Perón, afirmó que el salario mínimo tenía que ser equivalente a lo que el trabajador gasta mensualmente, y de forma sarcástica afirmaba que el capitalismo le había ganado al comunismo en su intención de hacernos a todos iguales, porque nos había convertido a todos en pobres.

Esta realidad provoca que, la mayoría de familias salvadoreñas, sobrevivan en condiciones precarias de vida, sin dejar de mencionar los deficientes servicios públicos que adolecen de grandes carencias debido a los enormes niveles de elusión y evasión fiscal de las grandes empresas que, mediante ardides jurídicos, logran ocultar sus jugosas ganancias a los paraísos fiscales.

Si no luchamos por derribar las murallas sociales en nuestra sociedad, no tenemos la solvencia moral de preocuparnos por los muros que otros están levantando.

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