Rosario Rivas
@Diario CoLatino
Ni las ráfagas de viento que mueven los árboles en un vaivén amenazante, lograron detener a José Cruz Portillo, de 81 años, de que saliera de su casa, para dirigirse al cementerio de San Antonio Abad, donde está enterrada su mamá.
A tempranas horas se “alistó”, se puso la mascarilla y cargó sobre su espalda una mochila de colores, dentro de ésta llevaba flores moradas y blancas que compró en el mercado Central, para adornar la tumba de su progenitora Dominga Portillo, que murió en noviembre de 1986.
Nada podía detener ese cansado caminar, ni la lentitud y reducción de unidades de transporte público, ni las noticias en la radio de que hay posibilidad de que el huracán ETA cause estragos en el país.
Esto porque José Cruz llega devotamente al cementerio cada 2 de noviembre, con la esperanza de enflorar la tumba que resguarda los restos de su madre. Sin embargo, este año, las recomendaciones para evitar el COVID-19, no le permitieron cumplir su deseo, ya que por las medidas de seguridad en los cementerios, los adultos mayores como él no podían entrar, tampoco los niños.
Los cementerios abrieron sus puertas temprano, agentes de la PNC y del CAM custodiaban en algunos campos santos las entradas, para que los familiares enfloraran, en forma ordenada y permanecieran en el cementerio solo 45 minutos.
Para calcular el tiempo a los asistentes se les entregaba una tarjeta de colores según la hora de entrada.
En el cementerio de San Antonio Abad, ubicado sobre la calle Algodón, donde está enterrada la mamá de José Cruz, las personas hicieron una larga fila bajo el sol.
Y por primera vez este año no hubo flores a la venta, ni hojuelas con miel, ya que por seguridad no se permitieron.
Y es que este año 2020 se han dado cambios, en todos los aspectos y en el caso de la muerte, ésta ha sorprendido, no solo a los salvadoreños, si no al mundo entero con la pandemia, dejando miles de hogares con pérdidas irreparables de sus seres queridos. Muchos de ellos no pudieron despedirse y ahora tampoco sus familiares pueden tomarse todo el tiempo y llegar a los cementerios y pasar horas acompañándolos, porque hay que tomar antes las precauciones necesarias para evitar contagiarse de la pandemia.
Junto a los azadones, las flores, las pinturas, los pinceles debe ir el alcohol gel y las mascarillas, así como también tener distanciamiento social.
En el Parque Memorial La Bermeja, como en otros cementerios de San Salvador, decenas de salvadoreños hicieron fila esperando entrar al campo santo y así decorar el lugar de descanso de sus seres queridos.
En este cementerio está ubicada la zona donde entierran los que mueren por COVID-19, a sus parientes no se les permitió acercarse a las tumbas a enflorar, esto lo hacía un equipo especial que trabaja para la alcaldía.
Lo mismo se pudo observar en el cementerio municipal de Santa Tecla. La gente, con menos presencia que el año anterior, hacía fila, muy ordenada, y con sus mascarillas puestas, mientras en la entrada una pareja de agentes de la PNC y otra de la municipalidad, revisaban los duis para impedir el ingreso de los mayores de 60 años. Mientras trabajadores de la comuna tomaban la temperatura y ofrecía el alcohol gel.
Este año el cielo no está despejado, tampoco luce tan azul, como en otros años, hay amenaza de lluvias, sin embargo, siempre es propicia la fecha para recordar a los que ya no están en este mundo terrenal y de quiénes ya no se oirá un consejo, se tendrá un abrazo, mucho menos un beso. Esos seres queridos siempre estarán esperando, como todos los años, dormidos en su silencio sepulcral, viendo desde lo alto y diciendo que nunca se fueron porque siempre estarán en los corazones y recuerdos de quienes los amaron, como el caso de José Cruz, quien después de 34 años aún ama a su mamá.
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