Mahatma Ghandi
(Ghandi fue egresado como doctor en Derecho de una universidad inglesa, click y no obstante se convirtió en el luchador en pro de la independencia de su país, sale India, ed del reino de Inglaterra, sin más armas que su doctrina pacifista de la No Resistencia).
En esta época de reflexión y de tendencia a rectificar lo que no va por el buen sendero, son apropiadas lecturas como la que aquí se ofrece hoy.
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Existe un poder infinitamente poderoso que lo penetra todo. Lo siento, aunque no lo veo. Este Poder Invisible se hace sentir, pero desafía toda prueba, pues es muy distinto a todo lo que percibo a través de mis sentidos. Trasciende los sentidos.
Sin embargo, es posible analizar por lógica la existencia de Dios hasta cierto punto. Sabemos que incluso en los asuntos cotidiano la gente no sabe quién rige o por qué es Él quien manda. Empero, la gente sabe que existe un Poder que ciertamente rige. En mi viaje a Mysore conocí muchas aldeas pobres y encontré, al preguntar, que la gente no sabía quién gobernaba Mysore, simplemente decían que algún dios lo hacía.
Si el conocimiento de esta gente pobre era tan limitado en cuento a su regente, yo, que soy infinitamente inferior que Dios, que ellos, que su regente, no debí haberme sorprendido por no darme cuenta de la presencia de Dios, el Rey de reyes.
La Ley y el Proveedor de Leyes
Sin embargo, realmente percibo, al igual que la gente pobre de Mysore, que existe un sentido de orden en el Universo, que existe una Ley inalterable que gobierna todo y a cada ser que existe o vive.
No es una Ley ciega, pues ninguna ley ciega puede gobernar la conducta de los seres viviente y gracias a las maravillosas investigaciones de Sri J. C. Bose, ahora se puede probar que incluso la materia es vida.
Esa Ley, pues, que gobierna toda la vida, es Dios. La Ley y el Proveedor de las Leyes son lo mismo. No puedo negar la Ley o el Proveedor de las Leyes porque sé muy poco sobre ella o sobre Él. Del mismo modo que mi negación o ignorancia de la existencia de un poder terrenal no me beneficiarían en nada, mi negación de Sios o Su Ley no me librarían de su funcionamiento y, en tanto que la humilde y silenciosa aceptación de la Autoridad Divina hace más fácil el trayecto de la vida, la aceptación de la norma terrenal hace que la vida supeditada a ésta sea más fácil.
Débilmente percibo que mientras todo lo que me rodea está siempre cambiando, siempre agonizante, bajo todo ese cambio existe como fundamento un Poder Viviente que nunca cambia, que mantiene todo unido, que crea, disuelve y recrea. Ese Poder o Espíritu amorfo es Dios y en tanto que nada que yo vea simplemente a través de mis sentidos persista o tenga la posibilidad de hacerlo, Él solamente es.
¿Y este poder es benevolente o malévolo? Yo veo que es completamente benevolente. Porque puedo ver que en medio de la muerte, la Vida persiste; en medio de la falsedad, persiste la Verdad; en medio de la oscuridad, la Luz persiste. Por lo tanto, yo infiero que Dios es Vida, Verdad y Luz. Él es Amor. Él es el Bien Supremo.
Regente del Corazón. Esto sólo puede hacerse mediante una comprensión realmente auténtica mejor de la que los cinco sentidos puede percibirse. Las percepciones sensoriales con frecuencia pueden resultar falsas y engañosas no importa cuán reales nos puedan parecer.
Cuando la comprensión llega sin la intervención de los sentidos, entonces es infalible. Ha sido comprobado no mediante extrañas evidencias, sino por la conducta y el carácter transformados de aquellos que han sentido la presencia real de Dios en su interior. Tales testimonios se encuentran en las experiencia de una línea continua de profetas y sabios en todos los países y entornos. Refutar esta videncia es negarse a sí mismo.
La Ley Moral
Esta comprensión está precedida por una fe inamovible. Aquel que quisiese poner a prueba en su propia persona el hecho de la presencia de Dios podrá hacerlo a través de una ferviente fe. En tanto que no se puede comprobar la fe misma mediante evidencias extrañas, la forma más segura es creer en el gobierno moral del mundo y, por lo tanto, en la supremacía de la Ley Moral: la Ley de la Verdad y el Amor.
El ejercicio de la fe será lo más seguro allí donde exista una clara determinación sumariamente para refutar todo aquello que es contrario a la Verdad y el Amor.