Desde la aurora de los tiempos
Dulce María Loynaz, poeta cubana de grata recordación, escribió en su libro Poemas “Recordar es volver a vivir”, frase que acuñé y hoy evoco con mucha más fuerza al plasmar estas líneas acerca del opúsculo “Cuentos y cuentas viroleñas”, escrito por nuestro amigo psicólogo-escritor zacatecolusense Wilfredo Mármol Amaya.
Acotaré que siempre me he preguntado qué hace un psicólogo metido en la literatura y caigo en la cuenta de que son muchos los profesionales de esta rama dedicados a la tarea de emborronar cuartillas, entre ellos Sigmund Freud, autor del Psicoanálisis; la primera psicóloga graduada en la Universidad de El Salvador: Leticia Calderón de Orellana y su hija Ligia María Orellana (psicóloga y cuentista), con ello se demuestra que “no todo escritor es experto en filología”.
Debo aclarar además que las letras no son exclusividad de doctos en Lenguaje y Literatura, ahí tenemos al Historiador y cronista, Dr. Julio Alberto Domínguez Sosa, y a Ernesto Sabato (Físico Matemático), autor de la novela El Túnel, en cambio llama la atención que un gran porcentaje de “teólogos” en letras muestran fobia hacia la página en blanco.
Amar el terruño donde hemos enterrado el ombligo, pero además escudriñar la historia de ese lugar para plasmarlos en cuartillas a fin de darlas a conocer de forma impresa en el Diario Co Latino, gracias a la generosidad de su director Lic. Francisco Elías Valencia, sin olvidarse del Lic. Mauricio Vallejo Márquez (poeta y periodista), quien abre las puertas del Suplemento Cultural 3000 (reto desde hace varios años) dirigiendo cada sábado las publicaciones en el Suplemento Cultural 3000, donde Wilfredo Mármol Amaya da a conocer sus escritos, espacio que sólo el amor que le tiene a Zacatecoluca ha podido mantener contra todo viento y marea.
Cuentos y cuentas viroleñas es la recopilación, a través de la crónica periodística que Wilfredo Mármol Amaya da a conocer hoy, líneas cuyo objetivo primordial es no dejar en el olvido aquellas “cosas insignificantes” para algunos, como fechas, nombres, lugares, construcciones físicas, personajes oriundos o no de la tierra del “Tecolote”: políticos, artesanos, artistas, mercadeñas, e incluso seres humildes como el sorbetero, el barbero, el sastre… hayan espacio en la pluma de este psicólogo, “porque sólo el amor nos salva”, dice Silvio Rodríguez en una de sus tonadas.
Treinta y seis crónicas amorosas, treinta y seis opúsculos llenos de vivencias son los que tienen cabida en este volumen que se enorgullece en dar a conocer, texto importantísimo, no sólo para la historia zacatecolusense, sino para El Salvador, pues en sus más de doscientas páginas da cuenta de lo creativo que han sido cada uno de los personajes que aquí se mencionan.
Aquí se narra la llegada de los sacerdotes de origen italiano Fray Cosme Spessotto y Rufino Bugitti; no puedo obviar mencionar a los pastores evangélicos Óscar Gavidia y Gustavo Álvarez, hombres emblemáticos como nuestro afable amigo en común Prof. Roberto Monterrosa, quien fungiera como director de la Casa de la Cultura de Zacatecoluca, considerado la “época de oro” de la literatura nacional, pues durante su gestión y en medio de un conflicto armado (1975-1992) se gestaron los Juegos Florales Salvadoreños, sobresaliendo en éstos plumas de gran valor, entre ellos Miguel Ángel Chinchilla, Mario Noel Rodríguez Mejía, Otoniel Guevara, Javier Alas, Jorge Vargas Méndez, entre otros.
Y cuando hablo de personajes que han tomado cariño a la tierra viroleña sin ser oriundos de ese lugar, me refiero a Roberto Monterrosa (Fundador del Grupo Literario La Masacuata), quien nació en San
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Vicente, y a los padres italianos Bugitti y Spessotto, quienes dieron una muestra de su labor en esta tierra en favor de los pobres.
Señalaré que ser cronista de su tiempo no es de cualquiera, ya lo ha señalado Ernest Hemingway, autor del Viejo y el Mar, y Renán Alcides Orellana (periodistas, ambos) Este último le canta a la Villa del Rosario (Morazán); ello me lleva a sospechar que este opúsculo evoca un pasado lleno de nostalgia por una niñez envuelta en vivencias, simbolizadas en la estatua de José Simeón Cañas, libertador de los esclavos; las diferentes calles y avenidas, como la “calle de las cinco esquinas” puntos claves para recordar los cambios bruscos o parsimoniosos que ha tenido esta ciudad de cara a un pasado saliendo de la cenizas como el Ave Fénix, un presente con sus avatares, pero sumado a una mirada futurista con aires esperanzadores.
Cada crónica impresa en Cuentos y cuentas viroleñas se ha ido acuñando como el buen vino, es decir, la pluma de Wilfredo Mármol Amaya no ha escatimado esfuerzos con tal de escudriñar en las efemérides zacatecoluquenses rasgos de historia propias de los viroleños para que éstos las hagan suyas, las socialicen o las lean en las tertulias de familias, y por qué no decirlo, en centros escolares de la localidad.
Hombres como el Profesor Saúl Flores, Víctor Daniel Rubio, Carlos Lobato, Antonio Alfredo Herrera, Marta Sosa Molina, Cristóbal Humberto Ibarra, el pintor Camilo Minero, Juan Carlos Cárcamo, Jesús Corvera (mi amigo y colega de labores en El Diario de Hoy)… hallan espacio en este primer esfuerzo literario por sacarlos del anonimato.
“El parque nos muestra todo su esplendor, el espacio que nos vio crecer, reír y llorar, trae consigo fotografías en blanco y negro” escribe el autor; y cómo no recordar esos sitios donde Wilfredo Mármol Amaya se dio de golpes con otros cipotes que estudiaban en… evocar las escapadas de la escuela y las haladas de oreja que le hizo alguna vez su madre Carmen Mármol; o los consejos sempiternos que le diera su padre Gregorio Rigoberto Amaya Lovo, de grata recordación.
No dejaré de mencionar a Carlos Domínguez, al joven médico Wilfredo Catedral, Luis Alfredo Castellanos, Milton Doño y su primo José Mario Henríquez (integrantes del Taller Literario Simiente, entre ellos también Juan Carlos Cárcamo); Alfredo Herrera, Emilio Pineda Arévalo, César Jonathan Menjívar, Emiliano Androski Flamenco, Ixbalanqué Barrera, Reyes Gilberto Arévalo, Orlando Villegas, Francisco Cruz, José Rodolfo Ramírez, Mario Carlos Barquero, Ramón Fernando Palacios, Reinaldo Salvador Palacios, así como los jóvenes Ricardo James Cevallos y Julio Ernesto Sánchez, quienes aglutinados en el grupo Escritores de La Paz han puesto su semilla para que la cultura viroleña siga otros derroteros sin descansar.
Mármol Amaya pasa por una línea delgada de la nostalgia, y en sus trazos recuerda con nitidez algunos episodios escondidos en la mocedad de los tiempos “el pueblo reunido le rindió un fuerte y prolongado aplauso a la proeza del apreciado sacerdote (Rufino Bugitti); era la mañana del 12 de diciembre de 1968, las vivas entonadas por la población se hicieron sentir en ese día soleado, cristalino y transparente bajo el cálido cariño de la sociedad viroleña, estampa que quedó impregnada en nuestras memorias”.
Para más adelante acotar: “Recuerdo haber divisado a varios estudiantes y maestros de la “15 de septiembre” (escuela); el profesor Antonio Mendoza, maestro del tercer grado en ese entonces, y además de la joven profesora Rosita Evelia Reyes, años más tarde esposa del profesor Roberto Palomo. Mis compañeros Salvador Flores, “El Pijuyo”, el ahora pastor Bautista y doctor en Teología, Óscar Iván
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Montes, Rafael Barrera con su madre, nuestra profesora doña Marta Barrera y su señora madre doña Rosaura”.
Wilfredo Mármol Amaya, en una de sus crónicas cierra el capítulo con esta frase tallada en sus sienes, esperando que a la larga se haga realidad: “Por una Zacatecoluca digna, comprometida con las causas nobles y eternamente solidarias”.
El equipo editorial Escorpión se une a esa plegaria y exhorta a las nuevas generaciones a que luchen para que sus sueños se hagan realidad.
Que así sea.
Luis Antonio Chávez
Escritor y perdiodista