René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Si parto de la premisa de que lo político (no la política) es el espíritu de un hecho o acto vital orientado, ideológicamente, a tomar decisiones que afectan a otros, en función de ciertos intereses y ejerciendo algún tipo de poder (tangible o no), hablar de la dimensión política de la sociología no es referirse a la sociología política, es hacer hincapié en que esa dimensión es parte innata de cualquier tesis sociológica o de cualquier acción individual o social. Aclaro que no hablo de decisiones partidistas o electorales (¿FMLN o GANA?), sino de la dimensión política que tienen las decisiones que tomamos, por cotidianas o pedestres que sean: tomar café en ese lugar y no en otro, pues cada espacio tiene su propia identidad dada por las personas que lo frecuentan y con quienes se ejercen o imaginan relaciones de poder; decidir el tema de un mural (la voz de la víctima o la del victimario), en tanto este hace contar historias a la pared; escoger el equipo de fútbol al que le damos nuestra lealtad; elegir un tema de investigación sociológica: ¿orgasmo o privatización del agua?; decidir qué abordar y qué no en un plan de estudios y cuáles referentes intelectuales usar; decidir quiénes deben formar parte de una actividad lúdica o académica, pues la sumatoria de las intencionalidades –como algo sui generis- le dará carácter e identidad a la misma y, en ese sentido, la intencionalidad ideológica de una actividad es más sustancial que las capacidades de cada integrante del grupo que la realiza, etc.
Entonces, un grupo de sociólogos que asume el compromiso social con los pobres y con la justicia social -como la sociología marxista o crítica que construyen sus subculturas académicas, más o menos intensas- tiene una dimensión política definida, y eso lleva a excluir las reaccionarias posiciones antagónicas (teóricas, personales o ideológicas) que son las que, como pequeña versión o pregoneras de la clase dominante, han conquistado el espectro social y académico, así como el mundo de las librerías y congresos. Esa exclusión no tiene nada que ver con la democracia, ni la vulnera, porque las subculturas no se forman usando los mecanismos tradicionales (o más conocidos) de la democracia electoral y no se trata de asentar y usar promedios, sino que se construyen por afinidad de valores bajo un liderazgo coherente. Por tal razón, ese tipo de exclusiones no implican tiranía (la subcultura de sociólogos de derecha excluye la participación de grupos contrarios y ejerce su dominio en los espacios que puede), ya que vivimos en una sociedad que se organiza y desarrolla, precisamente, sobre la base de las mismas (hay una constante construcción de subculturas políticas y académicas) y sería una ingenuidad no apuntalar la visión crítica si estamos agobiados por la acrítica, tanto en la vida como en la academia.
Las decisiones tomadas -como sociólogos o ciudadanos- poseen una dimensión política orientada por la ideología que, lo sepamos o no, poseemos, y de la que no está exenta la sociología, a menos que hayamos comprado la baratija del fin de la historia y veamos la sociedad con inocencia pueril como si no pasara nada en ella; como si diera lo mismo hacer una cosa u otra; como si fuéramos un niño de tiza rosada en un muro viejo súbitamente borrado por la lluvia de los intereses económicos y políticos.
Y es que el desarrollo académico y profesional de la sociología -en un mundo de injusticias galopantes que propició su surgimiento- necesariamente iba a llegar al punto de reconocer, en ambas cuestas, su dimensión política: para cambiar la realidad o para preservarla, esa fue otra decisión tomada. De lo que estoy seguro es de que hay que tomar una decisión al respecto, debido a que la sociología es mucho más que una técnica inocua aplicada a la solución aislada y neutral de problemas sociales que, en definitiva, son creados por la sociedad, lo cual nos remite al reto de encontrar la diferencia entre un “problema social” y un “hecho sociológico”, haciendo de la dimensión política un problema teórico, práctico e inexorable. A mi entender, la dimensión política no es, por naturaleza, externa a la sociología, sino que es la parte orgánica que la hace socialmente pertinente y, por ello, debe ser usada conscientemente. Como dato curioso recordemos que los únicos que afirman que la sociología es neutral, sin ideología y sin dimensión política, son los funcionalistas, quienes para seducir con el vaho de “ser erudito”, la reducen al nivel de “ciencia pura” porque la tratan de forma impersonal como “pura ciencia”, lo cual es incorrecto social y científicamente.
Por mi formación teórica y práctica, estoy convencido que la dimensión política de la sociología permea el estudio de la sociedad (la construcción teórica de lo sociológico y de lo social con fundamentos políticos que no son políticos) y el de la cotidianidad de las relaciones sociales en todos sus niveles (macro y micro), y no solamente lo que el sentido común denomina como “cosa política” pensando en lo electoral como resumen de la historia e identidad. El nudo epistemológico es, entonces, cómo construir sus conceptos significantes y cómo ser consecuentes con la posición adoptada.
En este punto es necesario aclarar la diferencia entre el término consenso y el de cooperación. Entiendo la cooperación como un empeño colectivo y voluntario por el logro de una meta tangible, finita y práctica que tendrá una dimensión política, nos guste o no. En general, la meta toma precedencia moral sobre los conflictos existentes entre los miembros del grupo y eso lleva a incluir y excluir. El consenso, en cambio, se refiere al medio en que se deriva una unidad como consecuencia del inevitable conflicto y busca las bases de la cohesión social en las condiciones del conflicto mismo (coexistencia pacífica en un ambiente laboral o en definir horarios). En otras palabras, se refiere al conjunto político-administrativo vigente, al contexto último en que las decisiones burocráticas del grupo se toman en el marco de un trabajo que no se puede obviar ni desobedecer, como ser empleado de una oficina la cual no es una subcultura. El consenso no es un acuerdo colectivo sobre los fines externos del grupo, sino un aspecto del grupo que puede darse o no. Es esa tensión entre conflicto y consenso –dos caras paradójicas de todo grupo social- que está al corazón del problema de la interpretación sociológica en su dimensión política.