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El difícil camino del cambio

José M. Tojeira

Cambiar dinámicas sociales y costumbres políticas no solo es difícil sino complejo y lento. Por lo mismo es indispensable insistir y persistir en esa tarea de construir un país con una mayor capacidad de diálogo y con la suficiente competencia de sus élites para llegar a acuerdos que beneficien al conjunto del país. En ocasiones llegamos a la conclusión de que en El Salvador no se puede dialogar, porque vemos que no avanzamos en algunos temas importantes como pueden ser los caminos de una fiscalidad adecuada a las necesidades del país o una estrategia eficaz para superar el clima de violencia imperante. Sin embargo hay suficientes datos y elementos como para tener esperanza y poder confiar en un futuro mejor. Datos que con frecuencia van unidos a acontecimientos y personas, y que merecen ser mencionados. No para alabar a nadie, sino para forzar al conjunto social a fijarse en ellos y apostar por las semillas de diálogo y esperanza que esas personas nos dejan.

Recientemente ha fallecido Hato Hasbún, Secretario de Gobernabilidad en los dos últimos gobiernos. Sin lugar a dudas nos deja la herencia de una persona que trataba de hablar con todos, de escuchar a todos y de buscar fórmulas de entendimiento. Y que unía a ese trabajo sistemático la capacidad de preocuparse por los detalles y hacer favores, con frecuencia ayudando a superar las dificultades que en ocasiones crea la burocracia estatal, o la incomprensión entre personas e instituciones. Sus esfuerzos, su voluntad clara de encontrar acuerdos, su diálogo paciente, muestra un camino a seguir. Al mismo tiempo que Hato trabajaba por el entendimiento entre personas y partidos políticos, han ido surgiendo en El Salvador nuevos liderazgos comprometidos clara y fervientemente con el diálogo. La designación como Cardenal de Monseñor Gregorio Rosa le ha dado a su constante opción por el diálogo en El Salvador una nueva dimensión, una mayor incidencia y una nueva ejemplaridad. Sobre todo ha dado ánimo a tanta gente que empeñada en construir fraternidad sentía poco reconocimiento respecto al trabajo solidario. El ejemplo de nuestro obispo, paciente y perseverante, muchas veces sin reconocimiento e incluso sufriendo ataques infundados, cobra nueva actualidad con el reconocimiento papal.

Tanto en el FMLN como en ARENA, aun en medio de una tendencia propagandística a resaltar las diferencias y la oposición, van surgiendo nuevos liderazgos mucho más abiertos al diálogo pragmático, abierto y capaz de alcanzar consensos. La aprobación de la ley que prohíbe la minería metálica en El Salvador no se hubiera conseguido sin la capacidad de diálogo de los políticos jóvenes. Podrá decirse que aún les falta crecer en esa capacidad, pero es evidente que hay avances. También los hay entre los jóvenes profesionales de nuestro país. Cada vez abundan más los jóvenes bien preparados, muchos de ellos con posgrados en Universidades del exterior, que muestran una gran apertura a la búsqueda de consensos en lo relativo a la convivencia social y a la construcción de una institucionalidad democrática seria. Poco a poco, a veces más lentamente de lo que sería conveniente, y no sin resistencias, estas jóvenes y nuevas generaciones se van incorporando a los niveles de decisión y de formación de opinión, y van marcando, cuando menos, la esperanza de nuevos climas de acuerdo sobre objetivos comunes.

Esta incorporación lenta de las nuevas generaciones a la política nos llama a aplicar con el mayor ímpetu posible la voluntad de avanzar racionalmente hacia metas de desarrollo social. Sólo un clamor sonoro, racional y beligerante de la sociedad civil pidiendo cambios, puede acelerar la necesaria transición. La superación de la pobreza, la disminución de la desigualdad, la valoración del trabajo como fuente principal de la producción de riqueza, la opción en favor de que todos los salvadoreños tengan oportunidad de desarrollar plenamente sus capacidades, el fortalecimiento y la inclusión universal en las redes de protección social, el respeto decidido y compartido de todos los partidos políticos con los Derechos Humanos, son necesidades y al mismo tiempo objetivos irrenunciables para toda la ciudadanía. Acuerdos, fiscales, institucionales y de política, que aceleren el camino hacia los objetivos propuestos, se vuelven indispensables incluso para frenar la oleada de violencia que sufrimos y que tanto dolor produce a nuestro pueblo.

La tarea no es imposible. Hace algunos años el PNUD publicaba un documento sobre el trabajo en El Salvador. En él se decía que somos uno de los pueblos más trabajadores del mundo. La solidaridad de nuestros migrantes, que envían una alta cantidad de remesas, da testimonio de trabajo esforzado y de amor y apoyo a lo propio. Recientemente el Pew Research Center de Estados Unidos (USA) publicaba un estudio sobre la tolerancia religiosa y el acoso por razones religiosas.

Nuestro país tenía la dicha de estar entre los países más tolerantes del mundo con la diversidad religiosa y con menor violencia por razones o causa de religión. Si entre los diversos credos sabemos convivir e incluso entendernos en tareas de bien común, no debería haber razones para que en otros campos haya tanta cerrazón y tanta dificultad para lograr acuerdos. Religiosos somos la inmensa mayoría de los salvadoreños. Los políticos incapaces de llegar a acuerdos son siempre minoría. Por esa misma razón la transición hacia nuevas generaciones se vuelve cada día más urgente.

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