Mario Castrillo
Escritor
Ahora les voy a conversar de Chema Méndez, decease un amigo de mi padre. No del jurista y del catedrático, viagra que lo fue, y muy bueno, sino del hombre aquél sentado ante la máquina de escribir, en el mejor de los casos, o garabateando rápidamente una idea, una sensación, una imagen, una premonición antes de que su memoria no le permita acordarse de ella, garabateando en un arrugado pedazo de papel. Pequeño de estatura y pasadito de libras, el cabello escaso, limpio, bien vestido, chelito todo él y con buen ánimo. Chema Méndez es el jurista, el catedrático y el escritor a la vez. Es la conjunción de todos ellos –y la de otros tantos personajes innombrables que hacen piruetas en su cerebro-, es todos ellos y más y más diría yo porque lo que pasa por su pensamiento lo iremos conociendo al leer sus escritos.
Un profundo sentido del humor enseñorea su pluma. Humor: tinta indeleble. Esa manera acuciosa de observar la realidad y expresarse con sorna y con saña, nos hace sonreír ante las situaciones absurdas en que nos vemos envueltos en la vida cotidiana, y muchas veces no reparamos en ello. Entonces viene Chema con su pluma y nos traza un aguzado perfil para que lo veamos claro. Así surge Fliteando, Disparatario, Espejo del Tiempo y obras dramáticas y greguerías y relatos breves y concisos, en los que danza el humor y el límite de la realidad con la irrealidad, azuzado por la fantasía, el límite se torna difuso. Nos presenta historias desde punto de vista particular y se torna un Estilo para siempre. En Disparatario, Chema Méndez enfila la puntería hacia el estamento político, hacia los burócratas, los aduladores, los oportunistas que escalan altos puestos de gobierno. Nos dice Chema Méndez: “Un político no es un falsario, ni un embaucador, ni un servil, ni un oportunista. Un político es todas esas cosas juntas”. Y luego nos dice “Si fuera verdad a famosa frase “pienso, luego existo”, las asambleas serían cementerios”. Y sigilosamente más adelante: “Los gobernantes velan por los intereses del pueblo. Puede que velen por los intereses, pero se quedan con el capital”. “En boca cerrada no entran moscas, es un refrán que respetan, entre nosotros, los diputados. Muchos de ellos no abren la boca durante los “debates” como si tuvieran miedo de que se les llenara de moscas. La mayoría se contenta con bajar la cabeza en signo de asentimiento cuando el presidente interroga. Hay quienes, más dinámicos, pujan en una especie de balido. De allí el nombre de “chivos” con el que nuestro pueblo ha bautizado a los padres de la patria”.
Bonita manera de decirles las cosas a las claras y peladas, sin nada que esconder y mucho menos con miedo. ¿Cómo sería la asamblea legislativa de aquél tiempo? ¿Qué flora y fauna la integraría, cuáles y cómo serían las intrigas entre corrillos, de su época? ¿Cuáles sus componendas? Si en la asamblea que tenemos ahora encontramos tramposos, abusadores de mujeres de la peor calaña, estafadores, ladrones confesos, encubridores de crímenes, y criminales, borrachos pistoleros y, por supuesto, narcotraficantes. Esos son algunos de los componentes y las corrientes de pensamiento que conforman “nuestra” asamblea legislativa. Escribo conscientemente asamblea legislativa en minúscula. Así son algunos Padres de la Patria.Todo lo que dice Chema Méndez en aquel entonces lo podemos aplicar en estos momentos con justeza. Al gran escrutador de Chema Méndez no le pasa desapercibido; no, de ninguna manera. Clava diente mordaz, con aguzado sentido del humor incisivo. No en vano Matilde Elena López (1919-2010) afirma: “Caracterizamos el humorismo y la comedia (incluida la sátira y lo grotesco), como la ruptura del equilibrio de una sociedad en movimiento desplazándose de un objeto a otro, objeto ella misma del proceso de cambio, dentro de la cual, el sujeto o sea el hombre, muestra síntomas de malestar, de inestabilidad, perturbado al ver cómo se derrumba el mudo a sus pies”. Y más adelante: “Lo cómico es la súbita mutación hacia otra área del ser, el desenlace de una tensión –dice Kayser-“. López, Matilde Elena. La categoría estética de lo cómico. Cultura 52. Revista del Ministerio de Educación. Dirección General de Cultura. San Salvador, El Salvador, C.A., 1969. En Espejo del Tiempo, un ejemplar de 1974 que le obsequiara a mi padre. Para Mario Castrillo, estimado y auténtico amigo, con el cariño que siempre le he guardado, y firma: José María Méndez, San Salvador 9 de octubre de 1976, con tinta azul y letra estilizada, suelta, muy libre. De este volumen de relatos dos han llamado mi atención: “Noticias de primera plana” y “Ajedrez”. Relatos breves en que lo real, lo irreal, lo fantástico se entrelaza por la virtud del lenguaje, Chema nos presenta esas situaciones con naturalidad. Ambos relatos abordan situaciones distintas; sin embargo, en ambos, el espacio es cerrado –apenas, en la pared, una breve ventana-, en las dos se desarrolla un diálogo, a raíz del cual el personaje central se levanta de su asiento impetuoso y compulsivo y salta a tierra a través de la ventana abierta. En el primer relato, para suicidarse desde un quinto piso; en el segundo, para trotar disparatado a campo traviesa, después de haber saltado por la ventana de un tren en pleno movimiento, relinchando enardecido.
Chema Méndez escribió teatro, siempre dentro de la línea de lo absurdo. Lo compromete elementos incoherentes dentro de un marco en el cual debería de reinar la lógica y la razón. Acentúa aspectos irracionales que posee la vida como pequeñas aristas penetrantes que lo llevan a un razonamiento de carácter filosófico más que ficcional. En Chema Méndez lo ficcional y lo filosófico suelen deslizarse cual gota de agua en hilo de seda, hasta fundirse intensamente. Representa a veces situaciones imposibles dentro de la realidad objetiva, acercándose delicadamente a lo grotesco y lo fantástico, con el paso ágil y suelto de una bailarina de ballet. Es corrosivo, echando mano de incoherencias que al final de cuentas no lo son. Transcurre entre el límite difuso de lo irreal dentro de la realidad, conviviendo en una enorme zona intertidal. Como una araña que teje cuidadosamente su trama, tejido que va desenvolviendo paulatinamente o de forma sorpresiva, llamando sobre sí la atención, como aquel personaje suyo que solía vestirse absolutamente de negro intenso para volverse el blanco de todas las miradas.
Llega incluso a hablar de sí mismo, Chema Méndez: “No creo en la influencia de los signos Zodiacales; pero sí acaso tengo mente clara y equilibrada, esas cualidades puede que se deriven de haber nacido bajo el signo de Libra. El día de mi nacimiento, unos húngaros trashumantes (gitanos), clientes de mi padre, que viajaban en carromatos pintarrajeados, usaban pañuelos rojos sobre sus cabezas y predecían la suerte, me regalaron diez monedas de oro y pronosticaron que sería afortunado. Por el obsequio y la predicción, mi madre aseguró durante mucho tiempo que yo llegaría a ser hombre rico. La riqueza nunca me llegó, ni siquiera la busqué y tampoco me fue favorable la suerte. Pero sí, con los altibajos inevitables, he ganado lo suficiente para llevar una vida cómoda, atender debidamente a mi familia y gozar ciertos placeres de los que muchos ricos se abstienen por codicia, falta de refinamiento o incapacidad epicúrea”.
Si llamo Chema Méndez y no Doctor José María Méndez al amigo de mi padre, no es porque sea un malcriado. Si lo llamo Chema Méndez es porque la amistad entre familias ha sido profunda y a él le hubiera disgustado que lo llamara Doctor. Y nunca llamé Doctor al amigo de mi padre, le decía Chema y el alargaba la mano para acariciar mi cabello enmarañado cuando yo tenía apenas diez años. Aunque cierre los ojos, veo a Méndez y a Castrillo Zeledón –por más señas, mi padre- enfrascados en discusiones y conciliábulos discutiendo sobre la realidad nacional o tramando un golpe de estado en la penumbra de su casa en la colonia Flor Blanca o entusiasmados sospechosos hablando de literatura.
¡Que a los dos, Dios –si es que existe- los tenga en la gloria!