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Dios, Unión y Libertad

Orlando de Sola W.

Desde 1912, en la franja blanca de nuestra bandera magna, aparecen las palabras Dios, Unión y Libertad. Antes de eso era como la de Estados Unidos, solo que en lugar de franjas rojas eran azules y blancas, con un cuadro rojo en la equina superior, donde habían nueve estrellas que representaban los departamentos de entonces.

Siempre me he preguntado porque esas palabras en nuestra bandera y porque nuestros antepasados nombraron departamentos como La Unión, La Paz y La Libertad. Supongo que eran aspiraciones del siglo XIX. Me pregunto, también, porque no nombraron un departamento Progreso, como lo hicieron en Honduras y Guatemala. Me imagino que la moda progresista no llegó a El Salvador con la misma fuerza.

Las palabras y símbolos son importantes para comprender la realidad, así como la escasa unidad que perdemos. Ya no están Francisco Morazán y Rafael Carrera para explicarnos, ni Gerardo Barrios y Francisco Dueñas, ni Farabundo Marti y Maximiliano H. Martínez, así como los subsiguientes rivales. Pero toda nación  necesita héroes y villanos que le permitan sobrevivir la tragicomedia de la historia, de la que no podemos abstraernos, ni renegar. Los mitos son los mismos, pero los escenarios y personajes cambian.

No quiero nombrar héroes y villanos del presente. De eso se encargan los medios de comunicación social y quienes dirigen su patología. Su influencia es una importante forma de poder, cuando es acompañada de autoridad y fuerza para ayudar a gobernar. Cuando las tres formas de poder se unen puede haber buen gobierno, pero cuando chocan no puede haberlo, como sucede ahora.

La división de los poderes en Legislativo, Ejecutivo y Judicial no es funcional por el cartel de los partidos, que no nos representa ni persigue el bien común. Las elecciones de segundo grado no son democráticas, sino oligárquicas, en el sentido que oligarquías sociales, políticas y económicas luchan por el botín del estado, que se desgasta velozmente y tendrá que ser pagado con futuros impuestos a nuestros descendientes, si se dejan.

La Libertad, La Paz y La Unión fueron aspiraciones departamentales del siglo XIX. Ahora, en el siglo XXI, nos parecen sueños remotos que no podremos realizar, como las palabras en nuestra bandera, inscritas poco antes del asesinato, a machetazos, del Presidente Manuel Enrique Araujo, en 1913.

La lucha entre liberales y conservadores es ahora entre socialistas y capitalistas, o mejor dicho mercantilistas. Pero el antiguo debate entre clericales y anticlericales ha amainado porque el estado se declaró laico. La palabra Dios, sin embargo, permanece en nuestra bandera, recordándonos que Dios es Amor, a pesar que muchos han endiosado el dólar, la democracia, o el sufrimiento.

No hay duda que sin amor no subsistimos, pero abundan la  ira, pereza, soberbia, envidia, codicia y otros vicios, que no aparecen en nuestra bandera, pero subyacen en la sociedad. Velozmente nos alejamos de la admiración, respeto y cariño que necesitamos para conciliar nuestra paz colectiva e individual.

Nos desune el temor, esa sensación de desamor que prevalece en la plaza, en la calle, en la sala, en la corte, en la asamblea, en la presidencia y otras instituciones. El temor, o desamor, mina la confianza y el optimismo.

Nuestra sumisión a las leyes que a través de nuestros representantes promulgamos, es dudosa.

Pero si los que dicen ser legisladores y representantes nos hacen daño hay que removerlos, o sancionarlos de inmediato, puesto que el tiempo corre inmisericorde y la necesidad de perdonar y perdonarnos se agota.

Los que pretenden dirigirnos como patricios y plebeyos, ahora convertidos en proletarios y burgueses, también necesitan amar y ser amados, es decir perdonar y perdonarse.

Pero no nos cansaremos de buscar nuevas soluciones a antiguos problemas, como la miseria, la injusticia y la desigualdad. Sabemos que tarde o temprano encontraremos respuesta a los grandes dilemas de nuestra existencia colectiva. Tendrán que esperar hasta la próxima, si Dios quiere, con Unión de voluntades y Libertad para defendernos de la falsedad y abusos de poder.

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