Luis Armando González
En algún lugar –creo que una publicación periodística—, uno de estos días leí que, entre otros propósitos estratégicos para la educación en El Salvador, estaba el de la “digitalización” de la educación superior. Lo digo sin atisbo de sarcasmo o irreverencia –aunque si lo fuera no veo por qué ocultarlo—, pero lo primero que se me vino a la mente, al leer lo que acabo de anotar fue: “¿y eso qué diablos significa? A fuer de ser sincero, en mi mente hubo una floritura de expresiones, entre las que sólo puedo mencionar estas dos: ¿y eso qué diantres significa? e ¿y eso qué puercas significa? Con todo, la de “qué diablos” es la que mejor refleja mi reacción ante lo anunciado como propósito educativo estratégico.
Mentiría si digo que el tema me obsesiona o me preocupa como para quitarme el sueño. Cada día me entero de proyectos fantásticos –en diferentes ámbitos de la vida nacional—, pero que no veo cómo se articulan con el país real, precario, pobre y a la deriva. No sé si esos proyectos fantásticos van a cuajar en algo concreto y, si lo hacen, si van a conectarse con, y para atender eficazmente, las necesidades reales –de empleo, salud, alimentación, educación y, en definitiva, de una vida digna— de la mayor parte de la población salvadoreña. Soy escéptico al respecto. Asimismo, estoy convencido de que preocuparse demasiado por el rumbo del país es un camino directo hacia la amargura y la frustración, lo cual no es ni grato ni saludable.
Pero bien, como desde hace ya muchos años –más de los que yo quisiera— estoy metido en la educación superior, casi por vicio me puse a cavilar sobre el mentado tema de su digitalización. En lo primero que pensé, intentando aclararme en lo que se querría decir con ello, es en la emisión de facturas que están implementando, de un tiempo para acá, las empresas comerciales salvadoreñas. Así, cada vez que compro un libro –obviamente, compro otras cosas además de libros—, en la persona que atiende en la ventanilla de pago me dice: “la factura digital por su compra le llegará a su correo electrónico”, y en efecto así sucede. Y si de esto se trata en la “digitalización de la educación superior”, pues qué bueno: la administración financiera de las universidades, los institutos especializados de educación superior y los centros de formación tecnológica funcionará mejor, y los estudiantes, y quienes hacen compras en esas instituciones, recibirán facturas y recibos digitales.
Enseguida, razonando sobre lo anterior, caigo en la cuenta de que a lo mejor no se trata de eso; que seguramente se está pensando en algo de mayor calado. Tengo que esforzarme más, me digo. Y, en ese empeño, me situó en lo que hace varios años atrás fue objeto de un interesante debate: la “digitalización de las comunicaciones” o, como gustaban de decir algunos, la “comunicación digital”. Uno de los focos del debate fue el de la “digitalización del espectro radioeléctrico”, sobre lo cual, en una nota de prensa de 2014, se dice lo siguiente:
“La digitalización del espectro radioeléctrico es un proceso de innovación tecnológica que constituye una oportunidad histórica para democratizar la comunicación. Pero para esto es necesario modificar los marcos normativos y las políticas públicas en comunicación, porque de lo contrario representa una amenaza de mayor concentración mediática… Esto significa que el incipiente debate sobre la digitalización del espectro radioeléctrico no es sólo técnico o ‘para los técnicos’, sino que es un debate político sobre libertad de expresión, derecho a la comunicación y ampliación de la democracia deliberativa”[1].
Y sobre la “comunicación digital” hubo quien, en 2015, entendió que la comunicación digital es la que realiza mediante tecnologías que descansan en la “electrónica digital”; es decir, la comunicación que se realiza en “sistemas de comunicación digitales”. Vale citar en extenso el texto en el que aparecen estas ideas:
“La comunicación digital es de vital importancia ya que esta nos permite estar actualizados e informados de una manera más rápida, la tecnología va a pasos agigantados… en la década pasada para comunicarnos debíamos buscar un sitio donde pudiéramos enviar un fax, ahora todo resulta más fácil y con el gran desarrollo de la electrónica digital y el uso masivo de dispositivos móviles y las computadoras, los sistemas de comunicación son básicamente digitales. La importancia de este tipo de comunicación en las personas radica en que nos permite poder tener contacto con todas las personas de una manera más rápida y eficiente sin importar en donde se encuentre en cualquier parte del mundo… tenemos la facilidad de tomar fotos o grabar videos y subirlo en cuestión de minutos al youtube o alguna red social, o también podemos expresarnos en twitter, facebook o en nuestro blog (…) sobre algún determinado tema. La comunicación digital o comunicación online es una necesidad esencial para las empresas en estos días, es un instrumento para la difusión y promoción de los servicios y productos, así como una herramienta que acompaña los esfuerzos de marketing para la gestión de la imagen y la consolidación de la marca”[2].
Desde 2015 hasta acá, el asunto de la “comunicación digital o comunicación online” es más claro en lo que atañe a su carácter de ser “un instrumento para la difusión y promoción de los servicios y productos”. Y cabe sospechar que, en lo que se refiere a la “digitalización de la educación superior” –y desde 2020 en adelante por ahí ha ido el tema de la digitalización educativa—, de lo que seguramente se trata es de su “virtualización”. O, dicho de otra forma, trasladarla en su totalidad a modalidades virtuales, para lo cual los “instrumentos de difusión y promoción” de los productos educativos serán las plataformas digitales y todos los recursos que estas ofrecen.
Sobre las plataformas educativas digitales en Internet, de entrada, se dice lo siguiente: “las plataformas educativas digitales son espacios en línea diseñados para brindar acceso a contenido educativo, interactivo y personalizado. Estas plataformas abarcan una variedad de formatos, desde aulas virtuales hasta aplicaciones móviles y sitios web especializados”. Pero, esas plataformas han llegado a la educación desde los negocios, y a éstos desde innovaciones tecnológicas de avanzada. De ahí que vale traer a cuenta lo que se suele escuchar o leer, sobre las plataformas digitales, en el ámbito de los negocios:
“Una plataforma digital es el software y la tecnología que se utilizan para unificar y optimizar las operaciones de negocio y los sistemas de TI. Una plataforma digital funciona como la columna vertebral de una compañía para las operaciones y el engagement del cliente. Una plataforma digital puede estandarizar procesos de negocio, haciendo los flujos de trabajo más eficientes y transparentes, para que la empresa pueda gestionar mejor las funciones internas y satisfacer a sus clientes. Mediante el uso de una plataforma digital, las empresas pueden desarrollar y lanzar productos de manera más eficiente, prestar servicio al cliente y crear inteligencia para mejorar las operaciones y fundamentar la estrategia de producto y del negocio. Esta mayor inteligencia dota tanto a los empleados como al personal de atención al cliente, de los datos, el análisis y el conocimiento para mejorar el engagement y generar ingresos”[3].
Dada esta procedencia, y el éxito en los negocios de las plataformas digitales –su jerga y su visión de las personas, su estatus, necesidades y aspiraciones—, no es extraño ni que llegaran a la educación ni que su jerga y visión de las personas también se impusieran en las dinámicas educativas. Un atractivo indiscutido de las plataformas digitales en la educación –especialmente, en la superior— es que son la expresión de avances científicos y tecnológicos de primera línea –en los que se conjugan la física cuántica, la micro y la nano electrónica, la computación cuántica y la inteligencia artificial[4]— a los que conviene sumarse más temprano que tarde.
Para los optimistas radicales sobre las bondades absolutas de estas plataformas digitales en la educación cualquier indicio de crítica o de prudencia al respecto es un síntoma de “resistencia” o de “rechazo” a lo “nuevo”, lo cual es propio de quienes añoran un pasado que ya es obsoleto y que ha sido la cuna de los peores defectos y aberraciones humanas. Sus destrezas en el manejo de esas plataformas –de las cuales los más avezados consumidores tecnológicos conocen mil y un detalles— y la jerga científico-técnica que usan (aderezada con alguna expresión de negocios en inglés) les confirma en la superioridad de su quehacer en todos los ámbitos de la vida.
Pues bien, a mi modo de ver –y si de lo que se trata, cuando se habla de digitalización de la educación superior, es de una virtualización total de ella— lo que se tiene que discutir en profundidad son los fines educativos que, como sociedad, se deben (o debemos) perseguir. Mi experiencia como docente en la educación superior me indica que hay procesos formativos –dados los fines específicos que se persiguen en ellos— que se pueden realizar, con solvencia, en modalidades virtuales (es decir, sin ningún tipo de presencialidad), pero en cambio hay procesos formativos –y siempre desde los fines perseguidos— que requieren dinámicas educativas presenciales parciales o totales. Esta compatibilidad entre medios y fines educativos es algo que debe plantearse con la mayor claridad, criterio y flexibilidad, no dando por descontado que existe un único y exclusivo medio (instrumento, recurso, procedimiento) para alcanzar uno o muchos fines educativos. O, puesto de otro modo, que un fin educativo (o varios) sólo puede alcanzarse siguiendo un único camino o usando un único procedimiento.
La adecuación de los medios a los fines no sólo vale para la política, sino también para la educación. Y lo que me preocupa –no tanto para quitarme el sueño— es que se quiera imponer, desde esferas oficiales u oficiosas, una digitalización de la educación superior que ahogue o expresamente prohíba la utilización de medios, recursos o procedimientos no virtuales (presenciales), aunque los mismos sean pertinentes para lograr de mejor manera los propósitos que se persiguen en una asesoría de tesis, una asignatura o una carrera académica. No se trata aquí de ideologías, gustos o modas, sino de fines u objetivos educativos. Y estos no deberían ser antojadizos o, peor aún, ser declarados irrelevantes: lo que está en juego es la cultura académica y profesional del país, que puede terminar, si no se toman las decisiones más razonables y realistas, en una debacle descomunal.
Para terminar, debo decir que me incomoda, hasta causarme escozor, escuchar frases como las siguientes: “el funcionario fulano de tal, a cuyo cargo está tal dependencia, ha afirmado o decidido tal o cual cosa”. “¿Y?”, me pregunto. Mi duda es por esto: el cargo que tiene ese funcionario no lo reviste de ningún don especial en materia de conocimiento. Sigue siendo una persona falible, que puede estar equivocada o no, pero cuyas opiniones o afirmaciones deben ser discutidas, revisadas y contrastadas con la realidad. Me sucede lo mismo cuando escucho decir: “El Estado o el gobierno ha decidido que de aquí en adelante tal o cual asunto será de esta manera”. Inmediatamente, me digo: “el Estado o el gobierno no deciden nada, sino las personas concretas, falibles, que ostentan cargos en el Estado y el gobierno, y que, lamentablemente, usan el poder que tienen para imponer sus ideas e intereses”.
En fin, apelar al cargo de una persona –sea en un gobierno o en el FMI o el BM— para respaldar lo que dice –como si ello le añadiera contundencia e inapelabilidad a sus afirmaciones— no es más que una argucia. Una argucia que sirve para asegurar la sumisión de los incautos. Ningún cargo, político, empresarial o eclesial, añade una calidad especial a las opiniones, creencias o valoraciones de quien lo ostenta; ni mucho menos hace de esas opiniones, creencias o valoraciones verdades inapelables en un sentido cognitivo. Que se las imponga, utilizando el poder del que se dispone, eso es otro asunto.
San Salvador, 20 de mayo de 2024
[1] “Digitalización del espectro”. CoLatino, 19 de noviembre de 2024. https://www.diariocolatino.com/digitalizacion-del-espectro/
[2] Douglas Barrera, “La comunicación digital en El Salvador” Virtual Mark, 2015. https://ingriddiaz93.wordpress.com/2015/05/17/la-comunicacion-digital-en-el-salvador-por-douglas-barrera/
[3] Cognizant, “Plataforma digital”. https://www.cognizant.com/es/es/glossary/digital-platform
[4] Mustafá Suleyman, Michael Bhaskar, La ola que viene. Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI. Barcelona, Debate, 2023.