Víctor Corcoba Herrero/Escritor
Cada día los moradores nos distanciamos más unos de otros y se hace más complicada la convivencia, sucede también dentro del propio núcleo familiar, donde tampoco somos capaces de soportarnos unos a otros. De pronto entramos en peleas inútiles, en conflictos domésticos absurdos, cultivando problemas innecesarios que nos llevan realmente a un callejón sin salida. Son estos pequeños trances los que nos van minando hacia sociedades bélicas que no se aguantan.
Realmente andamos demasiado ocupados en luchas internas, llevándonos a una atmósfera irrespirable de crueldad, que hemos de atajar más pronto que tarde. Por si esto fuera poco, hay una cierta alarma mundial por los continuos asesinatos a defensores de los derechos humanos. Desde luego, las víctimas y sus familias han de ser reparadas con la verdad siempre y haciendo justicia.
La impunidad ante este círculo vicioso y endémico vengativo, desbordado por multitud de hechos violentos debe detenerse, pues para garantizar un entorno libre y seguro, hace falta abordar con suma urgencia medidas de protección colectiva, sobre todo para proteger a los indefensos.
Sea como fuere, tampoco podemos continuar separados de lo auténtico, que es lo que verdaderamente nos pone en camino de la verdad. Prologar la humillación y prolongar el desprecio entre semejantes es una terrible necedad. Lo más valioso pasa por reconocerse libres y activar el respeto en todo momento, para poder hermanarse y entenderse. Por desgracia, esta sociedad virtual y tecnocrática ha perdido los vínculos que nos fraternizan, haciendo muy dolorosa la relación entre análogos, pues tras esa amargura individualista que todo lo confunde y desvirtúa, germina esta incomprensión destructiva, sembradora de miserias humanas que nos dejan sin aliento; por ende, sin vida. En efecto, nos falta corazón y ternura para que el mundo abandone temblar de frío, que sumado al nido de perversiones, nos dejan sin alma para poder disfrutar de esa cordialidad entre humanos, que es la que verdaderamente nos pone en el camino de lo armónico. De ahí lo importante de avivar los goces de familia, pues lo transcendente no es solo dar vida, sino también fomentar el amor e impulsar la compañía y los apoyos. Al fin y al cabo, la cuestión no es evitar las dificultades del camino, sino enseñar a superar los obstáculos.
Por tanto, no podemos fracturar ese espíritu de comunión innato que todos llevamos consigo, al menos para poder sobrellevar el viviente camino. Me niego a que prolifere esa oscuridad interior que nos deja sin palabras. No hay continente que sea un paraíso.
Los europeos -aparte de ser los mayores bebedores de alcohol del mundo- cuentan con el mayor riesgo de sufrir enfermedades mentales, pues al menos cincuenta y cinco millones de niños sufren algún tipo de maltrato, según los últimos datos vertidos por Naciones Unidas. Indudablemente, cuando en las raíces de la vida humana, no se deja ver el carácter de comunión y complementariedad de géneros, difícilmente podemos propiciar alianza alguna. Por otra parte, la desertificación, la degradación de las tierras y la sequía son grandes amenazas que afectan a todos los ciudadanos, en particular a mujeres y niños.
América Latina y el Caribe es una de las zonas más propensas a los desastres naturales. Sin duda, el cuidado de la tierra, de nuestra casa común, también puede ayudarnos a afrontar la emergencia mundial que nos plantea el cambio climático, lo que requiere que el futuro lo tenemos que cultivar juntos. También el continente africano viene sufriendo una violencia terrorista sin precedentes.
La sequía y la violencia vienen afectando a sus moradores hasta el punto de tener que huir para poder continuar viviendo. Luego está el peligro nuclear y el caos en Oriente Medio, que amenazan la estabilidad mundial, en parte suscitada por esa desconfianza a la hora de reunirse y establecer diálogos constructivos. Está visto que distanciar latidos entre personas, ya es un modo de fenecer.
En consecuencia, estoy convencido de que necesitamos perseverar en los valores para poder franquear distancias que nos separan.
A mi juicio, todo requiere trabajo y constancia, también coherencia y entusiasmo, para poder reconciliar sentimientos y conciliar pasiones. Por esta razón, la estirpe continúa siendo una institución social, donde el amor genera vínculos de paz y estrellas de luz, que no puede ni debe ser reemplazada, pues es donde nace nuestro propio futuro.
El porvenir se hace en familia, o se deshace en divisiones, y se trastorna por el endiosamiento de un yo egoísta, incapaz de reencontrarse a sí mismo ni junto a los demás. Ojalá aprendamos a estar cercanos, a ser parte inseparable del linaje, a crear un espacio idílico, donde cada ser entienda que debe conjugarse con el deber de donarse. El amor -sin duda- es el único abecedario de unidad y fortaleza vinculante.