Guido Castro Duarte
En los últimos días, hospital ante la existencia de una supuesta carta de los dirigentes de las maras, diagnosis dirigida al Gobierno de la República, se ha desatado un debate sobre la legalidad y conveniencia de un diálogo con estos grupos, y si esto no supondría una nueva tregua como la conocida hace algunos años.
A raíz de lo anterior, Monseñor Rosa Chávez planteó la necesidad de realizar un estudio para determinar de qué sector provienen los muertos y los asesinos, y no descartó la posibilidad de iniciar un diálogo dentro del marco de la legalidad.
Lo que nadie señala es que el fenómeno de las maras es solamente un síntoma de una enfermedad generalizada en toda la sociedad salvadoreña: la desigualdad y la injusticia social dentro del sistema mercantilista, en el que unos pocos gozan de privilegios, y la gran mayoría, sufren carga con el peso de las cargas tributarias sin gozar de los beneficios del desarrollo.
El diálogo deben iniciarlo el gobierno con los que lo poseen casi todo y con los representantes de los que tienen casi nada.
Necesitamos urgentemente de un gran Diálogo Nacional, que permita construir una nueva sociedad, ya que la actual, a pesar de más de treinta años de ejercicio democrático-electoral, sigue arrastrando las taras de la sociedad colonial que impiden a la población gozar de los privilegios de la libertad, y que la mantienen sometida en una especie de feudalismo o esclavitud.
No podemos seguir destruyéndonos y utilizando las categorías amigo-enemigo de la guerra fría. Las distintas clases de pensamiento deben aprender a convivir, tenemos que aprender a aceptar al otro tal cual es, sin pretender imponerle nuestros criterios.
La Constitución no puede seguir siendo letra muerte y la justicia debe permear, primeramente, todo el sistema de justicia, y luego, todos los aspectos de la vida nacional.
No podemos seguir sobreviviendo con base a la desgracia de nuestros hermanos. Los privilegios de unos no pueden seguir siendo financiados por la desgracia de muchos.
Los empleados públicos deben iniciar un diálogo sincero con las autoridades de gobierno para trabajar en pro del bien común y no ocupar la mayoría de su tiempo para propósitos personales o en la búsqueda de más beneficios laborales.
Los patronos deben entrar a un proceso de diálogo que permita transformar el mercantilismo en una economía social de mercado, que los convierta en socios estratégicos en la transformación y desarrollo de las empresas.
La Empresa Privada debe sentarse a dialogar con el Gobierno a fin de alcanzar ambas partes el Minimum Vital del que tanto nos habló el Maestro Alberto Masferrer, a fin de que la gente, el pueblo, goce de una vida digna, como lo exige su naturaleza de persona humana.
No podemos pasar matándonos durante treinta años más, no podemos convertirnos en un narco estado o mantener una guerra sin vencedores ni vencidos con las maras. Si las condiciones estructurales imperantes no cambian, la sociedad seguirá produciendo pandilleros día a día por siempre.
Tenemos que iniciar un diálogo sincero entre los intelectuales, para que determinemos el modelo educativo adecuado a nuestra realidad, a fin de sacar del analfabetismo cultural a nuestra población y cambiar de la titulitis que nos afecta, a un sistema de promoción de profesionales y técnicos acordes con las necesidades del desarrollo. ¿De qué sirve lanzar al mercado laboral a más de 10,000 profesionales anualmente sin que existan posibilidades reales de trabajo?
Los poderosos tienen que entrar en diálogo con los miserables, y llegar a una reconciliación estructural, que nos permita caminar juntos hacia un futuro mejor.
Los salvadoreños, pese al esfuerzo de diálogo-negociación para poner fin a la guerra civil, no logramos aprender a dialogar. Pretendemos imponer nuestro criterio y descalificar de entrada a nuestro adversario.
Tenemos que volver a la conciencia de pueblo, con un origen común, al concepto de Nación, y dejar el sesgo individualista que nos caracteriza y empezar a caminar juntos.
Ocho mil asesinatos anuales no le permiten a El Salvador seguir dándole largas al diálogo social, el cual es una necesidad de sobrevivencia social. Como lo afirmó San Juan Pablo II en 1983, el Diálogo por la Paz, es una urgencia para nuestro tiempo.