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Dodger: mi perro color champán

César Ramírez Caralvá,

Escritor

Guau, guau, guau, guau, ese es mi perro Dodger, ahora es “perrito” un poco más grande, porque no ha crecido mucho, pero hace unos años era muy pequeño, así fue nuestro primer encuentro:

“En su cajita de cartón hay una bolita de pelos, nos reunimos a su alrededor para observar los movimientos de un pequeño cachorro con dificultades para mover sus orejas y abrir sus ojitos negros. Luego de un breve tiempo, duerme, llora y luego llora de nuevo, no resiste nada, ni las miradas, ni los ruidos, entonces vuelve a llorar.

Se orina como los cachorros y se asusta por todo.

Sus aullidos lastimeros tienen un tono agudo y tímido, llora: guuuua, guuuua, te conmueve cada lamento de ese cachorro.

Da un paso y se cae, mi mamá y mi papá le preparan su leche, ellos son un poco más fríos, pero también se entretienen en hablarle como si fuese un pequeño ser humano.

Poco a poco, Dodger fue creciendo, su etapa de cachorro pasó a ser la de un perrito juguetón y todo era juego, mordía todo: zapatos, ropa, perseguía las sombras, su cola y justamente su cola  era parte de algo que no entendía por qué se movía tan cerca de él, entonces la perseguía confundiéndose en interminables círculos.

Por las noches le dejábamos en un pequeño pesebre, con sabanas viejas pero calientes, ahí permanecía en su caja, los vecinos nos odiaban porque decían que les ensuciaba sus jardines, en realidad había muchos más perros y siempre creímos en la inocencia de nuestro Dodger.

Lo ven, ahora está olfateando por acá, por allá, pasa olisqueando todo, pasa de un lado a otro por los mismos sitios que durante años.

Guau, Guau..

De seguro no saben que está diciendo, pero yo sí, quiere salir a pasear, caminar por acá, por allá, saltar y perseguir a los gatos.

Tiene las orejas largas, con grandes ojos marrones, con rizos color champán, su cola tiene un intenso color entre rubio y amarillo, cuando está contento, mueve su colita de un lado a otro, muy rápido, el no habla con la cola, el habla con  los ojos y también con unos sonidos que parecen más de gato que de perro, pero se entiende lo que dice.

Me llamo Andrea, tengo desde que era un cachorro a ese perro llamado Dodger, ese es un capricho de mis padres, le pusieron ese nombre como a mí y mis hermanos, los nombres que primero se les ocurrieron, simplemente no preguntaron y pum…el nombre.

Cuando Dodger llegó al barrio, todos los chicos llegaron a conocerlo, mis amigas que eran de la misma edad lo cargaban en sus brazos como a un bebé.

En realidad aquél perrito no podía caminar, solo gateaba, no podía sostenerse con sus patitas que eran exactamente como los peluches.

El barrio era un área residencial de niños y niñas, todos tenían nuestra edad, había de todo, Cindy “sin dientes”, Carlos “enchilada”, Dina “pepina”, Roberto “hamburguesa”, Juan Carlos “juanca”, Jorge “llanta pacha”, René “docker”, Mario “martillo”, Leidys “la gorda”…cada uno con muchas historias.

Leidys era una gran amiga, ella era huérfana, tenía una tiendita donde vendía de todo, especialmente refrescos, su madre no la mandaba a estudiar como a nosotras y la dejaba atendiendo la tienda todo el día, la pobre cargaba con todas las cosas de la tienda.

Leidys en ocasiones lloraba en las esquinas de aquél barrio de nombre Los Jardines y donde éramos vecinos de un sitio memorial llamado Jardines del Recuerdo.

En casa tenemos “vida de perros” por la severa austeridad con que vivíamos, por eso Dodger se sintió en medio de la manada cuando llegó a casa, para Dodger mi papá era el perro alfa, mi mamá bueno.. alfa dos y nosotros todos los alfetas del mundo. A Dodger lo vacunamos, lo controlamos, lo peinamos, parece un perro de ricos, pero no, solo es un perro pequeño y casi ornamental, pero hace mucho ruido si alguien no conocido se acerca, fuera de eso, es como una oveja, porque come pasto por las mañanas, en ocasiones pienso que el pobre es una oveja reencarnada en perro, porque sería muy difícil pensar en una oveja evolucionada en perro. Eso me lo confesó un día de nuestras acostumbradas caminatas, como por telepatía canina, “eso” que con el tiempo llega a una por imágenes.

Pero déjenme contarles algo de mi perro Dodger, ahora me habla: “GUAU, GUAU, GUAU”, que traducido al lenguaje humano es “vamos a jugar”,”vamos a jugar”., le explico que no quiero salir.

– No Dodger, quiero hacer mi tarea-

– GUAU GUAU. GUAU

– No, tengo mucho que hacer.

– GUAU, GUAU, GUAU

– Ya.. vamos pues.

Cuando sabe que ha ganado el juego, da saltos y saltos, corre hacia la puerta y regresa, luego de nuevo, hasta que alcanza la salida.

Al salir, Dodger busca sus sitios preferidos, olfatea el vehículo, luego lo orina, se adelanta y corre al espacio.

Cuando salimos,  él sale adelante, huele las flores de los vecinos, se mete en sus jardines para horror de las vecinas, quienes están seguras que mi perro es lo peor, es la herencia de todos los males del planeta, que ensucia todo.

Mientras camina, no tiene otra cosa que hacer que llevarme donde  él quiere, no soporta el arnés, juega salta, ladra como todos los perros, pero también he visto acciones que no tienen otros perros, en ciertos momentos se entretiene viendo las flores del jardín, las observa con detenimiento, luego pelea con las abejas, ellas también son especiales, lo pican, sabemos que lo pican porque sale corriendo a otro sitio y se lame donde una abeja lo ha picado, en realidad eso duele, a todos en casa nos han picado, esas abejitas prueban nuestro sentido del dolor.

Poco a poco aquél cachorro, querido por todos los chicos del barrio, fue conociendo la zona, todos los rincones de aquél sitio infantil eran explorados por él, que le gustaba estar frente a la puerta como un gran perro guardián observando quién pasaba, en ocasiones ladraba con furia, evidentemente algunos chicos no era buenos con él, y cuando había que jugar, él estaba al lado de nosotros, corría por los campos, por las áreas verdes, por el parque, corría y corría en realidad era incansable, con sus orejas largas y peludas.

Poco a poco, crecimos juntos.

Muy cerca de nosotros vive mi abuela, ella tenía otra perrita llamada Kenny, era una Cocker Spanish, con orejas aún más largas que las del Dodger, así de tanto ir a visitar a mi abuelita, el perro conoció el camino y cuando nos buscaba se iba solo a casa de abuelita, ahí nos llamaban por teléfono anunciando que tenían de visita a nuestro perro, entonces íbamos por él.

Así nos aventuramos a caminar por todos lados, era como uno de los nuestros,  atento y alerta, cuando regresábamos del colegio, sabía que alguien esperaba por mí, ahí estaba con sus grandes ojos marrones, mirando fijamente la distancia desde  la esquina de la casa, al  ver la figura conocida, salía corriendo y saltando a recibirnos, era como si por primera vez nos encontráramos, al final no fingía la alegría que sentía por nosotros, a cada miembro de la familia lo recibía igual, saltando y corriendo, regresando al lugar  de partida y de nuevo repetía su rutina, entonces parecía decir:   “por fin, por fin,”, “ya llegaron, a jugar.. a jugar”, y nosotros por supuesto…todos a jugar, así se iniciaba la tarde.

En cierta ocasión caminábamos al borde de la calle, el Dodger siempre al lado nuestro.

Aquella era una tarde plena de sol declinante, con colores opacos y sombras que crecen lentas, el sol no quema, solo trata de reposar, mientras la brisa es escasa, uno puede ver en la distancia las nubes que son diferentes en sus formas, y sin prisa podemos tocar las montañas con un dedo, mientras la tarde tiende a dormitar imágenes vaporosas sobre el azul infinito; la calle tiene un color oscuro, es aburrida con su largo color negro, mientras los autos se lanzan a la intemperie de la velocidad, como verdaderas  flechas de colores, su sombra zumba al borde de las aceras; ahí íbamos recibiendo la tarde, recorriendo los mismos senderos conocidos, mi Tía Nena junto a nosotros, no tiene prisa por llegar a casa, caminar es muy difícil, a ustedes les parecerá fácil, pero uno hace miles de cosas cuando camina, mira a un lado, ve las penumbras en las flores, los costados de la acera, todo lo que sigue intacto después que miles de autos que pasan por sus espaldas, también hay sitios verdes donde cientos de personas yacen en su último sitio memorial.

Existe una mezcla de sentimientos entre cada paso que avanzamos, la distancia se acorta con mucha fatiga en nuestros pies, mientras los recuerdos luchan con las realidades vigentes en este momento.

Entonces de aquellas caminatas imaginarias de mis destinos infantiles con un pequeño cachorro, me encontraba con  un perro adulto en una autopista, uniendo sueños y distancias en plena realidad urbana.

Entonces de aquellos sueños al borde de su pequeño pesebre, donde dibujaba senderos y metas lejanas que algún día caminaríamos, llegaba la hora y la tarde imaginada, como profecía cumplida… ahora.

Aquél momento era mágico, unía varios momentos de mis realidades, una al tocar mi plena fantasía con un perro transparente soñado, otro era como lo que durante años vi en películas y finalmente la realidad me hacía encontrar todos esos universos distantes en mi Dodger el perro más pleno de materialidad de mis mundos paralelos, con su amigable presencia junto a mí.  Esas realidades besaban mis manos al tocar sus orejas o acariciar su piel, me alegraba que mi perro derrotara otras realidades con sus guau, guauu amigables.

La tarde irradia paz, velocidad y distancia, por un momento perdí de vista a Dodger, entonces sucedió el accidente, un auto atropelló mis sueños en plena autopista, un auto golpeó al perro en pleno centro de mi mejor fantasía, a lo largo de mi mejor acompañante de reinos diminutos, entonces le vi saltar por la furia de la velocidad irracional de un auto desbocado y mi dolor se confundía con la rabia de ir por mi perro herido, con la ansiedad de salvarle.

Aquella realidad liquidaba de golpe todas mis fantasías de muchos años, la realidad se imponía de nuevo.

Aquél golpe lo lanzó por los aires, cayendo a un costado de la acera, estaba completamente inconsciente, sin moverse, totalmente conmocionado.

Uno tiene entre los colores de la tarde y el desprendimiento de los sueños, etapas de confusión de emociones, dolor, llanto, furia, sueños agotados, lagrimas a mitad de gritos sin expresar, tiene el color de la tarde oscurecido de súbito, el sol no existe sin un amigo fiel que no corre más a tu lado, ni se mueve.

Aquella tarde, tuve que cargar a mi perro herido desde una buena distancia, le cargué de la misma manera que cuando era cachorro, no podía ni con el dolor de verle casi muerto e inconsciente, ni con la ansiedad de perderle; a pesar de ser un pequeño perro transportarlo se hace hacía muy difícil.

Llevar a un perro de la familia casi muerto entre los brazos, es cortar la distancia de los sueños a la breve distancia que tus brazos alcancen de ese pequeño perro agonizante. Entonces tienes a tu amigo infantil que es depositario de todos los sueños infantiles, herido de muerte por realidad de un auto que no se detuvo, entonces unes el infortunio con la muerte, en un triste final junto a tu perro.

Aquello era un final amargo.

Lloré antes de imaginar lo posible, las cortas distancias eran interminables, aquello era un encuentro con la oscuridad en un atardecer luminoso, se tiene la sed de comunicar y pedir auxilio, pero nadie responde, cargar un perrito entre los brazos es un desfile de miradas que se identifican contigo y aquél ser peludo de color champán.

Todos los chicos en el barrio se arremolinaron en mi entorno, me ayudaron a cargarlo, mientras mi perro conmocionado, apenas respiraba, se movía con dificultad. Estaba rígido y caliente, pero no podía abandonarle.

Los chicos preguntaban si estaba muerto, con fuerza me aferraba a la esperanza y me negaba a que sucediese lo peor, apenas escuchaba las voces del barullo en mi entorno, cuando finalmente llegué a casa, por fin lo colocamos en unas sábanas y aquello parecía una persona herida, todas mis amigas estaban con sus caritas tristes y preocupadas, el entorno respiraba lamentos mientras la noche emergía sin prisa.

Por fin, Dodger comenzó a moverse, entonces un grito de alegría se escuchó en casa, los chicos comenzaron a celebrar, mientras Dodger, comenzaba a recobrar algo de vida, se retorcía y aullaba de dolor, como mis padres llegaron, pronto resolvimos llevarle al veterinario, aquello era una fiesta no una  despedida.

Al final mi padre le llevó y recibimos esa noche a Dodger vendado y sedado por el médico veterinario, pero sus movimientos eran lentos y lastimeros.

Los cuidados que le brindamos ayudaron mucho, los chicos pasaban preguntando y el teléfono se inundó de llamadas, parecía que un hermano estaba enfermo, toda la familia pronto se enteró y llegó a verle, todas mis amigas y amigos parecían desear lo mejor con diminutos regalitos… poco a poco Dodger fue otra vez Dodger.

Las mañanas son más bellas cuando un pequeño deseo se realiza, ver a un pequeño perro vivo a pesar de todo, era una felicidad inmensa.

Dicen que el tiempo cura todo, ahora podemos dar fe de esa frase, el tiempo lo curó; claro el médico, mis amigas, todos los chicos y mis padres hicieron su parte, también el otro gran Dodger de los cielos le ayudó, porque estoy segura que allá en las estrellas debe existir un Gran cielo para todos los Dodgeres del mundo…

La vida es algo así como fotografiar lo que una quiere, así uno se alimenta del tiempo en cada momento por imágenes queridas, un parque con el bullicio de los chicos, el olor a pinos y gardenias, la mañana que tiene cantos de pájaros felices y colores azules, el sol intenso con brisas dulces por las mandarinas en flor, un perro llamado Dodger jugando con atrapar estrellas en medio de pequeños charcos de agua lluvia.

Aquél perro aprendió mil juegos, hacía otras interminables gracias, en él residía la inocencia de vivir sin prisa, sin preocupaciones, siempre al lado de mi madre o de nosotros, sus ojos tenían la profundidad de entender a la menor señal casi todo.

En aquella ocasión por las prisas de la casa, dejamos al perro solo en casa, con todo el pan de la semana sobre la mesa del comedor, nos fuimos cada quién por su rumbo, porque el estudio lo demanda o el trabajo lo impone, así la soledad de la casa acompañó al Dodger, aquél día desaparecieron los panes de toda la semana, pero al buscar detenidamente, un pan en cada una de nuestras camas estaba ahí, uno para cada uno, los demás desaparecieron, así comprendimos quién se los había devorado… nos causó tanta gracia pensar en la repartición de panes a su manera que nos morimos de la risa, no obstante le regañamos un poco. Solo un poco.

Cuando el tiempo pasa, una va comprendiendo muchas cosas que son diferentes, los tres perros que imaginé se unían en mi Dodger, en él veo a casi todos los perros del mundo, son seres ejemplares, el mío me despierta cuando me lame la cara sin que me dé cuenta de ello, es tan sensible que sabe cuándo estoy enferma, entonces echado junto a mí, espera mi saludo y mis atenciones, él sabe que debe estar junto a nosotros…Adivina nuestros pensamientos y cuando habla, bueno cuando ladra sabemos que dice: jugar, jugar, correr, correr y tiene tonos de felicidad…

Aquella tarde llegó ensangrentado por peleas con otros congéneres por perritas de los vecinos, se arman batallas y grupos de perros, todos los vecinos tienen uno, bueno la mayoría, otros los odian, pero cuando combaten, las luchas son intensas, simplemente luchan… el pobre llegó ensangrentado, le curamos sus heridas, creímos que moría de nuevo, pero no, después era el mismo, claro con evidentes marcas, pero igual.

Un perro es un centro de atención en la familia, al tocar su piel peluda, semejante al terciopelo, se siente caliente y agradable, se tiene una sensación de tranquilidad y amistad, entonces hay cierta interacción entre amo y perro, como producto de una larga alianza entre dos seres vivos de este planeta.

Creo que las familias que tienen perros, tienen un pequeño ser que les guía en las esperanzas por un mundo en paz, porque ellos tienen en sus ojos ese pensamiento incondicional.

Ahora toco la piel de Dodger, es tersa porque le bañamos cada semana, su olor ha cambiado, es fuerte pero no desagradable, a lo mejor nos hemos acostumbrado al olor perro, pero no, en realidad le bañamos, se pone a temblar y gime como cachorro, al final, salta como conejo, a pesar de ser perro y corre por la casa, está feliz de haber pasado el susto del baño, cuando toco sus patas veo que las tiene lastimadas, sucedió cuando en otra ocasión al salir corriendo junto a mí, un auto le atropelló, era la segunda ocasión que sucedía, sus aullidos eran terribles y al verle en el andén de la calle sangrando, no podía menos que intentar cargarle de nuevo, un vecino llamado Juan Carlos, pero nosotras le decíamos Juanca, me ayudó, eso fue lo mejor del mundo, le llevamos de nuevo a casa, el perro se movía y lloraba, creímos en un fin exactamente de perros para mi pobre Dodger.

De nuevo se formó la expectación en el barrio, parecía que todo se repite, como un año solar, aquella experiencia fue más dolorosa, para nosotros y para el perro, solo que mucho peor, mi padre le llevó al veterinario donde lo vendaron, lo curaron, lo sedaron y tuvo una gran atención, pasó días sin comer y solo se lamía su herida, cada semana le curábamos y le inyectamos

sus antibióticos, aquellos días la casa apestaba a curaciones de hospital, nada agradables por cierto, teníamos que rociar el ambiente con desodorantes para eliminar algo de aquél olor, pero poco a poco, mi perro se fue recuperando, poco a poco casi al ritmo del crecimiento de una rosa, como ella tímidamente desde su sitio sin hacer ruido, fue poco a poco avanzando hacia su propio universo, después de algún tiempo al encontrar una rosa plena en el jardín uno ama su belleza y su paciencia, de ese  modo al recuperar a un perrito mal herido y verle recuperarse uno no tiene más que ser humilde ante esos pequeños milagros.

El tiempo ha pasado, mi perro me espera cada día que regreso a casa, pero nos recibe igual a los miembros de la familia, se alegra de vernos, entonces ladra: gua, guau, guauuu, en otras palabras, dice: hola, hola, hola, para los que no entienden el lenguaje perro.

Por las tardes, cuando veo las flores y mi perro esta junto a mí, toco sus orejas y pienso que la vida sería bastante insoportable sin mi Dodger, es leal, amigable y tiene todo el tiempo del mundo para jugar, jugar y jugar, en él se reúnen todos los perros del mundo, aquél que veo por la televisión, el que salva las muchas vidas en medio de las nieves, el que salva a su amo de los lobos, el  que salva la vida de Juan Bosco, el que acompaña en el camino al más pobre de los seres humanos y no  le abandona, ese es mi perro, que bajo su disfraz de animalito con nariz grande y helada, estoy segura se esconde un pequeño ángel… ese es mi perrito Dodger y deseo que todos tengan uno como el mío, para que con su compañía el mundo sea un poco más feliz.

Guau, guau, guau… le oyen… vamos a jugar.

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