ADL
-A 50 años de Salvador ALLENDE
A 50 años del desaparecimiento físico del ex presidente chileno Salvador Allende (1908-1973), ¿qué puede decirnos su figura como estadista, como político y como hombre de bien? ¿Qué lección podemos seguir aprendiendo los latinoamericanos de lo que se conoció en su momento como “la vía chilena”, “la vía pacífica hacia el socialismo”?
Estas preguntas me asaltan cuando doy de nuevo -en el marco de un aniversario más del suicidio de Allende, y del monstruoso golpe de estado chileno- con el libro “Salvador Allende, la vía chilena hacia el socialismo” (Editorial Fundamentos, Madrid, España, 1971), que mi padre adquirió en Nueva York el 28 de septiembre de 1973, diecisiete días después del bombardeo al Palacio de la Moneda, y que recoge discursos iniciales, alguna entrevista y el programa de Gobierno de la Unidad Popular (la coalición histórica que llevó al triunfo a Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970, integrada por los partidos Comunista, Socialista, Radical y Social Demócrata, el Movimiento de Acción Popular Unitaria y la Acción Independiente).
En dicho texto leemos, emocionados, el discurso inaugural (“Para qué hemos vencido”) que Allende pronunció en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, el 5 de noviembre de 1970: “De los trabajadores es la victoria. Del pueblo sufrido que soportó, por siglo y medio, bajo el nombre de Independencia, la explotación de una clase dominante incapaz de asegurar el progreso y de hecho desentendida de él. La verdad, lo sabemos todos, es que el atraso, la ignorancia, el hambre de nuestro pueblo y de todos los pueblos del tercer mundo, existen y persisten porque resultan lucrativos para unos pocos privilegiados. Pero ha llegado, por fin, el día de decir basta. Basta a la explotación económica. Basta a la desigualdad social. Basta a la opresión política. Hoy con la inspiración de los héroes de nuestra patria, nos reunimos aquí para conmemorar nuestra victoria de Chile y también para señalar el comienzo de la liberación. El pueblo al fin hecho Gobierno asume la dirección de los destinos nacionales”.
Existen dos aspectos fundamentales que caracterizaron el pensamiento de Allende y que lo distinguen a profundidad, de otras figuras de la izquierda latinoamericana: su intensa convicción democrática y su dignidad.
Hay que recordar que Allende fue candidato presidencial desde 1952, y que la contienda electoral de 1970 era la cuarta ocasión en que se presentaba a una elección por la primera magistratura de la Nación. Además, Allende había sido antes diputado, Ministro de Salubridad, y senador de la República, asimismo había presidido la Cámara Alta del Congreso entre 1966 y 1969. Por su larga vida política, había transitado por el país, de extremo a extremo, conociéndolo en su geografía humana de manera exhaustiva; y como persona, Allende, de acuerdo a sus biógrafos, poseía una simpatía y un don de gente innato, que le permitía fácilmente interactuar con distintos sectores sociales, particularmente era muy carismático con los más pobres y necesitados de su Patria, recordemos también que era médico cirujano de carrera, y virtuoso masón, que conoció y practicó durante su vida los valores de libertad, igualdad y fraternidad; así como los principios de tolerancia, laicismo y democracia que propugna la masonería en su mejor sentido.
A diferencia de los líderes de la izquierda dogmática que se terminaron envileciéndose con sus comportamientos políticos autoritarios, verticalistas y corruptos tanto nacionalmente como a nivel de la región centroamericana, Allende fue un defensor inquebrantable del credo democrático y pacifista.
Veamos lo expresado por el sociólogo y diplomático chileno Ricardo Núñez, con ocasión de la Cátedra Salvador Allende, organizada por la Universidad de El Salvador, en 2016 (“Las transformaciones socioeconómicas del Gobierno de Salvador Allende”, MINED, El Salvador, 2018): “En el año 1938, Allende escribió lo siguiente: ´Los socialistas sabemos que, por desgracia, no son muchos los países del mundo que tienen gobiernos democráticos, comprendemos los socialistas que es básico y elemental defender la democracia, no como instrumento, si no como armazón o estructura de nuestra vida nacional´. Aquí están los fundamentos de lo que él quería: un socialismo ´en democracia, pluralismo y libertad´. Sostenía con fuerza la idea que la democracia no era algo que podíamos utilizar con un mero propósito táctico. Como sabemos, para muchos sectores de la izquierda a nivel mundial se trataba estratégicamente de destruir la democracia, en tanto se la concebía erróneamente como sinónimo de dominación burguesa”.
Por otra parte, la candidatura de Allende supuso superar, aparentemente, no fáciles problemas al interior de las fuerzas progresistas del país austral, enfrascadas en luchas ideológicas y políticas. Diferencias, por cierto, que al no poderlas resolver efectivamente durante el gobierno, mediante acuerdos estratégicos, crecieron, y perjudicaron, de forma sustantiva, su accionar, ofreciendo un escenario más proclive para el sabotaje opositor.
Todos conocemos el sucio papel que jugó la democracia cristiana durante esos años difíciles para la Unidad Popular, haciendo causa común con los enemigos de Allende. No vamos a profundizar en las causas que minaron, desde el inicio, este proceso inédito en América Latina, pero conviene, al menos, plantearlas: la fuerte injerencia de los Estados Unidos, a través de la CIA, en la desestabilización del gobierno, desde que antes que éste asumiera su mandato; el boicot económico y propagandístico orquestado por las fuerzas conservadoras; el rol golpista asumido por sectores importantes al interior de las fuerzas armadas; los conflictos internos de la UP, que se tradujeron en falta de acuerdos, y burocratismos, que retardaron decisiones claves, y que, además, fueron desarticulando, desde el interior, al gobierno; y desde luego, un radical y ambicioso programa de estatizaciones y nacionalizaciones económicas, agresivo, y quizás muy audaz y poco viable para la realidad chilena de aquel momento. Unidos todos estos factores, junto a la personalidad de Allende, un demócrata, que confiaba en el estado de derecho y en el respeto a la tradición institucional de su país, fueron, en definitiva, las causas más señaladas del trágico desenlace del proceso.
Tres años duró el titánico esfuerzo del gobierno de izquierda chileno por emprender las transformaciones que se consideraban necesarias en la nación suramericana, hasta que un 11 de septiembre de 1973, la conspiración de la derecha nacional y el gobierno norteamericano, rompió el orden constitucional, perpetrando el sanguinario golpe de estado que llevó a Allende a su autoinmolación, siendo fiel a su juramento presidencial hasta sus últimos momentos.
Las palabras finales del presidente, a través de Radio Magallanes, fueron proféticas ese 11 de septiembre, cuando los militares chilenos, comandados por el genocida Augusto Pinochet, iniciaron el ataque aéreo y el posterior asalto al Palacio de la Moneda.
Lo que vino después fue desproporcional en todo sentido, no contentos con la muerte del Presidente Allende, el ejército chileno y la derecha sumergieron al país en un baño de sangre inimaginable: miles de detenidos, desaparecidos, asesinados, ejecutados, torturados y exiliados.
Allende profetizó que un día, más temprano que tarde, la democracia avanzaría en América Latina, y que, se “abrirían las amplias alamedas”, para un ser humano nuevo, constructor de un orden distinto.
Y aunque el ejemplo democrático y de dignidad de Allende, está ahí, señalando el camino, muy poca posibilidad ha tenido en América Latina la auténtica revolución socialista y democrática, por florecer en América Latina.
La lección de Allende, entonces, sigue siendo, la lección democrática y de dignidad personal y nacional. Allende fue víctima de esta doble condición, por elección propia, por legítima y decidida voluntad. Sus valores democráticos y su dignidad le hicieron defender su simbólico fuero presidencial hasta la muerte. Eran los líderes, los revolucionarios, hechos de un material muy distinto al de los falsos populismos actuales.
Siempre hemos creído que los cambios permanentes, son producto de progresivos procesos, concertados y negociados, y sobre las bases de los principios democráticos. Sus resultados, así, se vuelven sostenibles en el tiempo; lo contrario, está destinado a perecer, y muchas veces, a costa de miles y miles de vidas humanas.
Dentro del suelo salvadoreño yacen muchísimos muertos, del ayer y del ahora. Esa sangre derramada tuvo un sentido. No el sentido de quienes prostituyeron su discurso y su vida al servicio de los ídolos del poder y del dinero; sino el sentido a favor de la vida, de la esperanza, de las verdaderas transformaciones históricas.
Los escenarios de la actualidad nacional tendientes al fortalecimiento de las medidas antidemocráticas y autoritarias sólo nos conducirán tarde o temprano, a estallidos sociales que pueden evitarse, suficiente ejemplo tenemos en nuestro reciente pasado y en la historia latinoamericana.
El golpe de estado chileno de 1973 ha quedado en la memoria histórica de nuestros pueblos como un ejemplo de los excesos a los que puede llegar la intolerancia, el fanatismo, la crueldad y la ambición política. Este es un pasado que deberá servirnos, sobre todo, a las generaciones actuales y futuras para jamás volver a un escenario de terribles violaciones a los derechos humanos.
Finalizamos con las palabras del chileno Ricardo Núñez: “Ante el golpe artero que terminó con la democracia en Chile, Allende se quitó la vida en un acto de dignidad y consecuencia pocas veces visto en la época moderna. Muchos aún permanecen desaparecidos, miles llenaron la cárcel y los campos de concentración. El exilio desarraigó a cientos de familias chilenas que debieron dejar el país para salvar sus vidas. Una generación entera vio destruido sus sueños y sus esperanzas, a pesar de la valentía que significó soñar que era posible, por la vía democrática, construir una sociedad mejor, construir una sociedad socialista”.