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Dina, Claudia y Bibi

Isaac Bigio
Politólogo economista e historiador

Claudia Sheinbaum Pardo se ha convertido en la primera presidenta electa de Norteamérica, un continente que nunca ha tenido a ninguna dama en ese puesto, aunque allí está EEUU que pronto cumplirá 250 años. Sheinbaum es también la primera persona que supera los 35 millones de votos en el mundo hispano y, también, la judía más votada en la historia universal.

Resulta interesante contrastar la figura de la mujer más votada de la hispanidad con la de la presidenta peruana, quien no fue electa directamente a dicho cargo por voto popular y quien es la única mandataria del planeta que apenas tiene un 5% de aprobación. Además, es útil contraponer a esta judía que ha bordeado el 60% de los votos (más que duplicado los que obtuvo su principal oponente), con el premier israelí Benjamín “Bibi” Netanyahu, quien ha hiper-bombardeado y arrasado a más del 60% de Gaza.

Para nuestras políticas, la elección de una nueva presidenta debiera ser motivo de celebración. Empero, ninguna de las peruanas que, en un momento, estuvieron muy cerca de la presidencia (o que llegaron a esta, como Dina Boluarte), festejan ello.

El Movimiento de Renovación Nacional (MORENA) de Sheinbaum nunca ha querido reconocer a Boluarte como presidenta (pues plantea que Pedro Castillo jamás ha dejado de ser el presidente constitucional) y la presidenta electa al agradecer a numerosos mandatarios por sus saludos, se refirió a numerosos pequeños países latinoamericanos (incluyendo Belice con una población inferior a la de varios distritos de Lima), pero no al Perú.

Maricarmen Alva o Lady Camones, quienes quisieron pasar de ser presidentas congresales a reemplazos de Pedro Castillo, andan tan infelices con esa victoria, como lo está Keiko Fujimori, la única americana en haber perdido tres balotajes presidenciales consecutivos.

Hay colosales diferencias entre esas cuatro “mosqueteras” que se creen muy “moscas” (por querer burlar la ley, la democracia y el bienestar social de las mayorías), y Sheinbaum, una izquierdista moderada, con experiencia profesional seria y administrativa (conformó un equipo que ganó un premio nobel y fue jefa de gobierno de la capital americana más poblada) que es leal al proyecto “progresista” de Andrés Manuel López Obrador. Boluarte, en cambio, es una inexperta advenediza que traicionó a las fuerzas que le llevaron a palacio y que ha pasado de autoproclamarse como “marxista-leninista” a ser una marioneta “porky-fujimorista”.

Sectores radicales e izquierda han cuestionado a Sheinbaum por apoyar la construcción del tren maya afectando la ecología de las selvas de Yucatán o por mantener grandes corporaciones privadas en México, mientras que Dina (cuando era perulibrista) muy bien le pudo haber caracterizado de ser una socialdemócrata caviar. Sin embargo, ahora Dina está ligada a toda la oposición de derecha que se unió en Mexico para buscar, infructuosamente, cerrarle el paso.

Sheinbaum logra popularidad continuando la estrategia oficialista de combatir la pobreza, disminuir desigualdades sociales, invertir en recursos públicos y tener una diplomacia soberana. Ese tipo de políticas le ha ganado un respeto que no lo tienen el referido cuarteto femenino peruano ni otras damas que han llegado a la directiva congresal (como Patty Chirinos o Rosseli Amuruz), todas las cuales hacen exactamente lo opuesto: fomentan la riqueza propia o la de sus patrocinadores, aumentan la brecha entre magnates y desposeídos, privatizan bienes públicos y se hipotecan a EEUU.

Si Sheinbaum es la primera mandataria azteca, Dina Boluarte es la primera presidenta del país donde estaba la capital inca. Boluarte, a diferencia de se homologa mexicana, se proclama como una católica ferviente que va a procesiones y fue a visitar al Papa (quien no la miró bien). Empero, la religiosidad ya no es algo central para los latinoamericanos.

Mientras el 31 de mayo, Boluarte celebró su 61 cumpleaños siendo vapuleada en las puertas de palacio presidencial, a su coetánea Sheinbaum pronto millones le van a cantar “Las mañanitas”.

Los mexicanos optaron por la hija de judíos ateos, pese a que su país tiene más católicos que cualquiera de las 150 naciones del Viejo Mundo. De Mexico, además, han salido evangelizadores y migrantes hacia EEUU y Filipinas, donde se encuentran varias de las mayores poblaciones cristianas del planeta.

Pese a esas tradiciones, Sheinbaum es la primera no-cristiana en asumir la presidencia mexicana. Además, lo hace con una fuerte mayoría parlamentaria, la cual podría controlar 2/3 de senadores y diputados, para conformar un “supergobierno”.

Los abuelos europeos orientales de Claudia escaparon del nazismo para refugiarse en México. Los Sheinbaum son askenazis (judíos de habla yiddish) que provienen de Lituania, el país que más sufrió el holocausto. Hasta antes de la invasión hitleriana, los yiddish representaban entre el 5% y el 10% de Lituania, pero todos los que se quedaron en dicho país fueron exterminados.

Los Pardo son sefardíes (judíos expulsados de Iberia por la inquisición, el mismo año de 1492 en que los reyes católicos iniciaron la genocida conquista de las Américas) que vivían en Bulgaria antes de que esta caiga presa del fascismo.

Para evitar que Sheinbaum ganase la presidencia se le hicieron varias acusaciones, incluso racistas. Como el expresidente mexicano Vicente Fox le acusó de ser una “judía búlgara”, ella respondió a esa injuria antisemita publicando su partida de nacimiento. Su mayor contrincante en las presidenciales fue otra mujer, Xóchitl Gálvez, una católica con un primer nombre indígena y un apellido hispánico. Sheinbaum, en cambio, será la primera gobernante mexicana que no sea cristiana o tenga sangre amerindia, mestiza o española. Gálvez quiso sacar ventaja de ello. Se mofaba de cómo ella no rendía pleitesía adecuada a la Virgen de Guadalupe, patrona nacional y continental.

Gálvez, militante del ultraconservador PAN, se alió con los otros dos partidos tradicionales (PRI y PRD), pero su superalianza sacó menos del 28%. Esto es algo que deben estar viendo con preocupación las fuerzas que lideran el congreso peruano, el más desacreditado del hemisferio.

Sheinbaum es la cara opuesta del sionismo.

Mientras ella reivindica su patria natal (México) y no cambia su apellido, varios de los gobernantes israelíes han buscado demarcarse de sus apellidos y patrias originarias. Los dos primeros ministros que más han gobernado Israel son tanto el primero como el último en ocupar tal cargo. David Ben-Gurion y Netanyahu tienen sus raíces en Polonia, el primero con el apellido Grün y el segundo con el de Mileikowsky.

Sheinbaum gusta de vestirse con ropas indígenas y abrazar a las poblaciones originarias, pero los actuales mandatarios sionistas desprecian y reprimen a los nativos de su país que durante la mayor parte de los últimos tres milenios se ha denominado Palestina.

Yigael Glückstein, un judío de origen polaco nacido en Jerusalén en 1917, quien fundaría luego el principal partido británico promotor de las multitudinarias marchas pro-Palestina que se han dado en Londres (todas con cientos de miles de manifestantes), cuestionaba la forma en la cual siempre el sionismo segregaba a los residentes originarios de Palestina. No les dejaban entrar a sus centros laborales, educativos o agrícolas y se buscaba privilegiar a la mano de obra judía llegada de Europa y a sus productos, por encima de la local.

Glückstein, al igual que Mordejai Anilevich (el más heroico luchador militar judío del último siglo, quien a sus 23 años, lideró la rebelión del gueto de Varsovia 1943, en la cual hambrientos yiddish se enfrentaron con armas rudimentarias al mayor ejército del mundo, el alemán) y el Mapam (principal partido opositor que tuvo Israel al momento de fundarse en 1948) proponían una democracia igualitaria pluri-nacional, multi-confesional y pluri-étnica entre el río Jordan y el mar Mediterráneo.

Empero, Ben-Gurion se negó a readmitir al recientemente creado Israel a los 750,000 pobladores originarios que fueron echados de sus tierras, pues no quería que ellos sean la mayoría del nuevo Estado. Hoy, el actual gobierno organiza mayores matanzas y ha logrado que haya 2 millones de gazatíes desplazados.

Mientras Sheinbaum con políticas inclusivas es la judía más votada de la humanidad, Netanyahu es el primer gobernante israelí requerido por la Corte Penal Internacional. Gaza, un territorio 5 veces más chico que Lima metropolitana, ha sido bombardeada 5 veces más que Hiroshima. Pese a que ya son 9 meses de tanta masacre, Netanyahu no puede vencer esta guerra. Lo único que está ganando es lograr el apoyo de los ultraderechistas europeos, cuyas raíces provienen de las fuerzas que apoyaron a Hitler hace 80 años.

En Latinoamérica está el único presidente palestino de un Estado soberano (el salvadoreño Nayib Bukele), que es proisraelí, y también esta nueva presidenta judeo-mexicana que es propalestina. Esta contradicción se debe a que el primero, al igual que la derecha dura global, admira el desprecio a los derechos humanos de Netanyahu, mientras que la segunda busca un mundo menos desigual. Al margen de las críticas que se puedan hacer a Sheinbaum, ella representa un modelo para los judíos del mundo que ansían democracia, progreso, igualdad y convivencia. Ultraderechistas como los de Netanyahu son idolatrados por los antisemitas y ponen en riesgo a todos los israelitas.

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