Jorge Vargas Méndez
Un enorme vitral con diversas tonalidades, polícromo de extremo a extremo: con rojos encendidos como la sangre, con verdes tornasolados como trémulas arboledas, con anaranjados gozosos como tardes costeras, con azules prodigiosos como el celaje veraniego de la ciudad añorada y hasta con tonalidades grises como los lamentos de la patria dispersa. Así podría describirse rápida y sucintamente el libro Despojos de la locura de Alfonso Velis Tobar (Taller Literario “Alfonso Hernández” El Salvador-Canadá, 2019). Pero es necesario decir algo más.
Alfonso Velis Tobar (1949) incursiona en la literatura salvadoreña a finales de los años setenta (s.XX), pero ya para comienzos del siguiente decenio su sitio en el ámbito literario es claramente reconocido: “Narrativa y crítica literaria animan sus preferencias” (Gallegos Valdés, 1981). Tres años después se gradúa como licenciado en letras en la Universidad de El Salvador (UES, 1984), formación académica que continúa más tarde en la Universidad de Carleton, Ottawa, Canadá, donde obtiene una Maestría en Literatura Hispanoamericana e Historiografía Literaria. Fue integrante del conocido grupo literario “Cinconegritos”, el cual publicó un suplemento literario-cultural en Diario El Mundo entre 1984-1986 y donde faenó con colegas como Matilde Elena López (1919-2010), Miguel Ángel Chinchilla (1956), Salvador Juárez (1946-2019), Rafael Mendoza (1943), Joaquín Meza (1956), y otros más de igual importancia.
De modo que hablar de Alfonso Velis Tobar es aludir a una voz de largo rodaje en los viaductos académicos y literarios, no se trata de una voz improvisada. Y es de ese caudal y de la propia vivencia personal y social que extrae el leitmotiv de sus poemas a veces cual filoso cuchillo de obsidiana o flor polinizada. Tras un acucioso prólogo escrito por el Dr. Rafael Lara Martínez (1952), el volumen Despojos de la locura da paso a un apartado titulado “Herbario de tinieblas”, donde se ubican seis poemas de regular extensión. Y es aquí donde comienza el ritual poético: “¡Oh! ¿Quién fuera pájaro volando?// ¡Para volar despreocupado por la vida! // Entre rituales los abismos del caos // (Oigo estruendos de mortíferos misiles) // Los magnates se disputan el planeta…” (Despojos de signos malignos).
Con versos de similar tesitura, pero esta vez desde el yo poético, en el poema “¡Huellas del tiempo!” alude al encuentro con su pareja, al vínculo familiar, a la llegada de los vástagos que serán sus huellas, y pese a ello sentencia: “(…) ¡Nada quedará ni la tierra misma!/ ¡Pues todo será borrado!/ ¡El mañana es incierto!”. Al respecto conviene señalar que a diferencia de la literatura que predominó en El Salvador hasta mediados del siglo XX, con el surgimiento y desarrollo de la literatura comprometida la figura femenina se vuelve cada vez menos cosificada, menos objeto sexual de contemplación y pasa a ocupar el papel de compañera del hombre para enfrentar en pareja los desafíos de la vida, aunque “El mañana es incierto”.
Y es que el libro en su conjunto es una epopeya donde confluyen tanto las víctimas del despojo histórico como los victimarios o perpetradores del crimen, la fuente misma de la locura, tejiéndose así una realidad social, económica y política que se antoja eviterna y de la cual el poeta no puede escapar. Por eso oficia su ritual, se hace de yerbas aromáticas y su báculo, y canta para sus congéneres o compatriotas una tonada íntima y al mismo tiempo colectiva aunque la otredad no la sepa, la calle o premeditadamente la condene al olvido. Esa sucesión histórica se percibe en el poema “Tañen los fantasmas del pasado”, en el que se ubica el punto de partida o la punta de la flecha ancestral que atraviesa todo el libro, el cual ciertamente no está estructurado en orden histórico-cronológico sino a partir de las prioridades temáticas, las necesidades expresivas del autor o los criterios de edición. Y así inicia su cantata en el poema aludido:“Alma indígena de luto masacrado // Se levantó por entonces al invasor // En aquel tiempo niños y jóvenes viejos vestidos // Con penachos de plumas valientes guerrearon // Para entonces las flechas oscurecieron el cielo // Ríos de sangre corrieron por esta tierra // Hemos vivido las tragedias de la historia (…)” De esa manera, el sujeto lírico evoca aquellos días de junio de 1524, cuando tras penetrar el actual territorio salvadoreño el conquistador se enfrenta a las huestes ancestrales en la gran batalla de Acaxual (hoy Acajutla). El mismo Pedro de Alvarado recordaría esa sangrienta acometida a finales del mes siguiente, al redactar la segunda Carta de Relación a Hernán Cortés: “(…) Y siguiendo mi propósito que era el de calar dichas cien leguas, me partí a otro pueblo que se dice Acaxual, donde bate la mar del sur, en él ya que llegaba a media legua de dicho pueblo vi los campos llenos de gente de él, con sus plumajes y divisas y con sus armas ofensivas y defensivas en mitad de un llano que me estaban esperando (…) Aquí en este reencuentro me hirieron muchos españoles y a mí con ellos, que me dieron un flechazo que me pasaron la pierna y entró la flecha por la silla, de la cual herida quedé lisiado, que me quedó la pierna más corta que otra bien cuatro dedos (…)”.
Casi cinco siglos después el yo lírico rememora aquella avanzada de exterminio, explotación y sometimiento contra los pueblos originarios, pero obligado va más allá cuando por momentos relaciona aquel sangriento episodio histórico con la realidad contemporánea de la que el autor fue protagonista directo e indirecto en las contiendas de la denominada Guerra Fría, es decir, establece un parangón a partir de dos períodos distantes entre sí pero que se asemejan por la barbarie y el genocidio igualmente ordenados desde el poder de los imperios. Y así, al concluir el poema, se lee: “(…) Y los ciegos ojos ansiando oro y plata // A engaño de mercerías espejitos y baratijas // Y las espaldas sucumbidas en desolación // En los túneles la barbarie la mina del horror // El Lienzo de Tlaxcala pregona de testimonios // Lo cuentan las voces de los vencidos // Desde el maravilloso Pájaro “Quetzal” // Símbolo mítico de nuestra libertad // Aquellos que allanaron de violencia estas tierras // No pudiendo destruir lo cósmico lo sagrado // Desde entonces hasta hoy se arrastran estos males // A guerra fría el sometimiento del imperio // Engendrados a carne cruda los huesos // De una vieja raza hasta hoy allanada // Las cicatrices aquejan nuestra historia”.
Los tres poemas restantes complementan el primer apartado y en ellos a manera de péndulo se alterna el yo poético con el yo lírico. Son tres lunas cayendo sobre un territorio herido, acaso moribundo, pero que desde su eviterna rebeldía se resiste a sucumbir. Alternándose en el devenir histórico cada poema es una crónica propia y compartida en los cuales el sujeto lírico interroga: “¿Cuándo serás feliz un día Patria mía?”; sentencia: “¡Jamás mi pueblo ni huérfano ni oprimido!/”, y con dudas apela a la fe: “¿Y cuándo Dios mío?/ ¿Podría darse ese gran asalto al cielo?” (Sombras desesperadas).
En similar tono poético se estructura “¡Elogio a la inmortalidad!”. Insomne, remueve los recuerdos y echa un vistazo a la miseria de los barrios de la ciudad de San Salvador, y en alegoría exclama: “¡Eres otro Cristo más en el calvario de tu martirio!”, para luego volver a donde el exilio lo llevó, y contrito cierra: “¡Padre mío! ¡Estás de mi sombra ausente! // ¿Dónde está ese rincón del universo? // ¡Donde no se piense en la muerte! // ¡Que venga cuando ella quiera! // ¡El sueño eterno es vivir el instante! // ¿Dónde está ese paraíso de la suerte? // ¡Donde quizás uno nunca se muera!” El apartado cierra con el poema “¿Quién sabe? (Poema sinfónico)”, donde el yo lírico vuelve a la carga con persistentes anáforas a lo Jacques Prévert, como este lo hace en sus Paroles, y se pone de manifiesto la protesta social, la condena contra las diversas expresiones de injusticia, la crítica contra la sociedad de consumo. Tanto es el dolor ajeno que el sujeto lírico se duele y lo hace propio. De hecho, lo es. Y ello, en tanto que el poeta forma parte de esa colectividad.
En la segunda parte, “Este anillo de fuego”, se integran cinco poemas. En “¡Regazo de la madre ausente!” el yo poético ha regresado a la tierra natal y bajo la lluvia canta a la madre ausente con versos altivos: “En esta tarde de lluvia larga // Caigo en tu regazo de madre ausente // Te sufro debajo de tu piel sangrante // Y no se renuncie nunca a la lucha // Ni a la victoria por las glorias // De tus asaltos y sueños (…)”. Pero enseguida, en el poema “Los jardines de siete colores”, el sujeto lírico se encuentra en los albores de la guerra civil contemplando a su pequeño vástago, ambos ubicados en aquella patria querida que pocos años después el poeta abandona para proteger la propia vida y la de su familia, la cual recién ha fundado. Porque para el poeta Velis Tobar, al igual que para muchas voces literarias y artísticas de su generación, el exilio no fue una opción sino un destino obligado. Lo mismo habían hecho antes Roque Dalton (1935-1975), Roberto Armijo (1937-1997), Manlio Argueta (1935) y otras voces literarias de la llamada Generación Comprometida. La represión contra el pueblo y sus voces no tuvo límites desde los sucesos de 1932.
Pero volvamos al comentario. En el poema “Soledad desenfrenada” hay versos que transitan trémulos, bélicos, silenciosos, pero otros crepitan: “Mi mujer peina mis hirsutos cabellos // Mi soledad se disipa ante la penumbra // Del bosque que se marchita mientras // Ladra el perro su sombra temerosa oculta // La soledad en la noche sangra amargura // Está cambiando el clima todo está cambiando (…)”. Nótese que al igual que en la mayoría de poemas que integran el libro, el encabalgamiento a menudo dificulta la comprensión del verso o, mejor dicho, propicia una lectura desconcertante que es precisamente lo que buscan muchos de los recursos literarios cuya función se extremó en la poesía de vanguardia de comienzos del siglo XX, al igual que la ausencia de signos de puntuación y el uso de mayúscula al inicio de cada verso: “Vivo mi soledad platico con mi soledad // Por hoy café libro pluma y soledad // (Mi fiel compañera) mi grata compañía // Luego feliz vivir el instante”
En cambio, el poema “Lados de mi memoria” es un racimo de versos henchidos de mucha rebeldía, gritos agraviados, que frisan con la consigna pero que en el instante justo se redimen con la presencia de guerreros inolvidables, como el comandante Marcial y el “poeta mártir Alfonso Hernández”, este último, compañero generacional del autor, quien luego de ser herido en combate en las faldas del volcán de San Salvador es capturado y decapitado por efectivos del gobierno el 10 de noviembre de 1988. De ese modo, y quizás sin pretenderlo, el sujeto lírico se aleja de lo trivial para homenajear a quienes están ausentes contra su voluntad y por órdenes del Estado, y lo hace con su chirimía entonando un cántico épico.
A manera de colofón, la segunda parte del libro cierra con el poema “Perseguido por mi sombra”, donde el sujeto lírico se expresa contrito, exánime, pero aún así esgrime la protesta social mediante alegorías: “(…) Este país mío es una dolorosa corona de espinas // Otro Cristo en el martirio peso de su cuerpo // ¿Qué dolor que no goza de la paz? // (…) Probemos ahora si es preciso como dice la Biblia // Para traer de nuevo con más furia la espada”.
En “Los enredos del sueño”, el cuarto apartado del libro, se integran seis poemas en cuya mayoría el yo lírico desata sus sueños, pero no desde la acepción fisiológica que alude a esa necesidad básica del organismo, sino como un pliego de aspiraciones sociales y humanas en el sentido que le diera Martin Luther King en su conocido discurso: “(…) Yo tengo un sueño. Un día todo lo que esté abajo se levante. Que todo lo que esté en alto, baje. Que los lugares escarpados se hagan llanos. Que los lugares torcidos se hagan rectos (…)”. Sin embargo, Velis Tobar se muestra incrédulo, teme que esos sueños sean inalcanzables y al primer poema da por título “La irrealidad del sueño”. Aquí, en contrapunto, el yo lírico se alterna con el yo poético para enumerar lo anhelado para beneficio de sus compatriotas, la mayoría de la población, y concluye: “Pero yo puedo pensar en el futuro // Más vale tarde que nunca // Pero puedo soñar un buen mañana // Para mi patria El Salvador”. El poema, que data de 2009, habría sido animado por el triunfo del partido FMLN en las elecciones presidenciales de marzo de aquel año. Y es que, como decía el recordado poeta Ovidio Villafuerte (1940-2007), a menudo el poeta se va de bolsa, es decir, aplaude más de lo que en realidad recibe. El entusiasmo cunde, aunque después llegue el desencanto.
Lo último señalado parece ponerse de manifiesto en el último poema del mismo apartado, en “Diario de un poeta desesperado: “Yo no me quejo pájaro y ángel malvado soy // Feliz vida para unos desdichada para otros // No me siento ningún desdichado por ahora // Desencantado me siento a las iniquidades // De la vida del hombre el mundo se acaba // No sabemos qué depara la existencia // ¿Y entonces qué sentido tiene la vida? (…) Vamos hacia los destrozos del tiempo // Ante la vida misma los perennes golpes // Perra vida enfrentada a capa y espada // Y como dice el “brother” Quijadurías // ‘El hombre está condenado a soportar // Las pedradas que le arrojan’ // ¡Y hay maneras de soportar las pedradas! // ¡Y cómo saber esquivarlas!”
El libro cierra con un apartado cuyos poemas conforman en su conjunto una auténtica rapsodia: “Álbum de recortes”. Son 12 poemas escritos en distintos momentos y contextos en los cuales por momentos el sujeto lírico aparece adosado a la vida cotidiana o bien a esa melancolía que suelen desatar las amistades cercanas y lejanas o la patria amada. También en el poema emergen héroes o líderes aplaudidos por el poeta. Y así, en el poema-homenaje “Médico obrero” el yo lírico alude a nombres épicos como Salvador Allende, Augusto César Sandino y Farabundo Martí; también se asoman, como entre balcones, los poetas Pablo Neruda, Roque Dalton y Rubén Darío, pero están allí no para aplaudir una loa en su memoria sino para compartir y estremecerse de las peripecias de Mariano, un médico inmigrante que se ve obligado a aceptar cualquier empleo para sobrevivir lejos de su tierra natal. Es una loa, sí, pero dedicada merecidamente a las personas inmigrantes.
El autor comienzan a cerrar el libro con dos poemas dedicados a sus amigos: José Roberto Cea (El Salvador, 1939) y Galel Cárdenas (Honduras, 1945); en el primero, “Brujo de la palabra”, reaparece el yo lírico en afectuosa exaltación del poeta amigo, el “Pichón” Cea, como se le conoce en los círculos literarios, y con quien ha compartido la palabra y la acción desde el buen lado; en el segundo, “Postcard para un poeta hermano”, canta el yo poético con fraternal acento al poeta hondureño para concluir con una sentencia que suena a profecía: “¡Aquí en esta tierra vendrá un día más embravecido el mar!”.
En el poema “El trompetista de la Calle Dundas” el yo lírico entona sus añoranzas en do mayor y se contempla o se lamenta de estar lejos de su tierra natal. Una trompeta echa la segunda voz. Se introduce en su exilio y se anima para enfrentar la nueva realidad (1987): “(…) Ya entrando la noche pierdo mi sombra // Camino a casa caminando por la ciudad // Mientras en mi país llueve sangre de guerra // Primer día de poeta en exilio en país de nieve // Que me abrigó en familia con generosidad // Pero muy agradecido a las 6:00 p.m.”
Su admiración por Cuba y sus liderazgos históricos prima en el poema “Elogio a la gesta del héroe”, pero en rítmicas anáforas se solaza destacando la figura de Fidel Castro reiterando con ello su militancia de ciudadano latinoamericano. En cambio, en el poema “A la saga de una combatiente” el sujeto lírico enaltece a la única mujer que a lo largo del libro hace presencia como heroína: la hondureña Bertha Cáceres, lideresa lenca, feminista y activista medioambiental por cuya causa fue asesinada el 3 de marzo de 2016.
En los poemas “Parábola del oligarca justo” y “Parábola del sembrador” nuevamente el sujeto lírico reitera su admiración y su afiliación política-ideológica; en el primero, exalta la figura de Enrique Álvarez Córdova, dirigente del Frente Democrático Revolucionario (FDR) que fue secuestrado y asesinado el 27 de noviembre de 1980 junto a otros líderes de dicha organización política de izquierda, y ello pese a que pertenecía a una familia económicamente influyente del país; en el segundo, alude a su amistad con Schafik Jorge Hándal (1930-2008), dirigente del histórico Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), convertido en partido político tras la firma de los Acuerdos de Paz (1992): “Es aquel que seguirá dando dolores // Es el sembrador de las estrellas nuevas // Siempre será otra luz que no se apaga // Nunca ni en los anales de la historia”.
La cuarta parte del libro concluye con dos poemas. Uno de ellos es “El teatro de la vida”, donde el yo poético se remonta a la propia memoria histórica e invoca diferentes circunstancias de su existencia, la realidad social, económica y política del país y el desafío que ha implicado meter las manos al fuego para cambiarla. Es un abanico de versos donde el poeta renueva su compromiso social justo al celebrar su cumpleaños, y canta para concluir: “Seré otro mar sin eternidad // Vuelvo al polvo a reposa en la luz // Con la sabiduría de la palabra // El último suspiro”. Finalmente está el poema “Ante los rostros de Isaías Mata”, donde el yo lírico ensaya una especie de epílogo aludiendo a esos rostros polícromos o perfiles del pueblo que como guerreras o guerreros indómitos a menudo emergen en las obras de este gran artista salvadoreño. Y una vez más recuerda el martirio del poeta hermano Alfonso Hernández, el comandante Gonzalo, dirigente de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), una de las cinco organizaciones armadas que integraron el FMLN durante la guerra civil.
Así, Despojos de la locura constituye una clara muestra de lo que la crítica contemporánea ha llamado lirismo crítico y con lo cual el autor, y acaso toda su obra publicada, se inscribe en la vertiente literaria impulsada en El Salvador desde la década del cuarenta del siglo XX por voces como Alberto Guerra Trigueros (1898-1950), Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979), Oswaldo Escobar Velado (1919-1961) y Antonio Gamero (1917-1974), misma que en la década de los cincuenta retoma y vigoriza casi toda la Generación Comprometida y grupos posteriores como Piedra y Siglo, La Masacuata, La Cebolla Púrpura, Taller Literario Francisco Díaz y Cinconegritos, así como los grupos literarios que surgen durante los años de la guerra civil.
Es pues esa misma vertiente poética-literaria que en términos generales se conoce como literatura comprometida o literatura de compromiso social, lo que habría llevado a Ítalo López Vallecillos (1932-196) a identificar a su propia hornada poética o grupo generacional como Generación Comprometida, en 1956, donde figuran: Manlio Argueta (1935), José Roberto Cea (1939), Tirso Canales (1931), Mauricio de la Selva (1930), Alfonso Quijada Urías (1940), Roberto Armijo (1937-1997), Roque Dalton (1935-1975), Álvaro Menéndez Leal (1931-2000), Eugenio Martínez Orantes (1932-2005), Waldo Chávez Velasco (1933-2005), Irma Lanzas (1933-2020), Orlando Fresedo (1932-1965), Ricardo Bogrand (1930-2012), Hildebrando Juárez (1939-1984), Mercedes Durand (1933-1999), Armando López Muñoz (1930-1960), Rafael Góchez Sosa (1927-1986), Jorge Cornejo (1923-2005) y, desde luego, el propio Ítalo López Vallecillos (1932-1986). Este cauce estético-literario a escala latinoamericana reúne a poetas como: Mario Benedetti (1920-2009), Jorge Boccanera (1952), Saúl Ibargoyen (1930-2019), Gioconda Belli (1928), Ernesto Cardenal (1925-2020), Roberto Sosa (1930-2011), Rigoberto Paredes (1948-2015), Galel Cárdenas (1945), Mario Monteforte Toledo (1911-2003), Javier Payeras (1974), Aída Toledo (1952), Francisco Morales Santos (1940), Claribel Alegría (1924-2018), Jorge Debravo (1938-1967), Alfonso Chase (1944), Luis Chaves (1969), entre otras voces poéticas de similar importancia.
Despojos de la locura de Alfonso Velis Tobar es poesía lírica porque surge del sentimiento individual, independientemente de que sea causado por condiciones objetivas o subjetivas, esto es, circunstancias vividas y sentidas en carne propia e incluso ajena, pero que en definitiva constituyen el detonante de la palabra, sea esta confesional o coloquial o ambas al unísono. De ahí que en el libro a menudo fluye el yo poético y por momentos es el yo lírico el que levanta su mano sin perder por ello el acento particular e individual. Al respecto, hay que recordar unas palabras de Hegel: “el carácter de particularidad y de individualidad constituyen la esencia de la poesía lírica”… Pero también es poesía crítica porque aun cuando se caracteriza por esa preponderancia de la primera persona, no pretende ni quiere escapar del entorno social, político e histórico sino que, por el contrario, lo aborda decididamente echando mano de los recursos literarios y estilísticos de la poesía clásica, como la cadencia, la métrica y la estrofa, así como del influjo vanguardista de principios del siglo XX, como la ausencia de signos de puntuación, el abordaje del tabú y la libertad de expresión. De ese modo, a veces con visos coloquiales y confesionales, adquiere sentido y existencia la poesía de nuestro tiempo, cuyo verso libre por lo general ejerce presión sobre la supremacía del lenguaje poético en beneficio del tema o contenido.
De hecho, esto último señalado es lo que permite que exista una variedad de expresiones dentro de la poesía contemporánea latinoamericana, incluyendo a la actual poesía joven salvadoreña, y sin que por ello deje de ser descendiente directa de las vanguardias literarias o acaso una evolución de ellas o bien un novísimo cauce de las mismas. Pero dilucidar dicho asunto es harina de otro costal y una tarea para especialistas de la literatura.
En todo caso, llevar la poesía a su expresión escrita siempre constituye un desafío para quien es su oficiante. Cada poeta es una especie de saltimbanqui que debe avanzar sobre una tensa cuerda, el lenguaje poético, para alcanzar el otro extremo con una creación que permita en primer lugar el regocijo propio, ya no el aplauso o una flor en la solapa, creando al mismo tiempo la posibilidad de que el público lector o audiencia logre una mejor identificación con el poema, que vibre con igual o mayor intensidad que la autora o autor, o como si fuera cosecha propia. Así pues, ser poeta es correr el riesgo de fracasar o triunfar en cada poema e incluso en cada libro. ¡Salud, poeta Alfonso Velis Tobar! Y que sea por esos Despojos de la locura, metáfora de la misma poesía albergada en tu libro. Sigamos. Aún es tiempo de reintegrar lo despojado, en la medida de lo posible, para recuperar la cordura íntima y ajena, es decir, vayamos, ahora sí, “De la locura a la esperanza”, desde la poesía.
Desde el Cerro de los Cusucos, El Salvador
16 de enero de 2021,
a veintinueve años de los Acuerdos de Paz
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