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Doctrina política del virus de la lucha de clases

Sociología y otros Demonios (1015)

René Martínez Pineda

Sociólogo, UES

Sin duda alguna, una de las acciones más patéticas que hemos visto durante la pandemia (sin superar, claro está, las acciones de los diputados) es la de los pobres (incluidos los pobres que se creen ricos o se creen menos jodidos que el vecino) apoyando a los ricos empresarios que los empobrecen, y ese es el prólogo de “otras” condiciones objetivas-subjetivas de la lucha política que –como un hechizo del tiempo hecho por Einstein- retrocederán al momento fallido en el que se debió haber impulsado la que Lenin llamó “revolución democrático burguesa” que, de no haber sido fallida, sentaría las bases de una lógica política revolucionaria. A esa revolución pendiente yo le llamo “la revolución de la orquídea” porque su complejidad fascinante estriba en la interacción ecológica que mantiene con los agentes polinizadores y con los hongos. La pandemia, como hecho sociológico total y totalizante, ha cambiado en cuestión de meses las condiciones objetivas y subjetivas en que se desarrollan las luchas históricas de la sociedad, esas luchas que, impunemente, los reaccionarios obvian o llaman “luchas sociales entre adversarios”, mientras los marxistas las llaman por su nombre propio: “lucha de clases”. La pandemia ha cambiado la situación concreta, pero no la ha inventado, pues un virus no genera ni elimina antagonismos sociales, simplemente se reproduce –más o menos rápido- en los que ya existen.

En El Salvador, como en todo el planeta, se está registrando una caída galopante del PIB, ese índice que, sin meterse en las espinas de la distribución, refleja la riqueza social en su forma pura. Todos sabemos que cuando las tortillas son pocas, los invitados al comedor se dan codazos cada vez más fuertes para comerse la mayor cantidad posible de ellas. Esa metáfora tomada de los viejos dichos populares es, paradójicamente, tan completa como incompleta, pues en el caso de la lucha de clases no todos los sectores sociales pujan por sus intereses propios, por lo que es común ver que la clase dominante subordina a nutridos contingentes de las clases dominadas para que luchen, sin cuartel, en favor de los intereses mercantilistas, aunque eso vaya en detrimento de sus intereses, lo cual pueden saberlo o ignorarlo, eso es lo de menos desde la perspectiva de los resultados. Ejemplo notable de esto es la actitud tomada frente a la cuarentena obligatoria que decide que la vida es lo más importante; cuarentena obligatoria que en el caso de los países socialistas no fue problema imponer, pero que en países como el nuestro que sufren la pandemia del neoliberalismo fue y es rechazada, en momentos específicos, por algunos o muchos de sus beneficiarios directos, llegando incluso a protestar “sonando las bocinas de los carros”, o recurriendo al suicidio de irrespetar el confinamiento social exponiéndose de forma innecesaria en la calle, en las playas, en los supermercados. Claro que las bocinas sonaron fuertes, y en mayor cantidad, en la parte alta de la ciudad y en alguna que otra colonia donde el vigilante es la alienación; claro que muchos de ellos no sabían que, siendo desposeídos, defendían la propiedad privada de los poseedores; no sabían que son los que están privados de toda propiedad.

Haciendo una hermenéutica sociológica de la tesis de Marx: “el sujeto social determina la conciencia social” (para concluir que, en ningún momento, él estableció que esa era una ecuación insobornable), nos damos cuenta de que, en muchas ocasiones, a los afectados en sus condiciones objetivas de existencia les gusta buscar chivos expiatorios. Bajo esos términos de la lucha de clases que son impuestos por la situación concreta, algunos sectores de ingresos un poco alejados del salario mínimo (tales como comerciantes, profesionales liberales, pequeña y muy pequeña burguesía, etc.) son vulnerables a la manipulación ideológica y son movilizados en pos de los fetiches capitalistas (el de la mercancía y el del Estado a favor del individualismo) y culpan a las medidas del gobierno, sin hacer un mayor análisis ni establecer matices, de sus padecimientos coyunturales, cuando, en verdad, las medidas sanitarias y económicas son para paliar la situación. Lo que no logran ver esas personas es que si la riqueza social se redujo (sólo por joder digamos que un 15%) y, sin embargo, algunos crecieron o, al menos, no se deterioraron en la misma proporción, es porque se apropiaron de recursos de los que antes disponían otros. Entonces, el dinero “perdido” en la crisis no se perdió, sólo cambió de manos.

Ahora bien, apoyar a quienes no se debería apoyar o reaccionar contra lo que no se debe reaccionar porque no es la causa fundacional de la problemática, no son comportamientos colectivos nuevos o desconocidos para la sociología, ni son una nueva doctrina política, aunque sí podríamos verlo como la mujer desnuda de la política que hace que los puritanos se cubran los ojos. Entre 1811-1816, pongamos por caso, miles de soldados ingleses combatieron a los luditas quienes, en un acto desesperado e instintivo, destruían la maquinaria textil como protesta por la degradación de sus condiciones de trabajo y de vida. Armados con lo que tenían a la mano, muchos artesanos y trabajadores agrícolas se lanzaron a destruir las máquinas que por sí solas –según ellos- les estaban bajando el salario, aumentando su jornada laboral y lanzando a las calles; las destruían porque las veían como la fuente originaria de destrucción de sus trabajos. De manera patética, aunque similar, durante la gran pandemia del siglo XXI, hemos visto a pobres luchando contra pobres manipulados por los partidos políticos cuyos dirigentes quieren mantener sus privilegios y cargos públicos.

Esa paradoja del imaginario es conocida por la clase dominante y es pulida por la doctrina política de su hegemonía que le permite, invocando pesadillas, reclutar soldados que defiendan sus intereses. Esto es más eficaz cuanto más simples son los mecanismos ideológicos y culturales sobre los que se montan: en lugar de construir argumentos complejos legitimados por la razón sociocultural y los datos, se recurre a despertar las pasiones avivando el fuego del temor y del deseo que, muy oculto, se relame oyendo la palabra corrupción. Esos sentimientos primarios son verdaderos resortes del comportamiento colectivo que se trepa en una ironía: pobres a favor de los ricos que los empobrecen generando un distanciamiento simbólico que debilita.

En ese sentido, la doctrina política de la lucha de clases no puede encerrarse en los conflictos manifiestos o lógicos, ni reducirse al estudio estadístico de las contradicciones objetivas, porque la acción política afecta subjetivamente a los actores y autores de oficio que, con la ilusión de creer que son los elegidos por los dioses, quedan confinados en la cárcel de sus emociones.

Podemos afirmar, entonces, que la pandemia genera nuevas condiciones de lucha política que, en lo inmediato, buscará dentro del partidismo agudizar la guerra de posiciones (Gramsci) que para algunos será incendiar velos ideológicos y para otros fortalecerlos. Defender el mito sensorial de que todos conocemos nuestros intereses, es la mejor forma de quedar vulnerables a la manipulación y profundizar la exclusión. La sociología invita a desconfiar de nuestras sensaciones.

 

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