Jesús Alfonso Flórez López
(Tomado de Agenda Latinoamericana)
Entre la segunda y tercera década del siglo presente se ha estado conmemorando el bicentenario de la independencia de muchos de los países latinoamericanos respecto al centro hispano lusitano, lo cual se ha tornado en oportunidad para avanzar en la reflexión sobre los procesos de descolonización, pues si bien es cierto que se hizo una ruptura con las respectivas coronas, la posterior creación y consolidación de las repúblicas ha estado marcada por una continuidad en el proyecto colonial.
Los pueblos indígenas de Abya Yala son ejemplo de la resistencia a este proyecto colonial y neocolonial que ha penetrado de manera sistemática sus territorios para imponer a la fuerza el extractivismo y otras expresiones del capital, por ello el acto claro de descolonización ha sido la recuperación de tales territorios o como dice el pueblo Nasa de Colombia, se ha de hacer la “liberación de la madre tierra”, pues ésta (la madre) está secuestrada desde la colonización europea hasta el presente.
Esta recuperación y liberación de los territorios ha traído consigo la descolonización del poder dominante, por ello se han construido diversas formas de afirmación de los gobiernos propios o autonómicos como ejercicio del Derecho a la Autodeterminación.
La acción política de lucha ante los estados por el derecho a sus territorios y a la autonomía se afinca en el proceso mayor de descolonizar el pensamiento, pues la colonialidad del pasado y del presente se ha podido desplegar a partir de un sistema de pensamiento que tuvo como propósito arrasar con las cosmovisiones originarias, para lo cual el ejercicio de la descolonización ha de llegar al desmonte de esas formas de pensamiento dominante que controla el conocimiento, las artes, la visión del ser humano, de la naturaleza y del cosmos. La colonización puso en la base de este pensamiento englobante a la religión, pues no se ha de olvidar que el origen de la distribución entre España y Portugal para la invasión de Abya Yala fue un acto generado por la institución religiosa imperante mediante las bulas promulgadas por el Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) en 1493, es decir, hace 531 años.
No se trató de una alianza donde lo militar y lo político utilizó a la religión, sino que el origen de la colonización es una amalgama entre el poder político dominante y la jerarquía católica, la cual le sirvió de soporte legitimador de la invasión y genocidio, pues al final tanto los conquistadores militares y políticos, como los misioneros, estaban cumpliendo con la misión de “salvar almas”.
Ya muy avanzada la colonización en el siglo XVI el jesuita José de Acosta orientaba a los misioneros de su orden que había que hacer una “Nueva Evangelización”, pero no como la de los apóstoles que fue pacífica, sino que debía estar acompañada de fuerza militar: “Pues los bárbaros, compuestos de naturaleza como mezcla de hombre y fiera, por sus costumbres no tanto parecen hombres como monstruos humanos. De suerte que hay que entablar con ellos un trato que sea en parte humano y amable, y en parte duro y violento, mientras sea necesario, hasta que, superada su nativa fiereza, comiencen poco a poco a amansarse, disciplinarse y humanizarse”.
El propósito de la misión y la colonización fue por tanto “humanizar” a estos seres “monstruosos” mediante el amansamiento o domesticación y la disciplina, es decir, el nuevo orden, en donde la esencia de dicha labor está en la inoculación de la cosmovisión cristiana, como paradigma de humanización, para lo cual se construyeron instituciones que condujeran al adoctrinamiento y extirpación de las creencias propias que representaban el control ejercido por el enemigo de Dios, o del mundo civilizado, este es, el Diablo, con lo cual la colonización se fundó en una guerra contra este enemigo y sus secuaces los indios o pueblos originarios.
El camino de repensar el colonialismo interno en que las repúblicas de todo el continente americano sometieron a los pueblos originarios, y con ellos a quienes esclavizaron desde África, se ha hecho manifiesto a través del cuestionamiento a la dependen-cia de las formas de conocimiento y la estética que gravita en el eurocentrismo.
No obstante, es necesario ir a la raíz de este proyecto colonial que en muchas ocasiones pasa desapercibida en la crítica, pues se ha asimilado en el inconsciente colectivo como algo normal, dado que es el ambiente que codificó la cotidianidad en occi-dente, pues logró controlar el calendario a partir de la mitología cristiana, como la navidad o la pascua (Semana Santa) de fuerte arraigo hispano lusitano, que dirige el ciclo vital con la ritualidad desde que se es neonato hasta la vivencia de los tránsitos de la adolescencia, las alianzas matrimoniales y la muerte.
La descolonización del pensamiento debe llegar a revisar el paradigma antropológico que se impuso por la vía del adoctrinamiento de la catequesis, la ritualidad y la moral. Esto implicará hacer un ejercicio arqueológico para diferenciar la vida histórica del personaje en el cual se inspiraron los diversos cristianismos, dado que la cristiandad que fundamentó la colonización europea la constituyó el imperio romano, pues tampoco se ha de olvidar que la definición del núcleo dogmático cristológico lo estableció finalmente el emperador a través del primer Concilio de Nicea en el año 325.
Desde este punto de vista la descolonización del pensamiento respecto a la cristiandad es fundamentalmente un camino de re-humanización, lo cual se ha de hacer volviendo a las fuentes de los pensamientos originarios reflejados en sus narraciones milenarias, conocimientos sobre la naturaleza y la vivencia de la sacralidad, de lo contrario es vivir una suerte de esquizofrenia pues mientras se pregona la descolonización del saber, de la política, de la economía se sigue alimentando el paradigma de la cristiandad.
En la actualidad la iglesia católica se ha visto interpelada por la crítica a su acción que procede de los pueblos indígenas, la cual se puso en evidencia con mayor fuerza en 1992 con ocasión de la conmemoración del quinto centenario de la colonización. Ante lo cual se han expresado varias peticiones de perdón empezando por el papa Juan Pablo II y ratificada por Francisco. Este último convocó al Sínodo de la Amazonía, en donde en uno de sus apartes se lee: “…Frecuentemente el anuncio de Cristo se realizó en connivencia con los poderes que explotaban los recursos y oprimían a las poblaciones. En el momento presente, la Iglesia tiene la oportunidad histórica de diferenciarse de las nuevas potencias colonizadoras escuchando a los pueblos amazónicos para poder ejercer con transparencia su actividad profética. Además, la crisis socioambiental abre nuevas oportunidades para presentar a Cristo en toda su potencialidad liberadora y humanizadora”.
Este enfoque mira la connivencia de la evangelización con la colonización como algo del pasado, como si éste fuera algo muy lejano, y no se revisa a fondo lo que ha significado para los pueblos originarios mantener un esquema cristiano de corte imperial, manifestado en las propias estructuras de la institucionalidad católica que tiene hasta el rango de “Estado” (El Vaticano) con presencia trasnacional. Por ello no se considera que su organicidad es en sí misma colonial, por ello la conversión de la que se habla en este mismo documento amazónico debería llegar hasta la convicción presente en el diálogo entre Jesús y Nicodemo, en el cual se precisa que la conversión significa “nacer de nuevo”, esto significaría que si se quiere superar el colonialismo de la cristiandad, ésta debe desaparecer y recomenzar una relación en clave de las antropologías presentes en los pueblos indígenas para realizar así una Rehumanización.