René Martínez Pineda
Sociólogo
Este es mi país, sin más fronteras que la solidaridad colectiva de la piel a flor de boca; sin más visa migratoria que el amor comunitario del maíz y sus demonios piadosos; sin más bandera que los tibios e incondicionales brazos ejidales. Esta es mi patria sin patrimonio debido a las dos grandes y oligárquicas expropiaciones que asolaron el territorio como fantasma impune y cochambroso; este es El Salvador que no ha salvado al pueblo de los ladrones, ladroncitos y ladronzuelos que crecen por doquier más resistentes que una falsa flor de Izote en las praderas de Managua; este es el paisito infinito y bonito que los fétidos extranjeros colonialistas y los viles entreguistas del adobe quieren mantener en la oscuridad finquera del añil con cafeína.
Escupan su verdad venenosa, serpientes del robo consuetudinario; háblenle claro al pueblo; digan que para ustedes seguimos siendo un país en ropa de manta y caites gastados; digan que el sueño americano solo brota en las almohadas de satín blanco made in usa; griten que nuestros pies descalzos solo son útiles para recorrer las cruentas sendas de sus ejércitos invasores, pero como carne de cañón; digan que tenemos prohibido sueños tan altos como sus rascacielos de New York y Londres; que en la arquitectura ecléctica de sus ciudades tecnológicas solo somos el patio trasero donde esconden los barcos viejos y los armarios con esqueletos; que solo somos su patética y penumbrosa y famélica colonia del siglo XXI y que nuestros compatriotas, que echan verga día y noche, son sus esclavos digitales a los que les pueden prohibir mandar sus escaldadas remesas a las familias que dejaron atrás, y que la moneda ganada con el sudor de sus impuestos pagados a tiempo sólo tiene valor dentro de su finca, tal como en el siglo XIX; digan que nuestras manos callosas de tanto trabajar solo son buenas para lavar la mierda de sus inodoros y para limpiar las lágrimas que deja el neoliberalismo; que no podemos construir nuestra propia Estatua de la Libertad que nos haría sentir simbólicamente orgullosos de El Salvador que queremos que nos salve de sus tratados de libre comercio que no nos tratan como hombres libres; digan que no podemos contradecir sus órdenes supremas porque eso atenta contra todo… y entonces sale el lobo feroz de los chantajes y los bloqueos a comernos mejor…
Hablen claro, cabrones, digan que somos sus esclavos, sus encomendados, sus peones, sus súbditos que son aborrecidos y perseguidos si aparecen en el paisaje de Paris, Chicago o Barcelona; digan que la luz solo ilumina las noches de Las Vegas y no las de San Salvador porque no nos ven como ciudadanos merecedores de las estrellas; digan que nuestra democracia es un ritual salvaje y desechable y fornicario como sus mercancías y su política exterior irrespetuosa y escatológica, y que solo ustedes tienen la potestad constitucional y divina de romper la democracia en nombre de la democracia, porque ustedes son sus gendarmes arbitrarios, son sus asexuados caballeros templarios, son sus carceleros vitalicios; digan que nuestros barrancos son más profundos que su imponente Gran Cañón del Colorado en el que masacraron a los indios “Pueblo” y a los Navajos sin ningún remordimiento eclesiástico porque, para ustedes, somos ciudadanos de última categoría, de último hervor.
Digan que con ustedes y por ustedes El Salvador no salva a nadie; que dios es blanco, rubio y toma Coca Cola en los Mcdonald’s de Roma y Washington; que las hamburguesas son una nutritiva comida de alcurnia al contrario de nuestras pupusas de queso con loroco de dignidad; que el voto de cientos de miles no vale nada frente al voto único del Capitolio y Paris; digan que para ustedes solo somos la inspiración de La Metamorfosis y que El pozo y el Péndulo fue la amenaza silente que hace mucho nos lanzaron para que no nos atreviéramos a cruzar los muros sifilíticos de sus fronteras; digan que nuestra Constitución es un pasquín barato comparado con la de ustedes.
Pero digan la verdad, cabrones, suelten la lengua colonialista que infecta sus bocas y nuestros oídos. Digan que el Cadejo le dio una cachimbeada de cantina a Batman y Superman; digan que si el Cipitío fuera gringo o europeo ya le habrían levantado un monumento tan alto como la Torre Eiffel por realizar largas travesías para romperle el himen a las fronteras; digan que el Acelhuate es más bondadoso, limpio y humano que su Mississippi porque nos purifica por la noche; digan que los pechos de nuestras mujeres reventadas en las maquilas de los encomenderos son más caudalosos y dulcitos y fulminantes que sus cataratas del Niágara; digan que la luz de la mirada de nuestros niños ilumina más que los faroles de Hollywood y Múnich; digan que las tortillas hacen hombres fuertes y buenos a pesar del hambre que ustedes comercian con los filibusteros criollos atiborrados de dinero.
Digan la verdad, cabrones; digan que nuestra dignidad colectiva para ustedes no es más que una baratija ilusoria que les gusta exhibir en sus vitrinas gangrenadas. Digan todo eso, digan lo que quieran; amenácennos con el largo látigo del dinero de los prestanombres; amenácennos con ponerle cadenas irrompibles a las remesas benditas ganadas honesta y duramente por nuestros hermanos del alma, la diáspora invencible, para que comprendamos que ustedes no ayudan, compran; que ustedes no tienen amigos, tienen peones de ajedrez; que ustedes no tienen aliados, tienen marionetas tricolores… pero, mientras tanto y por joder, seguiremos desafiando sus pre-destinos geopolíticos hoy que ya sabemos que podemos construir nuestro propio destino social, aunque en ello se nos vaya el alma descalza y sin camisa, aunque en ello perdamos el suelo por conquistar nuestro propio cielo usando una escalera de palo de jiote y un zepelín.