Roxana Marroquín
Se llama Dolores, nunca la oí renegar de su vida -a pesar de todos los dolores que le han embargado durante su existencia- hasta hace muy poco tiempo, en el que mencionó “si no me llamara Dolores, quizás no hubiese sufrido tanto.”
Mi tía Lola, nació allá en aquel cantón resurgido con el alma de mi familia. Es la segunda al mando del total de hijos e hijas nacidas de mamá Paula y papá Peto.
Quizás deba empezar, tía, dándote las gracias por tanto amor, por hacer el papel de mamá en los tiempos de ausencia obligada de tu hermana, mi madre. Gracias por darnos lo que pudiste, por llamarme todos los 13 de noviembre y cantarme “estas son las mañanitas…” hasta decirme… ”feliz cumpleaños Roxanita”, desde que llegamos a El Salvador, nunca se le ha olvidado mi cumpleaños, ¡mucho menos llamarme!
Ella es única en dolores. Un día, de las tantas conversaciones que suelo tener con ella -frecuentemente debo señalar- le pregunté si alguna vez había sido feliz, su respuesta “allá en el cantón, sí, antes de que pasará lo que nos pasó”
Nació en 1940, de un matrimonio pobre. Creció entre los cañales del volcán y el infiernillo, en un pueblo pequeño que se hacía llamar Agua Caliente, en alusión a esa fuente termal que brotaba desde el alma del volcán respirando esperanza y amor, a través de su humo denso que al caer se vuelven gotas de rocío, desplomándose en la cara, golpeando con dulzura y ternura, para recordar que la materia se transforma y que la vida cambia en un instante.
Se casó a los 21 años con Chamba, Salvador. Cuentan que su mano la pidió Chico López, pedidor oficial de manos, experto en la materia en el cantón; en una reunión a la que acudió la madre y padre de Salvador, y estaban presentes mamá Paula y papá Peto. No recuerda las palabras exactas pronunciadas por tal eminencia y profesional en las lenguas tendientes a pedidas de manos, pero Peto, no dudo en dar algo más que la mano de su hija.
El cantón se preparaba para dar la bienvenida al nuevo matrimonio. Durante varias misas, corrieron las amonestaciones que anunciaban públicamente la boda, no apareció nadie que impidiera el acontecimiento. Llegado el día esperado, vestida de blanco, con sus largas trenzas negras que le colgaban sobre el hombro, le dio el sí, confirmando que esa unión era “hasta que la muerte los separe.” Y así fue.
Hoy, ella se debate entre la vida y la muerte, aferrada a no dejarnos solas, porque siempre nos ha protegido; pero debo suponer, que el dolor es tanto, que se le juntan a todos sus otros dolores. Dejar de sentirlos, le hace ilusión. Querer encontrarse a quienes perdió hace mucho tiempo puede ser que también le anime, Chamba, Cunde, Pedro y mi tan amado Fidel. Volver a abrazarlos y calmar el dolor. Encontrar además, a sus hermanos, mis abuelos y tía Mariyita. Me los imagino, vestidos de blanco, con flores en sus manos y los brazos extendidos recibiéndola en la vida eterna, con la diferencia, que en esa solo tendrá como nombre Dolores, sin que su cuerpo y su corazón, desprenda un llanto más; pero su convicción de vida, la atrapa constantemente pensando en los de acá; no es fácil armar viaje. Me gustaría acompañarte, Copito, ¡armemos viaje! como lo hicimos en 1988, agarrar a tus hijos, hijas, sobrinos, sobrinas y nietos, buscando salvarnos la vida. Debemos prepararnos para ese momento, sin dejar de hacer la lucha para tenerte aquí, pero el amor es tan grande, que quisiéramos que no tuvieras ni un dolor más. Copito merece una vida digna, cualquiera que la conoce, sabe de su resistencia a la muerte, ha luchado contra ella, toda su vida.
Dolores, son los que en su sangre recorren. En 1980, la vida empezó a ensañarse con ella. A las 6 de la mañana, la quinta brigada de infantería, emprendió ruta hacia el volcán, destrozando todo lo que se encontraba a su paso… entre ellos, mi tío Chamba.
En ese mismo contexto, se fueron como por arte de magia, Cunde, mi tío Juan, mi tío Mauricio; hijo y hermanos de mi Copito de nieve; yacieron arrastrados por la mano criminal sin dejar rastro alguno, que nos permitiera encontrar el camino exacto que nos llevara a su paradero. Después de eso, debiste migrar, salvaguardar la vida. Perdiste la cuenta ¡cuántos lugares! Se nos fue, anotar, donde vivimos, una semana en una casa, un mes en ¡otra! Y así, pasaste hasta que llegó la paz, pero ¿llegó? Esa pregunta no soy capaz de dar respuesta, Copito.
Entre capturas constantes, en 1987 decidiste continuar apoyando la causa. Se llevan presas a Rubenia, Lupita (mi hermana) y Oscar; el cáncer se lleva a la tía Mariyita. Era momento de salvar la vida de quienes estaban a tu lado. Empezaste a arreglar todo para obtener refugio, ¡tía! ¿Cuánto le costó preparar documentos de 14 personas? No sé, creo que entre mis preguntas, nunca ha estado esa. Nicaragua y Cuba, extendieron nuevas metas. Estudio, trabajo y fusil, eran los lemas de siempre; pero tu corazón más divido. Ofensiva final, 1989, ¡al tope y punto! Si, así fue, con el puño en alto, con lágrimas en nuestros ojos, pero vos serena, quizás en el silencio de la oscuridad, de tus ojos se desprendían las gotas de amor. Gritábamos ¡Hasta la victoria siempre! ¡Compañero Juancito! ¡Compañera Delmy! Y la lista era interminable. No vi tus ojos, Copito, creo que no he sido capaz de mirarme en ellos, porque expresan tus dolores, y son muchos. 1990, junio. Balas cobardes, se llevan al mejor comandante de todos los tiempos. Cuentan las historias en voz de los compas, que Camilo, era capaz de quitarse el bocado y sus botas, para garantizar que sus compañeros tuvieran. Siempre fue el primero en la fila, que sus ideas eran tan convincentes, que su espíritu era leal, demostró que su voz iba acompañada de hechos. ¡Nos dejó! Y con él toda esperanza de que la revolución tuviera el mejor de los frutos. ¿Qué canción le dijo al marcharse, tía? ¡Madre! Fue el primero en alzar su voz contra la opresión en sus tiempos de estudiante, y lo comprendiste.
A pesar de eso, seguías firme. Recorres la ciudad con la foto de los tuyos, estas presente en las actividades de memoria histórica, seguís ¡haciendo historia! buscando a los tuyos. Hace 5 años, Fidel. ¿Es el que más te duele? Te duelen todos, pero él, sufrió más. Puedo decir muchas cosas de ese día, que no te he contado, Copito. El recuerdo constante de haber hablado con Fidel, como que se despidiera de mí, le dije que me esperara a la hora de salida, que nos íbamos a ver, ¿nos tomaríamos una cerveza? Hablaríamos de sus hijos bellos, no lo sé, pero se me quedó ahí. Y tu mirada, Copito, triste otra vez, y no ha dejado de esperarle, le buscó constantemente, ¡su hijo!
No quiero, Dolores, que tu nombre sea solo eso. No quiero encontrar ni rebuscar palabras huecas, vacías, que llenen la lírica, pero que no describan tu vida. Porque has sido fuente de inspiración de muchos, mía. Tuve un reencuentro con usted, esa primera noche en la que puse mis pies en el hospital. Desde la muerte de mi tía Mariyita no había vuelto a entrar. Esa noche, entre dormidas cortas, te despertaste, Copito, asustada dijiste “estaba soñando con vos. En el sueño te decía, Roxanita, quédate conmigo para siempre”. Hoy puedo decir, que te daría cualquier cosa para que recuperes tu salud. Hay un momento en toda esa historia, que se separan, pero siempre hay un punto de encuentro, y el nuestro ha sido ese día tía.
Nos negamos a decirnos tantas cosas, principalmente aquellas que muestran cariño. Tuvimos varios silencios. Solo miradas, que se unían por todos los amores que nacían constantemente y se refrescaban entre tus poemas y canciones. Me une a usted, algo más que una relación consanguínea. Es una admiración profunda a las inspiraciones generadas, en el amor demostrado, una madre nunca se cansa de buscar entre las cenizas para resurgir como el fénix y esa es la primera lección de vida, por nunca perder la esperanza y por decirnos que siempre hay que luchar. Gracias, Copito, gracias tía Dolores.
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