Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Hemos celebrado recientemente el día del Padre y del Maestro. Efemérides sin duda, que no deben pasar nunca desapercibidas, y a las que hay que seguir inyectándole los entusiasmos y las particularidades de estos nuevos tiempos.
Si el comercio tiene su despliegue propio y natural, con ocasión de estas festividades, también la familia, la sociedad civil y la escuela, entendida ésta como básica y superior, no deben extraviarse nunca en el corazón del asunto. Esto es, la dimensión importantísima que tanto, padres como maestros, tienen para la compleja realidad social de este país, siempre urgida de buenas acciones.
Nos referiremos, principalmente, en esta ocasión, a los maestros, tan asociados al noble apostolado, no sólo del proceso de enseñanza-aprendizaje, sino de lo que es aún mayor, del desarrollo de esas cualidades espirituales y morales de los niños y jóvenes. El maestro como generador de entusiasmos, como motivador de curiosidades, como guía e impulsor efectivo de todas las facultades latentes, que en las iniciales almas, bullen portentosamente.
Si bien es cierto, la formación de maestros es, principalmente, una tarea de Estado, donde muy bien colaboran las instituciones universitarias, ésta no es, o no debiera ser, la única y privilegiada apuesta. Por otra parte, una formación que no es acreditada al más alto nivel, no completa su imperativo de calidad y validez académica.
Pero también es vital que el entorno donde el maestro desarrolla su acción educativa, cuente con las mejores condiciones, esto significa, funcional y útil infraestructura; y desde luego, esa tríada clásica conformada por la familia, la escuela y la localidad concreta, las tres, constituyendo una auténtica comunidad, unida, capaz de trabajar por el bienestar de los niños y de los jóvenes, defensora de todos los peligros que acechan actualmente.
Insistimos, la educación y protección de los niños y jóvenes, ante la violencia, la criminalidad, las drogas, las pandillas, no sólo recae sobre las cansadas espaldas de los educadores. Es, esta misma comunidad triple, con la oportuna intervención preventiva y represiva de la seguridad del Estado, la que puede construir ese ambiente propicio para el desarrollo de la acción pedagógica.
Asimismo, garantizar a los educadores las condiciones laborales, de seguridad social, salariales, continúa siendo una deuda histórica con ellos. Hay que destacar, por otra parte, que un gremio tan importante, está llamado no sólo a la lucha por sus justas reivindicaciones, sino también a una acción propositiva en todos los órdenes, principalmente, en aquellos donde su experiencia es mayor: lo didáctico, lo metodológico, lo programático, lo cognoscitivo, lo administrativo. De esto, el magisterio, no debe olvidarse.
Finalizamos, felicitando a los maestros, y trayendo a la memoria, las palabras de don Alberto Masferrer, Maestro de Juventudes, expresadas hace exactamente noventa años: “El maestro, el hombre que ha de traernos el nuevo día, que bordará con sus resplandores las brumas asfixiantes del día del dólar, no puede ser si no uno que se da. Y para darse, antes hay que ser”.
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