Luis Alvarenga
El pasado 8 de febrero amaneció con la noticia del fallecimiento de Domingo Santacruz Castro, exembajador de El Salvador en Cuba, República Dominicana y Venezuela, entre otros países, y luchador social desde hace muchas décadas. Santacruz perteneció a una familia comprometida con la lucha por la justicia en nuestro país. Nació en el caserío Tahuapa, cantón El Junquillo, en Ahuachapán. Su familia era muy pobre. Su hermano Fidel cuenta que la familia fue despojada de su tierra en 1881.
Con mucho esfuerzo, sus padres lograron enviarlo a estudiar a la cabecera departamental, donde terminó la primaria. Después se trasladó a Santa Ana, para cursar el sexto y séptimo grado. En esa ciudad, comenzó a trabajar como enfermero, lo cual le posibilitó viajar a San Salvador. En un país donde todo estaba centralizado en la capital, esa era una gran posibilidad para el joven Domingo. Esto ocurría hacia 1956. Santacruz -así como sus hermanos, Pedro y Fidel- se incorporaron al movimiento antidictatorial. A partir de ese momento, la trayectoria vital de Domingo estuvo vinculada a la historia de las luchas sociales. Participó en esfuerzos como el Movimiento 2 de Abril y en el Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR).
Militante comunista desde su juventud, Santacruz perteneció a la dirección del PCS y estuvo en los esfuerzos conducentes a la construcción de la unidad de las fuerzas de izquierda en la década de 1980. Terminada la guerra, asumió diversas responsabilidades partidarias, como el Tribunal de Ética del FMLN, así como tareas diplomáticas, tal como comentábamos al principio de estas líneas.
Fue un hombre interesado en resguardar la memoria de las luchas políticas de las que había sido protagonista. Escribió algunos libros que rescatan episodios y personajes de momentos históricos de la izquierda salvadoreña. De una manera infatigable, a veces en periódicos como Diario Co Latino, a veces, en su página de Facebook, o en el sitio de internet del amigo Roberto Pineda, Domingo escribió mucho sobre la historia del movimiento comunista en El Salvador, sobre episodios de la guerra salvadoreña y sobre personajes importantes de la historia de la izquierda. En lo personal, recuerdo mucho sus sabrosas conversaciones sobre estos temas y la generosidad para hablar largo y tendido sobre ellos. En una oportunidad tuve la ocasión de visitarlo en su casa, en Santa Tecla, donde vivía con su esposa, ocasión donde platicamos mucho sobre sus inicios en la lucha política y la difícil experiencia en las cárceles de Guatemala y El Salvador.
Hace algunos años, con motivo de la publicación de una antología poética de Roque Dalton para la Colección Biblioteca Ayacucho de Venezuela, pudimos reunirnos en Caracas. Me invitaron a participar en la Feria del Libro de esa ciudad sudamericana, donde Domingo se desempeñaba como embajador de El Salvador. Con Domingo y el recordado Humberto Mata, intelectual venezolano que presidía la Biblioteca Ayacucho, participamos en el bautizo del libro de Roque. Domingo, Mata y yo bañamos el libro, cuya portada es de Carlos Cañas, con pétalos de rosas. En mi estadía, hablamos sobre episodios históricos en los que Santacruz participó. Nunca percibí en él un afán de protagonismo al contar estas memorias, sino, más bien, la urgencia de decirlas, de repetirlas, por no dejar que se perdieran en el aire y el caos del olvido. Un embajador de la memoria.
Meses antes de su fallecimiento, nos apoyó en un dossier de una publicación de CLACSO en homenaje a la generación revolucionaria de los 40 y 50 con un artículo sobre Jorge Arias Gómez, que puede encontrarse aquí, así como con una documentación sobre el historiador y biógrafo de Martí, publicada en este enlace. En esa publicación también tomaron parte el Equipo Maíz, Álvaro Darío Lara, Luis Tobar, Roberto Pineda, el Museo de la Palabra y la Imagen y Nereyda Moya. También nos entregó una serie de escritos suyos sobre momentos históricos y personajes importantes del movimiento revolucionario salvadoreño, para reunirlos, editarlos y publicarlos. Lamentablemente, ya no pudimos seguir conversando más al respecto.
Deseamos paz a sus restos y acompañamos a su familia en su pérdida. Ojalá se puedan reunir sus escritos, dispersos en internet y otros lados. Hasta la vista, querido Domingo.