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Dos tácticas de la oposición política en El Salvador (2)

Sociología y otros demonios (1083)

René Martínez Pineda

Me parece que si se construye el movimiento social como opción de rompimiento (más allá de las agrupaciones tradicionales del pueblo para lograr que el Estado se constituya en uno, evadiendo su burocracia intrínseca) su accionar se puede complementar con lo que la gente hace en sus territorios cuando lucha contra el capitalismo y neocolonialismo y, de esa forma, se pueden reivindicar las prácticas emancipadoras anticapitalistas como acción no marginal ni efímera. En mi opinión, el zapatismo fue el movimiento político que de forma más extensiva mantuvo, en un principio, esas prácticas a partir de asambleas territoriales similares a las de los Mapuches. El punto central de lo anterior es evitar la burocratización (de los movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos) que tiene como función reproducir el capitalismo al interior de dichos movimientos para impedir que éstos realicen otras prácticas anticapitalistas.

La experiencia con la izquierda nos ha demostrado que la estrategia de “llegar al poder para luego cambiar el mundo”, ya no funciona, porque aquella, al cuadrarse en lugar de rebelarse, hizo que no funcionara, haciéndonos volver la mirada a las luchas territoriales del pueblo (en la guerra de posiciones) que son las llamadas a instaurar una sociedad diferente. En esa lucha-territorio la estrategia básica es recuperar el territorio desde la cotidianidad de la cultura, es decir, territorializarse como voluntad popular. A la par de esta estrategia, es fundamental trabajar para la autonomía política, entendida ésta como la lucha por hacer respetar su decisión electoral, la cual es tan fundamental como buscar autonomía en el terreno de la alimentación, del agua, de la justicia, de la seguridad ciudadana y del progreso. Al territorializarse, se hace del Estado, en tanto sujeto social, un garante real de la autonomía sin ser una réplica o fotocopia del mismo para no reproducir los viejos esquemas verticalistas que se escudan en la burocracia de la corrupción e impunidad propia del Estado como fetiche. Hay que tener claro que cualquier versión de burocratismo jerárquico (que logró penetrar hasta en los sindicatos otrora revolucionarios, en las ongs que se dedicaron a administrar la pobreza para darle riqueza a sus directivos y en los partidos de izquierda) es una práctica neocolonial que reproduce el capitalismo en lugar de transformarlo, y ello explica por qué en esas estructuras sus liderazgos son vistos y defendidos como cargos que no se quieren dejar, y no como posiciones de mérito que hay que ganarse, día a día, en el púlpito de la movilización popular organizada e ideológicamente clara, aun cuando dicha movilización parta de la situación heredada de cederle el liderazgo por los cambios a un grupo o persona que no surge de su seno, en función de concretar lo que Lenin llamó la “revolución democrático burguesa” que ubica en un renglón superior al pueblo si este forma parte de ella para darle un sentido de revolución social con cambios revolucionarios.

Yo estoy convencido de que estamos en condiciones de caminar hacia adelante yendo, por el momento, detrás de otros, porque en el camino se generarán las condiciones para ponerse luego al frente. Sin embargo, para ponerse al frente de las transformaciones es necesaria una ruptura con el pensamiento acrítico y reaccionario de derecha, con la neocolonialista creencia de que “la izquierda sólo es una”, y con el comportamiento consumista que abarrota centros comerciales y bares. Ahora bien, el pensamiento acrítico sólo se rompe con el pensamiento anticapitalista surgido de lo social del pensamiento, o sea que dicho pensamiento no es un intelectual escribiendo sobre la realidad, no es un libro que hable de revolución o de las necesidades e imaginarios del pueblo sin tomarlo a él como autor intelectual, como suelen hacer los fatuos intelectuales de supermercado. Por otro lado, no hay transformación sin conflicto, sin choque de ideologías, sin rupturas y aperturas tremendas, sin alianzas entre las clases sociales, sin presencias y ausencias y sin una nueva hegemonía.

Es precisamente esa realidad de conflicto al interior de las transformaciones la que lleva a que en la presente coyuntura la cuestión política urgente sea la dinámica de consolidar la gobernabilidad, debido a que la generación de la ingobernabilidad es la táctica fundamental y única que le queda por ensayar a la oposición política liderada por la derecha que expropió el alma del movimiento social, no porque la izquierda le haya cedido el espacio, sino porque se convirtió en ella cuando dejó de saber lo que estaba pasando, cuando empezó a hablar de revolución sin hacer cambios revolucionarios. Lo anterior es lamentable para la utopía porque es una vedad que era insospechada en los tiempos de la guerra civil.

Entonces, en la coyuntura actual en busca de la gobernabilidad, el gran problema no es la derecha, la responsabilidad está en la izquierda oficial que en vez de ponerse en la cabeza de las transformaciones (aun a costa de Golpes de Estado) se asustó y nubló frente a las arcas del Estado hasta volatilizarse en los sillones de la burocracia inocua. Siendo así, la construcción de la gobernabilidad tiene múltiples andamios y columnas: crisis de identidad de las izquierdas que no saben que existen como expresiones auténticas; deuda histórica de la derecha genocida y privatizadora; y sobretodo crisis de los partidos políticos que han tenido como gendarmes a la corrupción e impunidad.

Sin duda alguna, la gran pregunta de la gobernabilidad sólo se podrá comprender cuando se sepa cómo responderla, debido a que sólo comprendemos aquellos problemas que podemos resolver, y eso nos lleva a plantear –desde la experiencia histórica de los pueblos- que el camino alternativo para comprender realidad pasa por los territorios de las transformaciones y las no-transformaciones (ser y no ser), así como pasa por la decapitalidad del saber, por la ausencia-presencia de los movimientos socialesabilidad, y por la guerra de posiciones en los territorios en los que se montan los procesos de resistencias y de confluencias de la hegemonía enfrentada a la contra-hegemonía, pero –en esta ocasión- teniendo nuevos sujetos históricos.

Ahora bien, hago hincapié en que la gobernabilidad es hegemonía en el territorio en movimiento, porque es –desde el saber, en tanto decapitalidad- un proceso de largo fuelle, no un hecho inerte que una vez dado no cambia. Esa decapitalidad del saber pasa por varias redenciones: 1) enfrentar al opresor (al tradicional y al traidor que cayó en la encrucijada del oprimido-opresor); 2) la redención de la decapitalidad del saber y actuar que es la redención del protagonismo que nos convierte en hacedores de la historia y no en sus sufridores; 3) la redención de territorios y espacios político-culturales para redimir la memoria que se oculta en los relatos de los pueblos en movimiento constante a partir de su cultura, rituales y hábitos de la cotidianidad; y 4) la redención de la izquierda oficial para que deje de ser el ala izquierda de la derecha.

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