Internacionales/CNF
El 8 de febrero de 2013 la ciudad peruana de Arequipa amaneció tranquila. El trajín normal y cotidiano de la segunda urbe más grande de Perú no dio indicios de lo que vendría después, con el correr de las horas. El clima fue virando. Las lluvias torrenciales que comenzaron pasado el mediodía y cayeron sin interrupción durante seis horas, en medio de un viento helado, fueron seguidas por un aluvión que dejó personas fallecidas, casas y comercios destruidos y miles de damnificados. Todo fue barrido por la mezcla de agua, lodo y piedras. Las torrenteras y el Río Chili se desbordaron. Las calles se transformaron en ríos. Aun hoy los pobladores recuerdan con nitidez ese día en el que todo colapsó.
Ese evento significó un antes y un después para Arequipa. Dio lugar a la realización de un profundo estudio de vulnerabilidad y adaptación al cambio climático y la puesta en marcha de acciones estructurales. Las autoridades entendieron que no había tiempo que perder.
No obstante, Arequipa no es un caso aislado: numerosas ciudades de América Latina enfrentan fenómenos climáticos extremos, que van desde sequías prolongadas a inundaciones por lluvias torrenciales repentinas. Como ocurre en otras partes del mundo, cada vez es más usual oír hablar de huracanes, incendios, inundaciones o aludes mientras avanza el derretimiento de los glaciares –fuente natural de agua.
El cambio climático está afectando los recursos hídricos de América Latina, que alberga un tercio del total del agua dulce del planeta. A su vez, el crecimiento acelerado de las ciudades (donde actualmente vive el 80% de la población latinoamericana) aumentó la presión sobre el recurso hídrico, de la mano de una mayor demanda de agua para el consumo, la agricultura y la producción.
Ante esta realidad relativamente nueva y compleja, y siendo el agua un recurso necesario y reconocido como un derecho humano fundamental, su manejo eficiente es hoy clave para América Latina.
La defensa del acceso al agua realizada por el Papa Francisco en su histórica encíclica ‘Laudato Sí’ es quizá el ejemplo más claro de la centralidad del recurso. En un reciente seminario sobre “El derecho humano al agua”, realizado en la Pontificia Academia de las Ciencias, el presidente ejecutivo de CAF, Enrique García, aseguró que la inequidad frena el desarrollo estructural de América Latina, una de las regiones con mayor nivel de desigualdad en el mundo. «La exclusión social es la cara más visible de la inequidad: existen desigualdades en el acceso a bienes y servicios básicos, como el agua y el saneamiento, que hieren la cohesión social de la sociedad latinoamericana y sus perspectivas futuras de bienestar, equidad y justicia social», apuntó.
Las deficiencias de la calidad sanitaria del agua, la falta de continuidad y presión de los sistemas de distribución y el bajo nivel de tratamiento de las aguas residuales son problemas compartidos por la mayoría de los países latinoamericanos, que se agregan a esta nueva necesidad de adaptarse a los efectos del cambio climático sobre las fuentes hídricas. La mayoría de las ciudades de la región no tiene infraestructura suficiente para un drenaje efectivo de aguas-lluvias ni planificación para proteger las fuentes de agua.
“Los gobiernos, sean locales, regionales o nacionales, están entendiendo la importancia de abordar todo el ciclo del agua, más allá del acceso. Hay que evaluar si se están protegiendo las cuencas y bosques, si hay suficientes plantas potabilizadoras, cómo es el sistema de alcantarillado, si el agua está debidamente tratada antes de devolverla a los ríos. Todos son elementos a tener en cuenta”, afirma José Carrera, vicepresidente de Desarrollo Social de CAF -Banco de Desarrollo de América Latina.
Hoy el 95% de los latinoamericanos tienen acceso al agua frente al 82% que lo tenía en el año 2000. A pesar de estos avances, aún hay 34 millones de personas en la región, en su mayoría residentes en zonas rurales, que todavía no cuentan con acceso a agua potable. Otras tienen acceso, pero de forma precaria.
Estimaciones del banco indican que América Latina necesitaría invertir 0,3% del PIB regional anual hasta 2030 para alcanzar el 100% de cobertura en agua potable, un 94% en alcantarillado sanitario y un 85% de la superficie urbana atendida por redes de drenaje fluvial.
“No sólo es un objetivo realista sino incluso un buen negocio si tenemos en cuenta el alto costo que pagan los países por una mala calidad del agua. Hay enfermedades, gastos en salud, ausentismos en los trabajos”, asegura Carrera.
Transitando ya plenamente el siglo XXI, parece clara la necesidad de trabajar en mejorar la gestión hídrica. Ese es el horizonte hacia el que camina América Latina.