Luis Armando González
Hace un poco más de diez años inicié un ciclo de colaboración semanal en la página de Realidad Nacional del CoLatino. Creo que ha llegado el momento de cerrarlo. Las motivaciones que tuve cuando inicié esa aventura se han agotado, y tras consultarlo con mi conciencia –esa vieja amiga tan de capa caída en estos tiempos— estimo que es la decisión correcta.
Tengo la sensación de que vivimos momentos que no son buenos para la argumentación razonable, la moderación, la prudencia y sobre todo, la meditación sobre lo que la realidad –con la dureza que la caracteriza— nos indica que no podemos obviar ni ocultar.
Muchas “verdades” pujan por imponerse como la exclusiva y única verdad; el triunfalismo y el derrotismo, la honestidad y la hipocresía y la burla y la autosuficiencia, se mezclan con la mala sangre y el afán de dañar a otros, dando lugar a un ambiente enrarecido y contaminado por lo peor que hay en cada uno de nosotros.
Así las cosas, por prudencia y realismo, estimo que lo mejor es no seguir contribuyendo, con mis opiniones –que están lejos de constituir verdad alguna— al ruido prevaleciente. Espero que haya tiempos mejores para las ideas que, sin buscar ser verdades absolutas, estén animadas por el mínimo respeto a las reglas de argumentación racional y por el principio socrático según el cual sabio es aquel que es consciente no de cuánto sabe, sino de lo mucho que ignora, es decir, que sabe que no sabe nada.
Esta despedida no tiene el propósito de aleccionar a nadie o de mandar algún mensaje sobre la “dignidad intelectual” o sandeces semejantes. Tampoco soy tan tonto como para creer que la “cultura nacional” va a extrañar mis líneas semanales. Pues no: a la cultura nacional –en su riqueza y en su pobreza— no le ha sucedido nada con mis opiniones ni le sucederá nada en ausencia de ellas. ¿Entonces por qué esta despedida pública?
sencillamente, por respeto y agradecimiento –otras dos virtudes (viejas amigas) que la pasan mal en estos días— que me merecen, primero, los lectores del CoLatino –entre quienes se cuentan entrañables amigos y amigas— que han dedicado parte de su tiempo para dar una mirada a mis historias. No son ni miles ni cientos de personas, pero su calidad humana es más importante que su número.
Y, en segundo a lugar, a Francisco Elías Valencia, quien generosamente me ofreció un espacio en el periódico, en unos momentos críticos para mí. Su amistad es una de las cosas buenas –hay otras por supuesto— que me deja este ciclo de “analista político” –como, contra mi gusto, he sido calificado— iniciado en 2008.
Finalizo esta nota de despedida compartiendo con los lectores del CoLatino algunas ideas de la tradición filosófica griega (siglos VI-IV a. de C.), que son parte de la sabiduría acumulada por los seres humanos y a la cual es oportuno volver en épocas confusas como la presente.
Primero, algo de Diógenes de Sínope, apodado “el Perro”:
“El insulto deshonra a quien los infiere, no a quien lo recibe”.
“La sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de adorno a los ricos”.
“Callando es como se aprende a oír, escuchando es como se aprende a hablar; después, hablando, se aprende a callar”.
“Cuando veo a los gobernantes, a los físicos y a los filósofos que tiene el mundo, me siento tentado a creer que, por su sabiduría, el hombre se encuentra por encima de las bestias. Pero cuando, por otro lado, observo a los agoreros, a los intérpretes de sueños y a los que se creen grandes por tener honores y riquezas, no puedo evitar pensar que el hombre es el más idiota de los animales”.
De Parménides, transcribo esto:
“Lo que está en cualquier momento en los engañosos órganos de los sentidos, eso les parece a los hombres conocimiento genuino, pues tienen por lo mismo la mente intelectual del hombre y la cambiante naturaleza de sus órganos de los sentidos.
Llaman “pensamiento” a lo que prevalece de este embrollo en todos y cada uno de los hombres”.
“No permitas que la experiencia
Y la rutina se te impongan. Y no dejes errar tus ciegos ojos o tus sordos oídos, ni siquiera tu lengua, por esa vía”.
“Pues nunca podrás conocer lo que no existe verdaderamente,
Ni podrás siquiera describirlo…”.
Y de Jenófanes, esta pieza es imprescindible:
“Mas por lo que respecta a la verdad cierta, nadie la ha conocido.
Ni la conocerá; ni acerca de los Dioses ni siquiera de todas las cosas de las que hablo.
Y aunque por casualidad expresase
la verdad perfecta, ni él mismo lo sabría; pues todo no es sino una maraña de sospechas”.
“Los dioses no nos revelaron desde el principio
todas las cosas; sino que con el transcurso del tiempo
podemos aprender investigando y conocer las cosas.
Esto, como bien podremos conjeturar, se asemeja a la verdad”.
Por último, esto de Aristóteles:
“En toda cuantidad continua y divisible, pueden distinguirse tres cosas: primero el más; después el menos y en fin, lo igual; y estas distinciones pueden hacerse o con relación al objeto mismo, o con relación a nosotros. Lo igual es una especie de término intermedio entre el exceso y el defecto, entre lo más y lo menos. El medio, cuando se trata de una cosa, es el punto que se encuentra a igual distancia de las dos extremidades, el cual es uno y el mismo en todos los casos. Pero cuando se trata del hombre, cuando se trata de nosotros, el medio es lo que no peca, ni por exceso, ni por defecto; y esta medida igual está muy distante de ser una ni la misma para todos los hombres”.