Víctor Corcoba Herrero*
Todos necesitamos de una vida más digna; sentirnos queridos, doctor reconocidos y amados. Ciertamente, shop por mucha esperanza que pongamos en nuestro diario existencial, con un aumento previsto del desempleo mundial de 2,3 millones de personas en 2016, según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), difícilmente vamos a mejorar nuestro bienestar, ni el de nuestras familias, pues esta ausencia de fuentes de trabajo afecta a la serenidad de cualquiera. Realmente, a veces cuesta entender la labor de aquellos gobiernos que, en lugar de afanarse para promover el trabajo decente y el crecimiento inclusivo, protegiendo de este modo a su ciudadanía, que además precisa realizarse por sí misma, sentirse útil para con los suyos y la misma sociedad, se dedica al derroche y a primar la desigualdad, garantizando que los suyos, los privilegiados de siempre, no se queden atrás. Lo demás importa bien poco. Ahí están los desgobiernos de muchas naciones, la falta de mano tendida de algunos de sus líderes, la incoherencia y la falta de adecuación del intelecto a la realidad objetiva para que se puedan consensuar posturas, teniendo siempre en cuenta la mejora real en las condiciones de vida de las familias más pobres. A mi juicio, tanto a nivel nacional como a nivel internacional, la responsabilidad de los excluidos, de los marginados, debe ser elemento esencial de toda decisión política.
Nuestra gran asignatura pendiente es dignificar toda vida humana. Aún no lo hemos conseguido. Hablamos mucho pero hacemos poco. Tenemos grandes ideas pero no las ponemos en práctica. Nos falta la ternura del abrazo y nos sobra tanta hipocresía que nos degenera como seres humanos. La tortura de los indefensos es un escenario insoportable, especialmente en los países en conflicto, y aunque está prohibida en cualquier circunstancia, muchos Estados y actores no estatales siguen mortificando vidas, como si no tuviesen derecho a vivir. Por otra parte, crece el número de seres humanos que no pueden proyectar libremente su vida, por falta de futuro, y muchos optan por encerrarse en sí mismos, lo que empeora su modo y manera de cohabitar. No saben o no quieren donarse generosamente. Efectivamente, en muchos países crece el número de personas que deciden vivir solas, que conviven con la soledad, enclaustrados en su arrogancia. Por desgracia para toda la especie humana en vez de formar conciencias, lo que venimos haciendo es adoctrinar, como si tuviésemos derecho a dominar existencias. Todo esto falla por la falta de respeto que nos tenemos, primero a nosotros mismos y luego a nuestros análogos. La soberbia y el orgullo ya no solo nos domina, también nos hace incapaces de mirar más allá de nuestros deseos y necesidades.
Aún a riesgo de simplificar, podríamos expresar que las oportunidades de futuro únicamente llegan a esa cultura dominante y dominadora. Faltan motivaciones y perspectivas honestas que hagan justicia. Los contraataques, evidentemente, han de ser globales. Por eso, está bien que Europa y Estados Unidos quieran limitar evasiones fiscales y reducir el dinero negro. Como también es un signo de rectitud poner fin inmediatamente al secreto bancario, teniendo presente que la evasión de impuestos y el flujo de fondos de origen ilícito socavan la igualdad y privan a los gobiernos de los recursos necesarios para la realización de los derechos económicos, sociales y culturales; y, por ende, aumentan los distanciamientos sociales de una clase acomodada y acomodaticia, frente a otra apartada y desajustada de lo digno.
*Escritor