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«E V A». Cuento de Walter Balmorantes

Por Walter Balmorantes

¡Apúrense! -Gritó Eva desde la calle. -Salir con uds siempre es un problema. No sé a veces pienso que soy adoptada y nunca me lo dijeron.

-Ya vas vos con tus tonterías Eva. ¿por qué decís eso? -le respondió la matriarca un tanto enojada.

-Tal parece que soy la única integrante de esta familia que es puntual para todas sus actividades.

-Momentito Evita, me vas a perdonar, pero yo soy puntual también. -Saltó Douglas desde el sofá listo y haciendo uso de su perpetuo habito de la lectura. -Así que, si vos sos adoptada, nos adoptaron a los dos mamita. -Todo termino en una carcajada común.

Toda la familia estaba armando viaje para ir a ver por primera vez la casa que el padre les había heredado y luego de muchos años de litigio lograron un veredicto favorable. Así que ese día irían a verla y hacer posesión de la misma. Salieron una hora después de lo acordado. Salieron con todas sus cosas apretujadas en 3 camiones de carga con capacidad de tres toneladas cada uno. Pero sin temor a equivocarme lo que era aún más pesado eran sus emociones mezcladas con esperanza por emprender un nuevo comienzo después de experimentar sus pérdidas familiares.

Llegaron sin mayor demora que la de su salida. Los trabajadores de mudanzas se dispusieron a colocar los muebles y demás cosas según indicaciones de Eva. Ella es una mujer muy ordenada y de amplio criterio. Es de esas personas que se adelantaron a su época por lo que en ocasiones les generó algún mal entendido. Así toda la familia dependía de ella. ¡Eva dónde ponemos esto o aquello! gritos que se fueron haciendo cotidianos en los días por venir.

La Casa fue cobrando vida después de haber estado abandonada durante 22 años. Era una casa espaciosa. Con ventilación en los cuatro puntos cardinales. La entrada era un portón de hierro crudo, torneado con esmero cuyos barrotes tenían una altura de no menos de 3 metros. Había una rampla amplia para que un camión como los de la mudanza entraran con tranquilidad. El jardín era una de esas experiencias para contemplar por horas. Rodeaba la casa en todos los ángulos. Con plantas de diferentes colores, pero lo que más sobresalía eran las plantas aves del paraíso, romero, menta, cenizo, hortensias, veraneras de colores fucsia, rojas, blancas, etc, etc. El corredor de unos tres metros de ancho con hamacas en sus pilares le daban un aire de descanso. La Casa era un remanso de paz y armonía. Era como un volver a remendar los trozos de vida de cada uno de los integrantes de la familia.

 

Pasado ya un mes se dispusieron ha hacer un almuerzo especial para celebrar que ya todo estaba en su sitio. Hicieron el listado de las compras, unos miembros de la familia fueron al mercado y otras cosas las pidieron en línea. El listado de invitados solamente consistió en la familia y un amigo de Douglas. Esto hacía un total de cinco personas. La mesa con capacidad para 12 resultaba sumamente amplia y cómoda. La colocaron debajo del árbol de mango frondoso que daba una sombra de 4 mts. a la redonda. Esa ubicación era estratégica ya que permitía contemplar las montañas y cerros al horizonte. El clima era fresco.

 

La comida fue transcurriendo entre risas, apremios, bebidas y de sueños esperanzadores que se perfilaban concretizarse a mediano y corto plazo. Cuando Doña Carmencita, la matriarca, se puso en pie y golpeando su copa con el tenedor, llamo hacer un brindis en memoria de su esposo ya fallecido.

-Quiero hacer un brindis en memoria de mi esposo. Era un hombre excepcionalmente con un sentido del humor y paciencia inigualable. Si fuera por él nosotros no estaríamos aquí felices y contentos de estar en una casa que para mi y uds seguro será Nuestro hogar.

Pero también, dijo Doña Carmencita con una nueva copa de vino,

-Pero mamá esa es su cuarta copa de vino. ¿No quiere tomar agua mejor? -le advirtió Eva.

-No Evita estoy fuerte como un roble. -respondió la matriarca.

-Pero un roble samaqueado por el viento o sea por el vino. -dijo Douglas. Haciendo que todos se rieran a más no poder.

-No, no, no. Déjenme hacer el último brindis. Es por Eva, mi hija, a quien tengo mucho que agradecerle por lo buena que ha sido siempre conmigo. Vos también, Douglas eres mi hijo favorito en quien siempre he tenido alegría y orgullo de ser la madre de uds. Perdón, me voy a sentar porque siento que todo me da vueltas…

Toda la familia se puso a reír y aplaudir. Eran una familia ejemplar y con mucho amor para compartir a pesar de los golpes hay mucho en ellos que resulta inspirador. Siguieron comiendo, bebiendo y sobre todo riendo.  Como tratando de dejar a un lado el dolor y la incertidumbre.

 

 

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