Sarai González,
cuentista
Muy lejos de la ciudad, allá donde anochece más temprano, si, ahí donde hace frío y hay oscuridad, donde también hay hermosas noches de luna, cantos de pájaros y mucho silencio…ahí en una casita muy viejita, cuyo techo deja pasar la lluvia y sus paredes ya ceden ante los años, y poco a poco se desmoronan, viven don Luis y María Luisa.
Son una pareja de ancianos con manos arrugadas, rostros surcados y cuerpos cansados, sus mentes aún gozan de lúcidos recuerdos, muchos de ellos hacen surgir leves sonrisas, pero también lágrimas que salen desde lo más profundo de sus corazones. Siempre manteniendo firmes los recuerdos de sus hijos, uno ya fallecido y los otros viviendo muy lejos. Salieron en busca de una vida mejor, bajo la promesa de ver a sus padres gozar dignamente de su vejez, pero tan pronto lo lograron se olvidaron de ellos.
Su rutina consiste en platicar por largas horas, él, reposando en una hamaca, con su fiel Canelo echado a sus pies escucha atento a su esposa…
Mira Luis y ¿qué será de nuestros hijos? ¿será que son felices? ¿será que están bien? ¿ya serán ricos, Luis?..como siempre lo soñaron.
Ay vieja, porque cuando aparecen las lluvias y se acerca el día de la cruz te vas acordando de ellos? mira, aunque yo siempre me acuerdo, como cuando la Lucía y Marito, se subían a los palos de mangos, para ponerselos a la cruz, más de una vez la Lucita se cayó, y la Marillita cuando se fue a cortar las flores de narciso y de júpiter onde la niña Juana y después nos vino a dar quejas que le habían mochado el palo, y cuando vio que eran para la santa cruz hasta nos trajo más, te acordás vieja que bulla hacían los cipotes?
Yo me iba a trabajar en la milpa y se iban conmigo, siempre me ayudaron, y yo decía; estos cipotes van a ser buenos trabajando…pero el Gilberto, ya estuviera bien grande el muchacho, cómo se parecía con vos, y el Fredy siempre querían andar bien limpio, de todos me acuerdo María Luisa, como olvidar a mis hijos…
Cada domingo que iba al pueblo, aunque la quincena no alcanzara les traía alguna cosita y se ponían contentos.
Cada uno con sus sueños, quién diría que se irían bien lejos, es que éste no es buen lugar decían ellos y pues querian otra cosa…
María Luisa, al menos tenés esas fotos, desde chiquitos te gustó tomarles fotos, quizá para nunca olvidarte que habías tenido hijos, te salieron rechulos, es que vos sos hermosa mi María Luisa…
Ella ya limpiaba sus lágrimas, porque las lágrimas de mamá son menos profundas, él siempre intentado protegerla se hacía el fuerte y no lloraba, sabía que ella ya sentía la nostalgia del día de la madre sin ni siquiera un saludo de sus hijos, a quienes críaron con tanto amor. No era la cruz, no eran las lluvias, eran sus hijos que ya nunca más volvieron lo que le dolía.
El delantal con el que secó sus lágrimas no estaba nuevo, pero eso sí, muy limpio, como limpias aún las camisas que dejaron sus hijos, en especial Gilberto al que mataron en la guerra; camino a la escuela se lo llevaron los soldados y junto a otros compañeritos les quitaron la vida, fue algo muy duro para ellos, perder a su hijo, el menor, entre otras cosas de él, guarda su camisa blanca de los domingos.
Sus padres les enseñaron a amar a Dios, a trabajar dignamente, a ser honrados, ellos eran buenos (como dicen siempre los papás) crecieron y se fueron y nunca volvieron, y sin saber porqué motivo olvidaron a sus padres.
Quizá todavía andan en buscan del mejor regalo, ese que les impulso a irse…
Hoy es el día de la cruz, ya llovió y pronto sonarán las canciones del día de la madre y niña María Luisa y don Luis, seguirán con sus pláticas, muy solitos, pero junto a ellos el fiel Canelo haciéndoles compañía.
Sin duda en sus oraciones siempre están presentes sus hijos, por quienes le pide a Dios que los proteja donde quiera que estén…