Dr. H. Spencer Lewis (Pasado Imperator de la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis, case AMORC)
Como era natural, pilule discutimos nuestros diversos puntos de vista acerca de las leyes de la Naturaleza y los poderes de Dios. Entonces, look sin advertencia previa y sin que nadie esperase tal desarrollo, un joven abogado sugirió que cada uno de los presente explicase por turno su opinión personal de Dios y lo que Dios significaba para nosotros.
Eran más de las diez de la noche. Inmediatamente, un silencio invadió el salón y, como si nos encontráramos en un juicio o audiencia ante algún consejo sagrado, cada uno de los muchos que allí estaban presentes, dijo de manera franca, bella, cuidados, y con reverencia, lo que Dios significaba para él.
No recuerdo haber asistido nunca a una reunión tan iluminadora. Había judíos y gentiles, y creyentes de distintas sectas religiosas. Las horas pasaban. Dios se iba revelando más y más. Dios estaba en medio de nosotros. Nos estaba hablando a través de las almas, corazones, mentes y cerebros de los jóvenes y viejos, a través de todos los credos y manifestaciones.
Algunos dijeron con franqueza cómo hacían de Dios un socio o compañero en sus asuntos diarios. Otros expresaron que Dios era un socio en sus negocios. Un hombre admitió abiertamente que aunque no asistía como devoto a ninguna iglesia, sabía que cuando imploraba la ayuda de Dios y le prometía cooperar con Él, sus ruegos eran siempre escuchados; y que cuando más tarde se olvidaba de lo que había prometido o lo modificaba, Dios se lo recordaba de distintas maneras. Dios era su socio en muchos sentidos, un guía y consejero. Otros dijeron cómo internamente podían reconocer a Dios, cómo Él les daba a conocer Su presencia. Otros hablaron de Dios en el sentido de que era la roca firme de su vida, en la que podían construir y confiar para e sostén diario.
Las horas pasaban, y llegó la media noche. Reunidos en otro amplio salón para un banquete, planeado como sorpresa y como ocasión de alegría y regocijo, seguimos con el mismo tema, se atenuaron más las luces y continuaron los relatos de las experiencias que cada uno había tenido en su vida y por medio de las cuales Dios había resultado más cercano y querido para ellos.
¡Imaginemos lo que semejante noche significa en estos tiempos cuando algunos creen que es imposible inducir a la gente a dedicar siquiera un instante de reflexión a algo sagrado!
Es obra de Dios que el hombre evolucionará hacia una comprensión mejor de Él. Podemos pensar en Dios como si fuera una Esencia Divina, una Mente Divina, un Espíritu Universal, un Gran Arquitecto, la Consciencia Cósmica, o podemos concebirlo en cualquier otro término que prefiramos, pero lo cierto es que Dios cada vez está resultando más real para nosotros.
En sus horas de alegría o sufrimientos, el hombre no puede tener amigo o compañero más fiel, que Dios. Para cada uno de nosotros, Dios es –o pronto será—algo esencial en el pensamiento y la vida de todos los días. Podemos no darnos cuenta del hecho; podemos estar inconscientes de ello, pero el hecho es eterno.
Es sólo cuando intencionalmente hacemos de Dios nuestro compañero, que nos colocamos externamente en entonamiento con todas las fuerzas constructivas, creadoras del Universo, pues estamos internamente en entonamiento.
Hablar con Dios, íntimamente, confidencialmente, con franqueza, a solas en nuestra casa u oficina; en campo abierto, al medio día lo mismo que al terminar el día, es un privilegio y una bendición, para siempre reconfortante. Tomar a Dios es consideración en todos nuestros planes, en todos nuestros deseos, y en todas nuestras ambiciones, equivale a ocuparnos en el factor más potente de toda nuestra existencia, un factor que no puede ser negado ni pasado por alto sin serias consecuencias antes de finalizar la vida.
Sonreír con Dios, llorar con Dios, jugar y trabajar, descansar y meditar con Dios, significa tener al compañero más simpatizante y comprensivo del mundo…