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Descansar de la vida. Por Wilfredo Arriola

Wilfredo Arriola

Me paro sobre este lugar donde camino, es de noche y la gente ha vuelto metódicamente a su hogar, a su casa, o a su lugar de estar. No sé a cuál de todas, cada quién vuelve adonde lo esperan y hay veces que no nos espera nadie, y quizá es esa una de las formas más difíciles de volver, abrir la puerta y que te reciba otra parte de la calle.

Por suerte, muchas veces nos han esperado y nos siguen esperando adonde podemos descansar de la vida, hay personas que son un lugar adonde volver, adonde decir con férrea voz: ¡necesito que hablemos! y, que no te respondan sí, sino, ya lo sé… Nada escapa a la mirada de Dios, dicta el libro de hebreos, nada. Siempre hay algo que contar y si no lo hay, todavía no hay alguien que lo consideremos digno de saberlo. Volver a casa es también volver al origen, un lugar seguro y también temido. No hay lugar más sensato que el momento de los espejos, nos dicen la verdad, y nada más que la verdad, ese sostener la mirada y verificar el indestructible paso del tiempo. Descansar es detenerse, mirar alrededor y detallar en lo hecho y por hacer, pensar en los libros pendientes, fijar la cita postergada con el tiempo, tomar la decisión de retomar lo dejado, por fin, emprender el viaje soñado, dejar las excusas a un lado, detenerse es quedar en el centro, ahí nos asalta el temor de descubrir que ese centro puede ser lo deseado o no lo suficiente, que falta mucho por hacer.

Continúo mi camino, veo las luces, algunas tenues, otras apagadas, otras sobrias sin nada que alumbrar, las calles solas, los que esperan descansan de lo suyo, se perderán en el mundo de las redes y se ocultaran de aquello que aún no sabemos descifrar, otros duermen para huir de la vida y no sentirse con la responsabilidad de lo que hay que concretar. Llego al lugar de siempre y siempre es otro, otra cama, otro espacio porque uno también lo es, porque uno estrena mirada siempre después de una perdida, siempre después de un duelo. La vida es perder algo, tiempo, amigos, fechas, lugares, canciones que ya no saben igual, espacios que dejan de ser lo que son, sillas que ya no soportan los cuerpos que alguna vez albergaron, mañanas que prometen otras cosas, diferentes, como uno cada día.

 

Descansar de la vida, es dejar la vida. En todos dejamos algo, algo se queda en nuestro trabajo, en los estudios, en las conversaciones que fueron determinantes para continuar aquellos proyectos que ya no están, pero sucedieron, aunque sea para el fracaso. «A veces,
al doblar una esquina o al cruzar una calle,/me ha llegado,/no sé de dónde,/una racha de felicidad. /La he recibido con humildad y agradecimiento,/y no he tratado de explicármela,/porque sé que a todos nos sobran los motivos de tristeza”, comenta Borges, mientras caminamos por las calles y es, a su vez una forma explicita de la realidad.

No todos tenemos en quién descansar, algunos se han ido, otros se pierden en lo suyo, que está bien. La felicidad siempre se encuentra en las formas desinteresadas del tiempo, el que surge sin pedirlo y el que está a pesar de los apesares. A su momento los lugares seguros, resuelven con terminarse, los números ya no contestan, las sillas ya no sostienen esos cuerpos, las risas se convierten en silencios y los consejos se vuelven parte de un discurso que se ha terminado, surge a solas como la conciencia.  Uno cambien deja de serlo y los lugares para descansar se vuelven otros que sin duda, es el curso natural de la vida, ser barcos que van moviéndose de puerto en puerto adonde poder descansar. Los que aun están, que alivio saber que contamos con ellos, que alivio saberse uno, un lugar también para los otros, y los que carecen de ello, es tiempo de revisar sus espejos…

 

 

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