Santiago Vásquez
Escritor
El viento arreciaba por momentos, capsule las hojas de los árboles de Eucalipto caían una tras otra, rx alfombrando con gran elegancia aquella calle desierta, viagra porque a decir verdad, toda la gente vivía encerrada por temor a ser víctimas de un trágico y fatal accidente, debido al alto número de vehículos que transitaban por esa carretera, más que todo, transporte de carga pesada que venía del puerto, y se dirigía hacia diferentes lugares de destino.
Aquella familia era muy unida, trabajadora, solidaria y con un gran sentido de responsabilidad, siempre atentos y cuidando a los suyos en todo momento.
Junto a ellos vivía una pareja, dos seres que aunque no eran de la misma familia, siempre los veían como parte fundamental de su convivencia.
Ella era tímida, callada, muy quieta, profundamente tranquila, siempre lista a obedecer a todo lo que se le encomendaba.
El, serio, muy ávido y listo: cuando podía, se daba una escapadita dispuesto a disfrutar de un ambiente diferente.
Cuando se presentaba una oportunidad, era el primero en salir corriendo sin pedir permiso a nadie, como queriendo alcanzar una libertad hasta hoy nunca conquistada.
A su regreso, llegaba cansado, de vez en cuando con unas horas de retraso, lo que motivaba que don Pascualito le diera sus buenas reprendidas.
La compañera era todo lo contrario, nunca salía, permanecía en casa, a veces en el mismo lugar durante todo el día, atenta a lo que sucedía en los alrededores.
En medio de aquella situación de peligro, inseguridad y accidentes de tránsito, siempre se insistía en que no era conveniente salir a la calle, mucho menos sólo y de noche.
Los espejos de la soledad marcaban un entorno sombrío y lleno de mucha tristeza.
Dos pocitos de agua, parecían chingastes de lumbre tirados en los rincones del infortunio.
La mirada de don Pascualito, siempre brillaba y se esquivaba, como queriendo encontrar parte de su pasado.
Un día, agobiado por el encierro al que había sido sometido durante mucho tiempo y aprovechando la oportunidad que Tito, el hijo más pequeño de don Pascualito dejó la puerta abierta, salió, tomando un camino in rumbo.
Las manchas de miedo se prendían en las hendiduras de los Copal chines, dando rienda suelta a las carcajadas de la penumbra.
Cuando regresó, un aire de satisfacción cubrió el rostro de todos, pero debido a la desobediencia le impusieron un fuerte castigo y era no darle de comer durante un día, lo que provocó que con más ganas, se marchara a buscar comida a los basureros que encontraba, algo a lo que no estaba acostumbrado.
Por las noches cuando llegaba, siempre era recibido con fuertes reclamos lo que cada vez lo hacía sentirse incómodo en aquel hogar.
Una tarde, cuando la familia se disponía a tomar una tacita de café, se dieron cuenta que solo ella estaba; él, no aparecía por ninguna parte; angustiados, salieron a preguntar al vecindario; pero nadie dio respuesta.
El silencio invadía de presentimientos fatales y escalofríos de que algo podía suceder.
A pesar que toda la vida lo regañaban, todo por su bien, estaban conscientes que lo necesitaban y que sin él no podían vivir; su presencia era muy importante, por lo que al no aparecer, las lágrimas brotaron en los delicados rostros de aquella noble familia.
Es que cuando lo adoptaron, siempre le hicieron sentir que era un miembro más del grupo.
Ella, de igual manera, muy feliz y satisfecha de su hogar; y es que a decir verdad, tantos que andan por las calles abandonados por su madre, expuestos a tanta situación de peligro y a veces hasta la muerte, encontrar un hogar, era un verdadero golpe de suerte.
En cierta ocasión, aquel grupo familiar se preparaba para su sagrado descanso, eran aproximadamente las ocho de la noche, cuando de improviso, un vehículo apareció frente a la casa.
El rocío comenzaba a desprender preguntas sobre los bellos recuerdos vividos en familia.
Se bajó de inmediato un señor de lentes gruesos por la miopía que padecía, vestido con un pantalón ajustado, de delgados tirantes y se dirigió a la puerta de aquella casa, en ese momento, don Pascualito respondió, abrió y saludó a aquel extraño visitante, quien con cara de angustia le dijo:
-No me agradezca la visita mi amigo.
¡Lo mataron!
Con un grueso ramillete de preocupación, pena y espanto, continuó.
¡Vengo, porque se lo mataron!
En aquel ambiente de inseguridad, todo mundo andaba en un estado incierto de lo que les podía suceder.
Don Pascualito, se le quedó viendo con una mirada completamente perdida del dolor que experimentaba, apretó los puños de puros nervios, rechinó los dientes en un estado de impotencia, cerró los ojos y lentamente se desvaneció en un sillón de cuero curtido color amarillo que estaba colocado cerca de la entrada principal.
Y continuó:
¿Y cómo fue?
Aquel señor de lentes gruesos le explicó todos los pormenores concluyendo con lo siguiente:
-Él se iba a cruzar la calle frente a mi casa, pero, un cafre del volante, un irresponsable, venía con excesiva velocidad, atropellándolo; cuando salí corriendo a su auxilio, fue tan fuerte el golpe en la cabeza, que no pudo resistir.
De inmediato aquel hombre se dirigió al vehículo y lo tomó en los brazos.
Ciertamente, era inquieto, travieso y desobediente, pero era el amor total de aquel solitario hogar donde solo se podía escuchar la melodía de los árboles de Caimito, de Almendro y de Cerezo.
Entre los dos lo entramos y lo colocamos en un sofá rojo de la sala; en verdad, ya no se movía, estaba completamente frío y con los ojos abiertos y parecía que me miraba fijamente y me reclamaba porqué lo dejamos salir ese día.
Su vida se había extinguido para siempre.
La niña Gregoria exclamó con un hálito de angustia y preocupación:
¡Pobrecito!
¡Que desdichado destino!
Y agregó:
Todos sabemos cómo nacemos en este mundo ingrato, pero nadie sabemos cómo vamos a terminar.
¡Hay nanita por Dios!
Las cigarras cantaban desconsoladas con un ruido letal, anunciando la víspera de la Semana Santa.
Las cochosas corrían a esconderse bajo las cáscaras de palo de Guarumo y de palo de Jiote.
Aquella familia había quedado destrozada ante tan fatal desgracia.
El causante del accidente fue a estrellarse a un paredón, en la esquina de una tienda de víveres, saliendo milagrosamente ileso.
Mientras tanto, con el dolor a flor de piel, todo mundo sintió la muerte de él, porque en primer lugar, tenía una característica, era muy amigo de todos, aunque en su casa era rebelde.
Un borracho que pasaba por el lugar, refunfuñó entre dientes:
Jip, Jip
Han matado… Jip…
…a CAIFÁS.
Hip…
Era jip… un buen amigo… jip
El cansancio doblegaba las pestañas de los luceros; mientras la luna dormitaba tranquila, navegando apaciblemente en el inmenso océano del infinito en su barca de viento sin retorno.
En el profundo silencio de la noche, el ladrido de Caifás, ya no se escucharía nunca más.