José M. Tojeira
El 22 de marzo, viernes próximo, se celebra el Día Mundial del Agua. Y los salvadoreños continuamos esperando una ley de aguas que posibilite una recta utilización del recurso hídrico. Ojalá durante toda la semana reflexionemos sobre el tema. Estamos en medio de amenazas, graves producto de las sequías y tormentas propias del calentamiento global, más rigurosas en un país tropical con un índice alto de desertización como lo es el nuestro. Se nos pronostica un pronto estrés hídrico, y nuestros diputados se duermen a la hora de legislar en un tema de crucial importancia para todos los salvadoreños. Ciertos intereses privados desean que la empresa privada tenga una voz predominante en el ente rector del agua, sin darse cuenta que el problema del agua es nacional, que hay que atender primero un problema estatal de protección de un derecho básico, antes de pensar en los beneficios económicos para unos pocos que pueden resultar de la comercialización del agua. El derecho al agua potable y al saneamiento en el interior de todos los hogares salvadoreños, es un derecho básico y elemental que debería estar protegido por la Constitución. La administración de este derecho debe ser estatal. Y el servicio de aguas para el doble fin de consumo sano y saneamiento debe ser administrado sin fines de lucro. Es la posición del Foro del agua, de la Iglesia Católica y de múltiples instituciones salvadoreñas preocupadas por las necesidades concretas de la ciudadanía.
El día mundial del agua debe hacernos pensar en lo que significa el calentamiento global. Además del derecho al agua hay otros temas clave, que nos afectarán y dañarán incluso nuestro acceso al agua de calidad, aun en el caso de que tengamos una buena ley. Las temperaturas de 34 o 35 grados pueden convertirse en temperaturas de cuarenta grados. Y las de cuarenta grados que algún día se pueden dar en San Miguel pueden aumentar también cinco grados más. Las sequías en tiempo de verano pueden ser mas largas, con un calor agobiante. Y las tormentas mucho más fuertes, con inundaciones y deslizamientos de tierras cada vez más peligrosos en un El Salvador con una alta densidad de población. Lo anteriormente afirmado no es un una predicción fatalista, sino una realidad que viene. Y la prevención hay que comenzarla ya, es decir, ahora y no más tarde, cuando comiencen a ser fuertes los problemas.
Somos un país deforestado. Y los árboles son clave para suavizar el clima, prevenir deslaves, aminorar inundaciones. Hay municipalidades que castigan obsesivamente el corte de cualquier árbol en terreno privado, pero no se preocupan por reforestar adecuadamente zonas verdes o por tener un plan municipal de urbanización que impida la tala de zonas boscosas. Con frecuencia los intereses privados tienen prioridad sobre los intereses colectivos del medio ambiente en los programas de ordenamiento urbano. Multitud de cerros, incluso pegados a importantes centros urbanos, están total o casi totalmente deforestados. La urbanización sistemática en torno a acuíferos importantes, para el servicio a la población crea cada vez un mayor peligro de contaminación así como de reducción de los niveles del acuífero. La despreocupación continúa siendo grande en la Asamblea Legislativa, mientras la población continúa esperando una ley de aguas decente, que contenga los principios básicos para el cuidado de este país nuestro, tan golpeado por la contaminación del agua y tan amenazado por el cambio climático.
El Papa Francisco decía en 2015, en la Carta Encíclica “Laudato Si”, que “este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable” (No. 30). La deuda con nuestro pueblo salvadoreño también es muy grave y nuestros diputados parecen olvidarla. Es más, son incapaces de darse cuenta de que el futuro será cada vez más difícil si no nos preparamos para él. Y que el cuidado del agua y del medio ambiente es indispensable para un futuro que será duro en general, pues el calentamiento global es una realidad. Y será mucho más duro para los países ubicados entre los dos trópicos: de Cáncer y Capricornio. Y ahí estamos nosotros, los salvadoreños, cada día con mayor vulnerabilidad y riesgo, mientras la mayoría de nuestros diputados duermen en sus ventajas personales.