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Despojo y marginación

Por Guido Castro Duarte

El mercantilismo y sus serviles seguidores o idólatras, sick   basan la mayor acumulación de riqueza en el despojo que realizan de los verdaderos propietarios de la misma, sovaldi para después, tratarlos como marginados, o como ciudadanos de segunda o tercera categoría.

El despojo se realiza siempre por medio ilícitos: explotación, engaños, manipulación de la Ley, abusos notariales y registrales, matonería, abandono, ahorcamiento económico, usurpación de  tierras, calumnia y difamación, entre otros medios.

A los seguidores del mercantilismo no les basta despojar de sus bienes a sus legítimos titulares (propiedades, salarios, derechos, etc.), sino que después de destruirlos, los declaran como lumpen, como marginados despreciables, y empiezan a denigrarlos a diestra y siniestra para justificar sus acciones. No importa que sean obreros, profesionales, agricultores de larga data, padres de familia y esposos responsables, lo importante es difamarlos para que no tengan la capacidad moral de reclamar sus derechos, para que no se atrevan a competir contra los “señores feudales” y sus sirvientes.

El mercantilismo y su aparato de represión deben ser vencidos por la ciudadanía, por el soberano,  que ha sido víctima históricamente de sus mañas, trampas, privilegios y favores concedidos por el sistema imperante.

La justicia y el derecho deben imponerse, y deben clausurarse tantos amaños que permiten manipular la justicia en contra de quienes actúan de buena fe, o contra los que no son capaces de defenderse por su propia cuenta y medios, o porque están convencidos de que realmente son marginados y que no poseen ningún derecho.

Pero en tras toda esa depredación social, existe un trasfondo moral: la pérdida de valores que lleva a que se sobrepongan la avaricia y el irrespeto a la dignidad de la persona humana, que lleva a hermanos, cónyuges e hijos a atentar contra su propia sangre.

El sistema mercantilista permite la existencia de una red de privilegios y favores que alcanza todas las esferas de la vida nacional: oficinas de gobierno, abogados, bancos, juzgados, diputados, gremiales empresariales, sindicatos, clubes sociales, logias y cualquier tipo de conglomerado humano.

El imperio de la Ley y la justicia son quimeras, son simples aspiraciones, un deber ser que está lejano de dominar la realidad.

Actualmente en nuestra sociedad, si alguien pretenden alcanzar o ejercer los derechos consagrados en la Constitución, se vuelve necesario, esencial, tener un padrino, un “sacador”, un “conecte”, o dar una “mordida”. Nadie se salva de esto.

Miles de víctimas son testigos mudos de esa realidad, sin embargo, muchas personas viven con la esperanza que un día brille la verdad y se imponga la justicia. Muchos mueren con esa ilusión, y así murieron sus padres y abuelos, y seguramente lo harán sus hijos.

Cuando a los depredadores mercantilistas se les insinúa justicia o se les obliga a cumplir o devolver parte de lo robado, se rasgan las vestiduras, alegan que sus derechos son violentados, descalifican como “chusma” a los que buscan justicia, que sus reclamos son excesivos, o contestan dichas demandas ofreciendo migajas, imponiendo condiciones denigrantes en medio de grandes lamentos. Pareciera que se les acalambra el alma y la mano cuando tienen que devolver lo que han arrebatado a sus legítimos propietarios.

Hay que romper definitivamente con este sistema y obligar a los que se han enriquecido ilícitamente a devolver lo despojado, restituir y recompensar a las víctimas, hay que redistribuir la riqueza de tal manera que nadie viva o se considere marginado. Es necesario devolver la dignidad a la persona humana.

No es posible que en pleno Siglo XXI existan analfabetas prácticos, niños desnutridos o enfermedades medioevales matando a nuestros infantes.

Ninguna mujer puede considerarse abandonada ni humillada, ningún trabajador honrado puede ganar debajo de la canasta básica real, la salud, educación y seguridad de calidad deben abarcar a todos los pobladores de la Nación, nadie puede gozar de privilegios, todos somos iguales ante la Ley, nadie puede considerarse más que nadie. La justicia debe brillar meridianamente para todos.

Este sueño solo lo puede hacer realidad un nuevo liderazgo político que surja del mismo pueblo, de los municipios, de las comunidades, debe romperse la dictadura de la partidocracia para hacer brillar un nuevo amanecer para todos en El Salvador, un futuro prometedor para todos.

   

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