Por Mauricio Vallejo Márquez
Por las mañanas estudiaba en la primaria y por las tardes y noches estaba en salones universitarios escuchando sobre la conducta humana y psicología industrial. No siempre era así, pero era la usual. Mi mamá, Patricia Márquez, siempre tuvo tres o más empleos, a los que no le hacía el feo, se esforzaba mucho para cumplir en cada institución. Una dinámica que llevó casi desde mi nacimiento hasta que la retiraron de su último empleo, es decir unos cuarenta y tres años.
La ruta iniciaba temprano, ella daba clases en la Universidad Politécnica (UPES) o en la Universidad Tecnológica (UTEC) desde las 6:30 de la mañana, así que yo también debía madrugar para ser de los primeros en el Externado de San José, salíamos corriendo del apartamento en la colonia INPEP para llegar al estacionamiento y luego vencer las congestiones de la 25 Avenida Norte. A veces incluso no se había abierto el portón y mi mamá esperaba hasta que se descubriera para dejarme e iniciar su ruta. Al salir sabía que tendría que almorzar en algún comedor de la Universidad de El Salvador donde daba clases por la tarde. En ocasiones Rubidia Marroquín cuidaba de mí mientras ella daba clases, gracias a ella conocí a varios titiriteros que deambulaban en la UES (algunos amigos de mi papá), y en más de alguna ocasión puse a mi mamá en situaciones incómodas. Creo que tenía siete años cuando necesitaba ir al baño y escuché la indicación de ella: “los que deseen hacer una pregunta por favor solicitan el micrófono”. Así que llegué al aparato y dije: “Mamá, puedo ir al baño. Necesito hacer pupú”. Toda la clase estalló en risa. En aquella Universidad de El Salvador aprendí un poco de Monseñor Romero, Ernesto “El Ché” Guevara y Roque Dalton, e incluso de mi papá. Ahí tenían un poster con el dibujo de un niño y un texto de mi papá que aunque me esfuerzo por traer a la memoria, se me escapa. Claro en la UES se gestaba la revolución.
Conforme fui creciendo alternaba mis tiempos en casa de mis abuelos paternos y maternos, así como en las universidades. Me alimenté de las Quécos Burguers, de las clásicas tortas, la yuca frita y sancochada en bolsa con curtido y pepesca o merienda a la luz de los faroles nocturnos. Así como de mango con chile o guindas que me desajustaron la digestión en un par de ocasiones, pero que igual eran parte de los antojos. No extrañaba las tardes en casa de mis abuelos, porque lo normal para mí era andar en esos pasillos fingiendo que era estudiante universitario o un geniecito al estilo de algunos personajes de la televisión. A veces incluso me metía en otros salones para escuchar clases de ingeniería o administración. Llegué a conocer mucho de psicología a esos años, recuerdos que aún tengo y aplico. Porque además le ayudaba a mi mamá con los materiales de clase, le hacía dibujos, coloreaba diapositivas, pasaba notas y ayudaba en lo que ella necesitara. En esos momentos me parecía aquello normal, tan esencial como la existencia. Sin embargo, poco a poco fue entendiendo el trasfondo de aquella vida que mi mamá mantenía con tanta intensidad desde la madrugada hasta la noche. Porque al llegar a casa la jornada no terminaba, iniciaban las preparaciones de clases, las calificadas, etcétera. Mi mamá definitivamente siempre ha sido muy trabajadora.
Después cuando ingresó a la Academia Nacional de Seguridad Pública, las jornadas también fueron intensas. Porque debía madrugar a las 3:00 de la mañana para llegar al lugar donde la esperaba el transporte que la llevaba a Comalapa, en la Paz. Eran días de mucha presión. Al final de su jornada de ocho horas se desplazaba a la UTEC para dar clases, lugar en el que a veces le acompañaba en mi adolescencia.
Siempre la vi así, enfrentando la vida. Además de esas jornadas académicas ella también se encargó de vender Biblias, queso, huevos, Nichos, cosméticos, productos del hogar y otras cosas que ahora se me han olvidado. Ahora que ya no puede ejercer la docencia y labora menos en su profesión aún se dedica a tejer (afición de su vida) y procura vender sus productos. Además de mantener vigente sus ideales y su ética en tiempos que vender ambas cosas era algo común.
Mi mamá además de enfrentar la desaparición de mi papá, la extorsión de militares y personas incorrectas que mermaron considerablemente el capital de la familia, la persecución política que nos valió discriminación y bloqueos, y el inquisitivo cáncer de lengua que se llevó el 80% de la de ella, sigue firme en la senda de la vida con ese coraje y carácter que con su ejemplo nos demostró en su clásico despertar antes de la madrugada día tras día hasta que sus fuerzas fueron mermando. Hoy que cumple 64 años este 25 de agosto estoy seguro que con la misma determinación que enfrentó el guion que le tocó de vida, seguirá desafiando lo porvenir.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000