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¿ Dónde estamos? ¿en qué lugar y en qué momento de la historia nos encontramos? (I)

Sergio Rodríguez Gelfenstein

Este artículo fue publicado el pasado 27 de febrero en la Revista Soberanía N° 7 de la Casa de la Soberanía Miguel d´Escoto Brockmann de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN). Managua. Por razones de espacio, aquí será divulgado en dos partes.

El ritmo de los acontecimientos internacionales es avasallador. Inmersos en la dinámica de la sobrevivencia cotidiana resulta sumamente complicado seguirle el paso a los hechos regionales o globales que, dada la interdependencia de los procesos, terminan influyendo y afectando el quehacer local en cualquiera de nuestros países.

En este contexto es válido preguntarse, ¿en qué lugar y en qué momento de la historia de la humanidad nos encontramos? La respuesta puede sonar un tanto frívola, pero creo que estamos pasando por un tsunami de varias olas que han sido generadas por una superposición de movimientos tectónicos que están ocurriendo simultáneamente.

La primera ola expone el trance que significa el cuestionamiento creciente a la democracia surgida hace 2.700 años en la Grecia del siglo VI antes de Cristo y que, a pesar de haber sufrido grandes modificaciones a lo largo de la historia, se mantiene como esencia del modelo político de Occidente, fracasando y generando conflictos en su intento de transformarse en modelo universal. La segunda es aquella que ha emanado de las primeras manifestaciones de crisis estructural del capitalismo surgido hace alrededor de 250 años tras la revolución industrial iniciada hacia 1760 en el Reino Unido en lo económico y la revolución francesa de 1789 en lo político. La tercera es la del fin del modelo heredado de la segunda guerra mundial y la consolidación de la hegemonía estadounidense hace casi 80 años. Finalmente, la cuarta ola es la que se ha formado por el fin de la bipolaridad hace 30 años sin que el mundo haya podido estabilizar un nuevo sistema internacional.

Como se dijo antes, la dinámica de los acontecimientos del día a día no nos dejan ver esta dimensión tan extraordinaria de la situación política internacional. Vivimos un momento de quiebres.  De cuestionamientos, un momento en que se pone a prueba lo mejor de la condición humana, pero que también se manifiesta lo más execrable y la fragilidad de los mortales. Es un momento de definiciones. Es un momento de decisiones. Vivimos un tiempo único de la historia.

Veamos:

La democracia ateniense

Aunque hay estudios que señalan que hubo algunas manifestaciones democráticas anteriores, se considera que la democracia surgió en Atenas hace 27 siglos significando un paso adelante en el desarrollo político de Occidente,  a pesar que nació siendo un sistema excluyente que sólo consideraba como ciudadanos a los varones, con capacidad económica y pertenencia a la nobleza. Los extranjeros, los esclavos y las mujeres no eran ciudadanos. No obstante, la instauración de ciertas instituciones como los poderes ejecutivo y legislativo y el voto, fueron mecanismos de avanzada en la época. Sin embargo, hasta ahora, la democracia no ha sido capaz de resolver la dicotomía representación/participación que sigue siendo restringida y limitada a los sectores con mayores recursos en la sociedad que la utiliza precisamente como mecanismo de control de la misma. Es un sistema en crisis.

La revolución industrial y la revolución francesa

La revolución francesa instauró una serie de mecanismos avanzados respecto de las sociedades esclavista y feudal. Por ejemplo, los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), la alternabilidad y la independencia de estas instancias así como las libertades civiles (de expresión, de prensa, de asociación), entre otras.

Habría sido deseable que el pueblo hubiera asaltado el poder para construir sociedades más justas y democráticas, sin embargo, tal como lo previó Lenin, en la fase superior del capitalismo que vivimos, el sistema creado ha llegado a tan altos niveles de  concentración del poder económico y político que son estos propios avances desmesurados los que constriñen el desarrollo acelerado de la acumulación capitalista en los niveles ambicionados, transformándose en un freno para el sus necesidades de ganancia, por lo cual, son las propias clases sustentadoras del poder, las que destruyen las llamadas libertades democráticas que ellas mismas han creado.

Por su parte, la revolución industrial que significó un impulso revolucionario respecto del retrógrado sistema feudal, hoy en su fase imperialista ha creado elevados niveles de diferenciación entre explotadores y explotados. La producción capitalista se concentra cada vez más en una minoría que usufructúa los éxitos y los avances del desarrollo y de los adelantos científicos y tecnológicos.  Estos procesos revolucionarios del pasado, hoy se manifiestan de manera reaccionaria, representando formas conservadoras y atrasadas que no tienen sustento en el mediano y largo plazo.

El fin de la segunda guerra mundial.

El fin de la segunda guerra mundial hizo nacer un nuevo sistema internacional que tuvo a la ONU como eje fundamental sobre el cual se iban a construir la paz y relaciones más equitativas entre los pueblos.  La ONU no ha podido cumplir ese objetivo, lo cual es expresión de la obsolescencia del sistema.

Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue incapaz de manejar la crisis del COVID19, la Organización Mundial del Comercio no ha podido impedir que el 31,5% de la población mundial viva bajo sanciones, la Comisión de Derechos Humanos y sus entes adscritos no se pueden sacudir la tutela de mecanismos politizados que son manejados según los intereses de los poderosos. Otro tanto ocurre con los organismos encargados de impartir justicia. Las organizaciones de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación  (FAO), para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) son estructuras que hacen una loable labor pero están limitadas y restringidas de recursos porque las misiones que cumplen no están encaminadas a favorecer los intereses de los poderosos.

La ONU vive una contradicción intrínseca entre el carácter democrático de la Asamblea General y el carácter dictatorial del Consejo de Seguridad y su derecho a veto.  Hay que recordar que la ONU se creó con 51 países y hoy forman parte de ella 194 Estados, de manera tal que la realidad de hoy es muy distinta a la que le dio origen. Los miembros africanos originales de la ONU fueron 4, hoy son 54, de Asia, 8, hoy son 51, de Caricom, ninguno, hoy son 15. ¿Puede alguien pensar que la ONU pude seguir funcionando de la misma manera, cuando ha habido una evidente transformación de su membresía?

El Artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos expone el derecho a la vida. Por su parte, el artículo 1 dice que” Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” ¿Puede alguien creer que eso es verdad? El sistema emanado de la segunda guerra mundial hoy es solo una quimera.

El capitalismo no ha podido garantizar que todo seamos iguales en dignidad y derechos. Veamos:

900 millones de personas pasan hambre.

1.100 millones viven en condiciones de pobreza extrema.

2.800 millones en situación de pobreza.

448 millones de niños tienen bajo peso.

876 millones de adultos son analfabetos. De ellos las dos terceras partes son mujeres.

Todos los días mueren 30.000 niños menores de 5 años de enfermedades que podían haber sido evitadas.

Más de 1.000 millones de personas no tienen acceso al agua.

El 90% de la población mundial posee el 20% de la riqueza.

El 1% posee el 63% de esa riqueza.

Ellon Musk paga 3% de impuestos. Una trabajadora de Uganda que se dedica a vender harina, paga el 40% de sus ingresos en impuestos, es decir 80 dólares al mes.

Los mil millonarios ganan 2.700 millones de dólares al día.

1.800 millones de personas en el mundo carecen de vivienda.

¿Este es el éxito del capitalismo?¿ Este es el mundo que queremos? El éxito que con total fanfarria y colorido nos muestran los medios de comunicación a través de “alfombras rojas”, vestidos largos, yates y mansiones, concursos de belleza y laureles de artistas, deportistas y monarquías, representan a una muy ínfima parte de la humanidad, menos del 1%. Esa no es la realidad del planeta.  El capitalismo fracasó, solo produce hambre, guerra y muerte. Pero nos tratan de convencer, de que algún día podremos vivir como ese 1%, lo cual es y será imposible mientras la estructura del poder mundial se mantenga como hasta ahora.

La caída de la Unión Soviética y el fin de la bipolaridad.

Tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la bipolaridad, el mundo no pudo, de inmediato, estructurar un nuevo sistema internacional. La última década del siglo pasado fue caótica sin que las dos fuerzas en pugna: unilateralismo y multilateralismo, pudieran consolidarse. Pero los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 le permitieron a Estados Unidos imponer la doctrina de “guerra contra el terrorismo” que en los hechos significó la instauración de la unipolaridad. Hay que recordar el discurso del presidente Bush del 20 de septiembre de ese año cuando planteó la falsa disyuntiva de “o están con ellos o están con nosotros”. Eso impuso la obligación del mundo de “estar con Estados Unidos”, porque la alternativa era “apoyar al terrorismo”, eliminando cualquier otra posición. El gran ganador de esas acciones terroristas fue Estados Unidos.

Eran tiempos en que se anunciaba “el fin de la historia” y efectivamente pareció que Estados Unidos y el capitalismo se establecerían en el planeta por “los siglos de los siglos”. Estaba ocurriendo la guerra en los Balcanes y se produjo la intervención estadounidense en Irak sin que hubiera contrapeso alguno a la actuación imperialista.

Todo marchaba bien para Washington hasta que en 2008 se produjo la crisis de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que contaminó a todo el mundo. Era expresión de la incapacidad de esa potencia y del capitalismo de sostener el mundo unipolar.

Pero el mundo había cambiado. Pocos años después, en 2012, Vladimir Putin regresó al poder en Rusia, y en China, el mismo año, Xi Jinping era elegido secretario general del partido comunista. Ese mismo año fue nombrado presidente de la Comisión Militar Central y al siguiente, presidente de la República Popular China.

Putin y Xi son de la misma generación, uno nacido en octubre de 1952 y el otro, en junio de 1953. Es una generación de la postguerra, Putin vivió el fin del socialismo en la Unión Soviética y Xi, la muerte de Mao y el inicio de la política de reforma y apertura, ambos en la tercera década de su vida.  Ellos y sus países son los conductores del nuevo mundo que está naciendo.

Este sistema que está emergiendo, como es natural, navega en medio de contradicciones y resistencias sin que todavía pueda definirse con precisión. Aún hoy, se mantiene con mucha mayor fuerza la pugna entre multipolaridad y unipolaridad. Pero este conflicto comenzó a resolverse en 2020.

Continuará…

 

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