César Ramírez
@caralvasalvador
Es una práctica usual en El Salvador: ocultamiento, destrucción o eliminación de documentos históricos sobre eventos que no favorecen al discurso oficial, el último de ellos el 3 de enero de 2024 la destrucción del monumento a la Reconciliación de 1992.
Algunos de estos actos obedecen al gobernante de turno, no es novedoso el acto de intolerancia hacia un concepto que expresa a uno o varios sectores nacionales, principalmente si ello significa una espina dolorosa por los acontecimientos y el posterior reconocimiento al conjunto de expresiones en su entorno.
No solo es el ocultamiento de la memoria, la imagen, presencia o arraigo en un documento, sino su trayectoria vital, el ejemplo para las futuras generaciones, puesto que un monumento es a fin de cuentas el futuro que representa el pasado en el presente, en ocasiones esos monumentos a pesar de su antigüedad son visiones de futuro.
Negar la historia significa la omisión de la vida por la muerte del silencio; no es un metal, un hemiciclo, estatua, mármol con fechas y grabados, cenizas o antorchas inextinguibles… negar la historia es negar la sangre que proclamó la libertad y la verdad en el tiempo determinado por la Patria o la verdad de sus convicciones, un ejemplo es la omisión en tiempos de la independencia de la participación de: afrosalvadoreños, étnias, españoles sin fortuna, mulatos, sacerdotes pobres etc., en los movimientos insurreccionales de 1811 y 1814, ellos fueron reprimidos con el embargo a sus bienes, la prisión y alguno a la esclavitud… es tiempo de mencionarlo.
El tema de 1932 y la matanza de la etnia Nonualca, Cacaopera, Izalcos y los trabajadores de ese tiempo en todo el país, es un acontecimiento que palpita en documentos académicos y eruditos, pero no ha sido nunca expuesto a la nación, ahí sigue en fragmentos reseñados por antropólogos, sociólogos e historiadores que se forman a favor y en contra del mayor genocidios de América Latina en el siglo XX, parece que fue sensible a la dictadura del General Martínez (1931-1944) durante esos terrible años de horror. Aún existen defensores del militar golpista alabando algunas obras pero justificando su accionar acusando a los campesino de “comunistas”, en pocas palabras todo opositor debe enfrentarse al pelón de fusilamiento.
Silencio es un arma contra los opositores, así durante esos años, no se publicó más que una sola verdad… la del dictador.
Nuestra nación es rica en acontecimiento de esa naturaleza, durante la década de los años setenta, existían dos fuerzas -según opinión de grupos militares- el Partido de Conciliación Nacional y el Partido Demócrata Cristiano – acusado por ellos de ser infiltrado de líderes comunistas- además del MNR y UDN…
En marzo de 1972 existieron elecciones con un fraude que favoreció al Coronel Arturo Armando Molina, el 25 de marzo de 1972 ocurrió un intento de Golpe de Estado encabezado por el Coronel Benjamín Mejía, la historia de ese evento en defensa de la democracia aún no está resuelto, se califica a los golpistas de muchas maneras, no obstante fue premonitorio de un profundo autoritarismo que culminó en 1979 con otro Golpe de Estado y su fracaso inició la guerra civil durante 12 años. De haber triunfado el evento descrito, es posible que la democracia hubiese impuesto otro ritmo a nuestra historia. Aún ahora las versiones oficiales permanecen oscuras, pero leemos ahora aquellos viejos argumentos, la Historia se convierte en instrumento oficial.
El 24 de marzo de 1980 es asesinado Monseñor Romero en su propia iglesia mientras ejercía la Eucaristía, nadie ha sido culpado, ni ha existido un documento que imparta justicia, tampoco una historia oficial, a pesar del silencio de largos años sobre ese terrible magnicidio, su monumento en la Plaza de las América ha sido mutilado en varias ocasiones, pintado de rojo o profanado con miserables carteles rabiosos que le difaman, a pesar de todo, fue elevado a los altares como un triunfo de la memoria el 14 de octubre de 2018. Si hablamos de la historia del asesinato del Consejo Superior de la Universidad Centroamericana con el asesinato de seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres: Ignacio Ellacuría, Martín Baró, Segundo Montes, Armando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López junto a Elba Ramos y su hija Celina, ese atroz crimen continúa sin resolverse a profundidad, parece que es una herida abierta y emotiva, sin olvidar que la guerra fue matanzas indiscriminada: El Mozote, Sumpul, Tenango, Guadalupe etc., esos eventos son memoria viva, no dudamos que se repitan, por ello es necesario anotarlos y recordarlos una y otra vez. No alcanza un tomo de enciclopedia para reseñar todas las agresiones a la memoria de los jesuitas y las víctimas de las matanzas, hasta parece su mención una reseña subversiva o una apología del mal, pues bien, que así sea.
El 16 de marzo de 2022 fue intervenido el monumento a la Masacre del Mozote… una viva protesta de los familiares impidió su destrucción… es que los pobres acaso no tienen derecho a recordar.
El 3 de enero de 2024 el monumento a la Reconciliación que tenía el objetivo de recordar los Acuerdos de Paz que culminaron la guerra civil, fue derribado.
El conjunto de archivos, monumentos, historia o memorias son en esencia sangre memorial, es el ADN en nuestra formación social, destruirlos es intolerancia, es negación de eventos reseñados en cada ciudadano, podrán no estar de acuerdo con mis notas, podrán sentirse ofendidos, así tienen derecho a responder con artículos que proclamen su “verdad”, pero entonces enfrentemos el producto de la paz que significó la alternancia política, el respeto a las instituciones, la Constitución, la Nueva Policía Nacional Civil o el Ejército y su política educativa, si estas se destruyen como parece nuestro caso, entonces nuestro futuro es el pasado y lo vivimos en el presente con un régimen de excepción de carácter indefinido y un reelección inconstitucional.
Quizás por eso se odia a la memoria, porque recuerda a los nuestros, de ser así el mejor monumento vive en cada uno a pesar de la demolición de monumentos, muy parecido a una oración por la paz en nuestro espíritu.