Gabriel Otero
La referencia del título de esta columna es la espléndida película de Woody Allen “Radio Days” en la que relata el proceso de su afición al jazz en su infancia en Nueva York y de cómo su familia se entretenía con la radio, aunque existan años de distancia de los hechos narrados en el filme, en las generalidades nacen las catarsis particulares.
Esos días vividos con la radio en la década de los sesenta en El Salvador, fueron una ventana al mundo desde mi tierna niñez, el escuchar música, radionovelas y programas cómicos como La tremenda corte, Pánfilo a puras cachas y Aniceto porsisoca, y es probable haber oído algún capítulo de Chucho el roto, del que tengo vagos recuerdos.
A mis épocas de radioescucha les guardo un cariño enorme, siendo un bebé me colocaban un radio en la carriola, me acostumbré tanto a su compañía que un poco más grande me recostaba sobre él y me dormía. Era el auge de la amplitud modulada y en las madrugadas se podían localizar en el dial emisoras de otros países.
De niño me regalaron muchos radios: mi madre Lucy me trajo uno de Panamá con el rostro del pato Donald, mi padre Julián otro en forma de balón de fútbol americano, y luego llegaron cinco o seis aparatos de diversos tamaños, todos fueron esenciales y un instrumento de primera necesidad para mi bienestar personal.
La abuela Ángela sintonizaba Radio El Mundo mientras utilizaba su máquina de coser, mi padre Julián la YSU cuando nos llevaba al colegio y Radio Clásica al leer en la sala, mi madre Lucy cualquier estación que tocara baladas en español, y Toñita, la señora que ayudaba a hacer el aseo en la casa, se colgaba del cuello un pequeño radio para escuchar a todo volumen las rancheras de Radio Cadena Central.
Y a medida crecía, me hice aficionado al fútbol y los domingos me gustaba escuchar los partidos en la radio “ahí donde hay deporte, ahí está gol de la KL” y sobre todo oía los éxitos musicales del momento en estaciones como Radio Teatro, La Femenina y la Mil 80.
“Está comprobado no se puede vivir sin radio”, así cantaba la mujer en el antiguo promocional de este medio durante la década de los setenta en El Salvador. Era un jingle tradicional en el que se destacaban las ventajas de la radio para el anunciante. Fue el segundo canal de comunicación después del periódico, ambos han sido desplazados inmisericordemente, en los últimos veinte años, por la televisión y el internet, y se encuentran en franco declive.
Pero la radio me ha acompañado en momentos de revelación, como aquella noche pletórica de estrellas en las que en una estación de un pueblo cercano al Puerto de Acajutla sonó From The Begining, de Emerson, Lake and Palmer, solo para sentirme parte del universo en una carretera que se abría paso entre cañaverales.
Siempre ha habido algo que escuchar en las ondas hertzianas, la aparición de la frecuencia modulada estéreo fue un salto de calidad en el sonido, y las primeras estaciones que escuché de este tipo fueron en Florida y en Massachussets y luego en Ciudad de México.
¿Cómo olvidar Jazz FM, Radio Universal, Rock 101 y W FM en sus mejores tiempos? Con programaciones magníficas y locutores estelares, sobresalían la creatividad de Federico Lira y Luis Gerardo Salas con sus viñetas más allá de la imaginación que influyeron en los gustos musicales de toda una generación de jóvenes.
Y con todo ese bagaje de radioescucha, por primera vez, hablé en una cabina frente a un micrófono profesional y participé en un programa cultural semanal que se grababa en la YSU, fue una experiencia que la voz propia rebotara en los tímpanos de alguien al otro lado de ese aparato que atesora la nostalgia.
Y algunos años después, me asesoraron en Radio Nederland en una capacitación para montar un estudio de calidad “broadcast”, como le llamaban en el argot radiofónico, a la grabación profesional.
La radio debería volver por sus bríos en estos tiempos de lo efímero porque lo útil no debería ser desechado.
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*Gabriel Otero. Fundador del Suplemento Tres mil. Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, con amplia experiencia en administración cultural.
Ilustración del autor de Jonathan Juárez.
Fotografías elaboradas con inteligencia artificial
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