París / AFP
Amélie Bottollier-Depois / Patrick Galey
Un equipo de investigadores halló por primera vez microplásticos en las entrañas de minicrustáceos que viven a 11 km de profundidad, lo que demuestra que ningún ecosistema marino se libra de este tipo de contaminación.
Los autores del estudio publicado el miércoles en la revista Royal Society Open Science disecaron 90 especímenes de anfípodos lisianásidos, una especie de minúsculas gambas, que fueron recolectadas en el fondo de seis de las fosas oceánicas más profundas localizadas alrededor del Cinturón del Pacífico.
Nailón, polietileno, PVC, seda sintética… En total, 65 ejemplares, es decir, más del 72%, contenían al menos una micropartícula.
Y la contaminación concierne todos los lugares explorados: desde un mínimo de 50% de los especímenes recolectados a casi 7.000 metros de profundidad en la fosa de Nuevas Hébridas de Vanuatu, hasta el 100% a casi 11.000 metros en la fosa de las Marianas, al este de Filipinas, la más profunda conocida.
«Esperaba encontrar algo, pero no que el 100% de los ejemplares del lugar más profundo del mundo tuvieran fibras en sus entrañas. Es enorme», explica a la AFP Alan Jamieson, investigador sobre ecología marina de la universidad británica de Newcastle.
El científico, un especialista en la exploración submarina que ha descubierto varios tipos de abismos, no suele estudiar la contaminación del plástico.
Pero su equipo tenía a su disposición anfípodos de varias especies de la familia de los lisianásidos recolectados entre 2008 y 2017 mediante trampas colocadas en el fondo de los océanos por vehículos submarinos.
Decidieron pues explotar esta colección incomparable para contribuir al debate de actualidad sobre esta lacra.
– Tragarse una cuerda de dos metros –
Cada año se producen más de 300 millones de toneladas de plástico, de las cuales una parte acaba en los océanos.
Según estimaciones científicas, unos 5 billones de trozos de plástico que pesan más de 250.000 toneladas flotan en la superficie, un material que acabará por degradarse en micropartículas que se hundirán en el fondo del mar.
Estudios previos habían evidenciado la presencia de microplásticos en los sedimentos marinos de casi 7.000 metros cerca de la fosa de las Kuriles y en los organismos que viven a 2.200 metros de profundidad en el Atlántico Norte. Pero la mayor parte de estudios se centran en la superficie.
«Es hora de aceptar que las micropartículas de plástico están en todas partes», deplora Alan Jamieson.
Algunas de las fosas en las que vivían los ejemplares estudiados están separadas por varios miles de kilómetros. Y la contaminación no es nueva, puesto que las primeras muestras se remontan a 2008.
El impacto de la ingestión de las micropartículas por parte de estos organismos que se hallan al principio de la cadena alimentaria en los abismos es desconocido. Pero el riesgo de obstrucción es evidente.
«Es como si usted se tragara una cuerda de polipropileno de 2 metros y no esperara ninguna repercusión en su salud», comenta el investigador, que subraya además el riesgo de una contaminación química.
Una vez dentro de la cadena alimentaria, «hay una gran probabilidad» de que se instale «un círculo perpetuo» por el que una presa transfiere los microplásticos a su depredador.
La ONU y las ONG declararon la guerra al plástico tratando primero de poner fin a la cultura de lo desechable. Pero lograr limpiar los océanos de los gigantescos volúmenes de residuos parece poco probable. Y la perspectiva es todavía más pesimista para el fondo marino, donde acabarán aterrizando las partículas descompuestas.
«Acumulamos nuestra basura en el lugar que menos conocemos del mundo», advierte Jamieson.