Ivone Gebara Brasil
Tomado de la Agenda Latinoamericana
Una breve reflexión sobre la dimensión políticoecológica del feminismo nos invita a reconocer la distancia entre nuestras reflexiones teóricas y lo cotidiano de nuestras vidas, entre nuestros sueños y la precaria realidad del vivir. En medio de la lucha diaria algunas personas hacen de los acontecimientos e interpretaciones su material de reflexión. Estas personas tienen una función social especial que es discernir hacia dónde nos conducen nuestros comportamientos personales y colectivos y cuáles son sus significados provisionales en la larga historia de descubrir el sentido de la vida. Son ellas las exploradoras, las visionarias, las pensantes del mundo inmediato y del mundo en general. A diferencia de los atletas y deportistas que muestran externamente las habilidades de sus cuerpos, estas personas muestran las habilidades del pensamiento, su génesis, sus interconexiones e interrogantes. Las pensadoras/ es educan sus habilidades interiores para tratar de COMPRENDER lo que sucede en el mundo y proponer rutas. Se adentran en sí mismas recorriendo arduos caminos para ejercitar su pensamiento en la comprensión de lo que emerge en la vida cotidiana.
Uno de los movimientos en esa línea de educación del pensamiento contemporáneo es el feminismo. No es posible hablar aquí de todos los aspectos del movimiento feminista y de sus conquistas, por lo que nos centraremos en la comprensión del aspecto político-ecológico del feminismo desde una perspectiva filosófica, lo que significa acercarse a una comprensión a partir de lo que se manifiesta en las relaciones humanas y sobre todo “más allá” de lo que se manifiesta. Esa perspectiva nos hace descubrir razones y motivaciones que se ocultan en nuestras acciones y comportamientos. El “más allá” de lo que aparece es la necesidad de mostrar opresiones reproducidas y naturalizadas por la cultura en las diferentes relaciones sociales. Es el esfuerzo de las pensadoras para encontrar conexiones históricas, culturales, étnicas, religiosas, psicológicas u otras que moldean a las mujeres en un patrón histórico de sumisión y a los hombres en un patrón de dominación. Esos patrones se interpretan y se apoyan mutuamente de manera que no podemos pensar uno sin pensar en el otro, pues en realidad son un mismo patrón con diferentes expresiones. Este patrón o modelo se viene criticando y ha provocado grandes cambios en nuestra manera de ser en el mundo. Las críticas y nuevas propuestas constituyen lo que llamamos “pensamiento feminista” plural. En esta reflexión queremos entender filosóficamente algunas consecuencias del feminismo en la comprensión de las relaciones humanas. También abriremos espacios para vislumbrar que la dimensión ecológica de la vida está íntimamente ligada a la comprensión del ser humano y a la revolución que el feminismo está provocando. Cuando se habla de feminismo se piensa en “cosa” de mujeres que quieren introducir cambios en comportamientos considerados normales o naturales. Quienes así piensan se engañan con relación al feminismo crítico y a sus propuestas antropológicas inclusivas. Si no fuese desde esa perspectiva, el feminismo correría el riesgo de ser sólo un producto de consumo, una expresión de mujeres “locas” exigiendo sólo derechos de igualdad con lo masculino reconociéndole una supremacía justa e imitable. Pero el feminismo crítico, sobre todo en su vertiente filosófica, introduce una nueva manera de comprender a los seres humanos en su diversidad y en su relación con el mundo natural en el que vivimos.En la mayoría de las culturas occidentales y orientales podemos observar que los fundamentos que garantizan el funcionamiento de la sociedad son dados por una tradición que sin duda podemos ubicar en el pensamiento masculino. Por ejemplo, algunos filósofos griegos que influenciaron al Cristianismo, imaginaban una fuerza originaria inmaterial, el “principio cósmico” que determinaba el ser de cada cosa o de cada ser. El “principio cósmico” del “origen” de todo era simbólicamente masculino, pensado y afirmado por hombres. Las mujeres raramente eran incluidas en esas discusiones y por eso eran consideradas más próximas a la materia que al espíritu. El grado de proximidad de las mujeres al “principio cósmico” creador y ordenador era muy inferior al de los hombres. El “principio cósmico” creado por la mente masculina se fue volviendo inmortal, infinito, eterno y fue extendiendo su dominio por la Tierra culturalmente, políticamente y económicamente. En el CristianisEn el Cristianismo este ser o fuerza espiritual de expresión histórica masculina fue traducido con la expresión “Dios Padre todo poderoso”, creador y organizador de todo lo que existe. Y ese mismo poder fue atribuido a Jesús, único hijo del Padre. A partir de las jerarquías establecidas y de la división social del trabajo las sociedades fueron separando el trabajo material del espiritual, lo doméstico de lo público, lo individual de lo social. Cuidar de la materialidad de la vida se volvió menos importante que el pensar la vida, actividad considerada del espíritu. Nobles y esclavos de diferentes categorías fueron dividiéndose en la sociedad y dividiendo a la sociedad entre los elegidos y los condenados a subsistir sirviendo solamente a los otros.
El feminismo viene a unir lúcidamente lo material con lo espiritual, lo individual y lo colectivo, de modo que aunque aún usamos estas expresiones, ya no les damos el mismo significado. En el “principio” (Big Bang) hubo materia/fuerza vital absolutamente unidas, o sea, materia y espíritu como expresiones de la misma realidad en evolución. En la misma línea las feministas unimos lo finito de la vida con lo infinito de nuestro deseo, tratando de superar la osadía masculina de negar la finitud. El patriarcado masculino creó la inmortalidad, lo infinito, lo eterno, como contrapuntos para sanar las heridas de la precariedad de la vida sin percibir, además, que la misma está marcada por el rechazo de algunos/as del derecho a la dignidad. Esclavos y mujeres según diferentes clases y etnias, eran excluidos e irrespetados. Tampoco percibieron que nuestras vidas son interdependientes de lo que llamamos “naturaleza”, que somos parte de ella, que la necesitamos para vivir y por eso es necesario cuidar de ella. Esa comprensión patriarcal parcial de la vida perdura hasta nuestros días. Por ello, la novedad de la antropología filosófica feminista es de gran importancia para nuestro mundo. También la antropología feminista cambia nuestra teología cristiana y nuestra comprensión de lo humano/ divino. Algunas pinceladas nos darán una pequeña idea de las propuestas feministas.
El primer límite del ser humano es su propio cuerpo. Rodearse de otros cuerpos, nutrirse de cuerpos, desear cuerpos, es nuestra condición. Somos cuerpos frágiles necesitados unos de otros para sobrevivir. En nuestro cuerpo tomamos consciencia colectiva de una organización social milenaria a partir de la cual clasificamos de forma excluyente cuerpos semejantes y diferentes a los nuestros. Liberamos a algunos y esclavizamos a otros. Nos dominamos unos a otros según nuestros intereses. Cuando clasificamos los cuerpos, les asignamos valores diferentes, los usamos como objetos o los exaltamos convirtiéndonos en siervos de nuestras propias invenciones. Incluso llegamos a crear cuerpos espirituales que sobreviven a la muerte, que habitan en los cielos e interfieren en la vida de los cuerpos terrenos que aún no han cruzado los límites de la muerte hacia la inmortalidad. Tal concepción aumenta nuestra fragilidad y la irresponsabilidad de vivir sin apreciar la precariedad de nuestras vidas. En el mundo científico y tecnológico actual ya es inadmisible la separación entre el cielo y la tierra y la idea de habitantes gloriosos o condenados. Debemos revisar y reinterpretar los viejos conceptos teológicos. El feminismo propone comprender al ser humano desde sí mismo, no desde un ideal utópico propuesto por un discurso filosófico o religioso de otros tiempos.
Enfatiza la constitución humana en constante evolución, la historia como una confluencia de voluntades influyentes entre sí. Cada generación busca su sentido y deja a la siguiente una herencia que está en transformación. La generación actual de feministas heredó un mundo consciente de la explotación social capitalista de los pobres, de las mujeres y del planeta y lucha de diferentes maneras para cambiar esa situación. No hay una meta a alcanzar, pues la historia colectiva sigue. Individualmente morimos, pero el colectivo en continua evolución sigue revisando y modificando sus luchas según los nuevos desafíos. Este análisis implica una seria crítica a las utopías científicas que quieren predecir un punto de llegada común para todos. Igualmente critica las utopías religiosas patriarcales que nos proponen un final de la historia más allá de la historia, una vida más allá de ésta, lo que sirve para amortiguar la provisionalidad de nuestras historias. Apela a seres fuera de la historia real dándoles vida imaginaria para que se encarguen de nuestras vidas. Sólo son artificios de nuestra compleja humanidad que para calmar los dolores, ama las ilusiones y se aferra a ellas más que a los sufrimientos temporales y a las bellezas efímeras de nuestra existencia. Debemos reconocer la falta del afecto que nutre nuestros cuerpos, las inseguridades cotidianas, las intemperies de la naturaleza, la necesidad de protección y calor…
Por eso, inventamos amores celestiales, brazos imaginarios que sostienen nuestras vidas… Podemos entender nuestra búsqueda de protección, pero en estos nuevos tiempos el cambio de significados es necesario. Acusan a las feministas de materialistas. Pero ¿qué es el materialismo? ¿Qué es esa materialidad que la filosofía y luego la economía afirmaron y la religión satanizó? ¿Por qué temer los cuerpos que somos? ¿Por qué no contemplar la belleza de su finitud?
Nos dicen que no podemos reducir la vida a la materia. Pero ¿qué es realmente la vida? Es ese aliento en un cuerpo, un cuerpo con aliento, que va y que viene y tiene miedo de perderse, de desaparecer en el tiempo y en el espacio… Nos acusan de vivir sólo en lo material de la vida y en la búsqueda de la sobrevivencia.
Así reducen el alcance de nuestro amor a la vida, de nuestras reflexiones y poesía. La perspectiva filosófica feminista se sitúa en la línea de una transcendencia activa, renovable, históricamente experimentable y reconocida a posteriori como valor. Ésta es experiencia histórica, comportamiento, acción, que nos revelan una humanidad mayor que nuestro individualismo, una humanidad que sale del egoísmo y gana terreno en un “nosotros/as colectivo”. Esta transcendencia activa y renovable nos permite hablar de transcendencia ética y estética dentro de los límites de nuestra propia inmanencia corporal. La trascendencia no está más allá del cuerpo o sin el cuerpo material que nos constituye. No está en una esfera celeste imaginaria. Vivir la transcendencia es vivir más allá de lo inmediato y descubrir bellezas ocultas en un mendigo que cuida primero a su perro que lo acompaña, es gozar la belleza de un atardecer, es escuchar una música que mueve las entrañas, es escribir un bello poema, es compartir el pan con transeúntes. Vivir la transcendencia es “visitar a los presos”, “vestir a los desnudos”, “acoger a los huérfanos, a la viuda o al extranjero”, es “dar las manos para proteger un bosque” y “cuidar de la reproducción de las tortugas”… Es todo eso vivido en la inmanencia de nuestros cuerpos. Algo de eso es filosofía feminista. Estamos dando sólo los primeros pasos…