José M. Tojeira
Cuando se detiene a personas acusadas de delitos es normal que sus nombres aparezcan en los medios de comunicación. Pero lo que no es normal es que aparezcan con fotografías e imágenes en las que se les ve en muy diversas y desiguales posiciones. Al igual que en la sociedad desigual en la que vivimos, hay también en las imágenes de los detenidos una especie de desigualdad radical. Lo mismo suele pasar con la prisión preventiva, cuando el caso pasa a instrucción. Los que pertenecen a los niveles más bajos van todos a la cárcel, o al menos muy mayoritariamente. Cuando hay poder e influencia se consigue excepcionalmente lo que debería ser la norma y no la excepción: ser juzgados en libertad.
Con respecto a las imágenes que acompañan a las detenciones, los peor tratados suelen ser los acusados de pertenecer a las maras. Los presentan medio desnudos, con frecuencia de rodillas y flanqueados de policías o militares fuertemente armados. Están después los detenidos que el régimen de gobierno considera molestos o enemigos por diversas causas. Se les suele mostrar esposados y generalmente mal encarados. Y finalmente están los protegidos por el poder, que generalmente no aparecen fotografiados en el momento de su detención y a veces ni siquiera son encarcelados cuando los jueces les ordenan prisión preventiva.
En las redes sociales el espectáculo suele ser más degradante. A los de más bajo nivel se les exhibe muertos. Y si están vivos incluso se les ha visto tendidos en el suelo, con el pie de un agente de la autoridad puesto triunfalmente sobre su espalda. Recientemente hemos visto a una sindicalista arrastrada en el suelo por policías, mientras lloraba lamentando su detención por manifestarse reclamando su salario, muy atrasado y en deuda por parte de la municipalidad en la que trabaja. De la gente importante no hay fotos. En todo caso fotografías antiguas, pero no relacionadas con el momento de la detención.
La Constitución de la República puede decir que todos somos iguales ante la ley, y los leguleyos de turno pueden repetirlo como si pronunciaran un mantra o un artículo de fe. Pero la difusión gráfica de las detenciones muestra a las claras que vivimos en una sociedad donde los considerados superiores por el poder son mejor tratados que los vistos como inferiores, independientemente de la gravedad de los crímenes cometidos.
Las imágenes que nos demuestran la desigualdad y la discriminación insolente y descarada que domina las formas de tratar a las personas acusadas de delitos, no son las expresiones más fuertes de la desigualdad. En diversos lugares de nuestra patria podemos contemplar la escandalosa desigualdad, muchas veces vecina, entre zonas profundamente deprimidas, con casas de lata y cartón, y torres de lujo en las que los apartamentos no bajan de los 200.000 dólares. En la salud y en la educación las desigualdades continúan siendo ofensivas, lo mismo que en el sistema de pensiones o en la distribución pública del acceso al agua.
Pero las fotografías humillantes (o la ausencia de imágenes entre los favorecidos por el poder) nos muestran la naturalidad con la que vivimos la desigualdad. La falta de debate sobre el problema nacional de la desigualdad está en la base del desprestigio de los políticos del pasado. Pero en la actualidad, los que se consideran nuevos políticos, continúan no solo sin tocar el tema de la desigualdad económica y social, sino alentando la discriminación en base a la idea de amigos y enemigos, y promoviendo el trato desigual en el campo de la justicia a todo aquel que por una razón u otra emita críticas al poder establecido. Y olvidan que la lucha estatal contra la desigualdad y la discriminación son las bases del desarrollo democrático y de la paz social de los países.
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