Ignacio Dueñas García Polavieja
Universidad Nacional de Educación (UNAE), Ecuador
Tomado de Agenda Latinoamericana
Lo bueno de los malos tiempos es que la fuerza de las circunstancias nos obliga a reaccionar. La célebre cantautora Roxana compuso hace unos años una canción lúcida y esperanzadora, cuyo título lo significa claramente: Llegaremos a tiempo.
Efectivamente, por una serie de razones nos encontramos cercanos a un punto de no retorno. Numerosos pensadores de diversas disciplinas nos vienen avisando de lo que se avecina, sin que la opinión pública reaccione. La disciplina que más insiste al respecto es la ecología. Así, en torno al año 1996, el entonces presidente de la Unesco, Federico Mayor-Zaragoza, avisó de que disponíamos de unas tres décadas para cambiar radicalmente nuestros hábitos de consumo, o el planeta entraría en un colapso irreversible. Unos diez años más tarde, el ex candidado a la Casa Blanca, Al Gore, en su célebre libro El ataque contra la razón, dijo prácticamente lo mismo. Y si bien la conciencia ecológica ha crecido exponencialmente en los últimos años, es cierto que, a nivel general, los hábitos de consumo están muy lejos de cambiar.
Hay, además, otros riesgos y peligros que cuestionan la supervivencia de la humanidad y la del propio planeta, entre ellos la incapacidad de alimentar a todos los seres humanos en pocas décadas, el colapso demográfico, una posible guerra nuclear o convencional a gran escala, una gigantesca implosión del sistema capitalista mundial (ecocida, suicida y genocida, según el obispo Pedro Casaldáliga), pandemias, etc.
Realmente, podemos considerar factible la posibilidad de un colapso múltiple para no más de un par de décadas, en el que, a partir de un episodio puntual, se interrelacionen los elementos apuntados, y otros más, de modo que desaparezcan ya veremos si el planeta, si la vida en el planeta, si la humanidad o si esta humanidad.
Y frente a esto, ¿será suficiente la tecnología para evitar llegar a ese punto de no retorno? La tecnología, ¿será parte del problema o de la solución? Nos tememos que la pregunta, en todo caso legítima, delata lo que pudiéramos considerar como un cierto fundamentalismo tecnocrático, o una suerte de fetichismo de la tecnología, que consistiría en otorgarle a ésta una capacidad cuasi-mágica o milagrosa para resolver los grandes problemas que nos atenazan.
Nosotros consideramos que la tecnología es parte del problema, y no de la solución. Vamos a tratar de fundamentar tal afirmación y a proponer un cambio radical en la actitud frente a ella, pasando del presente fundamentalismo tecnocrático a una necesaria ecotecnología. De este modo, la rapidez con que al respecto la realidad ha cambiado en solo unas décadas (la red, la inteligencia artificial, la nanotecnología, las conexiones vía satélites, la robótica, los implantes biónicos…) ha supuesto una serie de cambios (muchos de ellos altamente positivos) que están provocando una mutación cualitativa de la humanidad, de modo que estamos pasando del ser humano al transhumanismo, y en pocas décadas al posthumanismo, como sostiene el teólogo José Arregi, cuando, en solo un par de décadas, la inteligencia artificial supere a la inteligencia humana, según afirmación de Noah Harari.
¿Qué sucederá entonces? Sencillamente, la desaparición de la humanidad por mutación o alteración cualitativa. No en vano, el desarrollo indiscriminado de la inteligencia artificial podría indicar el fin de la humanidad, se puede leer en el nº 18 de Le Monde Diplomatique, agosto de 2018. Tal afirmación, en consonancia con otras semejantes como las de Stephen Hawking o la de Bill Joy, ya fue anticipada hace unas décadas por el filósofo de la historia Karl Jaspers, quien escribió que el camino que sigue la técnica no libera de la naturaleza al ser humano, sino que más bien destruye la naturaleza y al ser humano mismo.
En este marco, lo verdaderamente lamentable es el nulo pensamiento crítico que se da frente a todo esto, y la adaptación acrítica a este fundamentalismo, lo que el autor Langdon Winner denomina sonambulismo tecnológico, y el sociólogo Carlos Elías Pérez lobotomía intelectual –en este caso, con respecto a la telebasura, elemento relacionado con todo esto–. A su vez, el escritor Erich Fromm afirmó hace unas décadas que el ser humano está cada vez, más enamorado de los aparatos técnicos que de la vida y de los seres vivientes. No en vano ya dijo Albert Einstein que la tecnología creará idiotas.
Este nulo pensamiento crítico al respecto ha supuesto que, como reacción, el papa Francisco, en su Laudato Si, niegue que la tecnología tenga un mero carácter neutral o instrumental (como se viene afirmando con gran simpleza), sino que tiene una propia lógica de la que es muy difícil, casi contracultural, sustraerse. Tal vez porque, señala el pontífice, el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Así, señala Karl Jaspers, la técnica se ha convertido en un impulso arrebatador. El ser humano se ha rendido inmediatamente a ella sin darse cuenta de lo que hacía ni cómo.
Nosotros, frente a todo esto, no planteamos la des-tecnologización (imposible por lo demás), sino la neo-tecnologización, pasando del presente fundamentalismo tecnocrático a una necesaria eco-tecnología, consistente básicamente en volver la tecnología un medio, y no un fin, integrando su praxis y su uso, a partir del rescate al respecto del pensamiento crítico, a la realidad holística, integral, viva, ecológica y espiritual de la vida, según los novedosos paradigmas post-racionalistas que el físico Fritjof Capra expuso en su célebre obra La trama de la vida.
Ello posibilitará que la tecnología sea de nuevo un complemento y no un sustituto, un siervo y no un amo, un cauce y no un tapón, un medio y no un fin y, en definitiva, un multiplicador de las capacidades humanas, y no un atrofiador de ellas. Y, en consecuencia, en lugar de utilizarla para la guerra, la dominación, la manipulación mental, el control de la ciudadanía o el lucro (que es para lo que se usa hoy día), se utilizará para, entre otros elementos, erradicar el hambre, el dolor físico y la amenaza del colapso ecológico, cosas técnicamente factibles, pero para las que se requiere de un cambio de mentalidad.
Todo cambio lo llevan a cabo las inmensas minorías. Así sucedió con la cuestión social, con la ecología, con el feminismo y con el animalismo, por citar algunos referentes. Cuando esas minorías logran imponer un poco de lucidez, a la ciudadanía se le cae la venda de los ojos (¿quién niega, al menos en teoría, el derecho de una mujer a la igualdad y reconocimiento de sus derechos?). Urge pues el surgimiento de lo que Arnold Toynbee denominaba las minorías creativas, José Ortega y Gasset las minorías selectas, o Hélder Câmara las minorías abrahámicas.
Este texto quiere invitar a la reflexión y a la puesta en práctica de la necesaria ecotecnología. Invitamos a la gente crítica, creativa, espiritual, inconforme, así sean activistas sociales, poetas, místicos, contraculturales, teólogos de la liberación, académicos, pensadores… a impulsar el hecho de que los nuevos paradigmas epistémicos (Wilber, Capra, Prigogine, Boff…) que están cambiando la visión de la vida al descubrir sus criterios operacionales (holoarquía, carácter vivo, autopoiesis, interrelacionalidad…), se apliquen a la tecnología como ya se vienen aplicando a la física en concreto y a las restantes disciplinas en general.
Así, la tecnología, en el marco de la presente e incipiente transmodernidad, pasará a ser parte de la solución, y no del problema, dejando de constituir una distopía fundamentalista para integrarse en el inminente tiempo-eje que casi estamos viviendo. En efecto, como canta Roxana, llegaremos a tiempo… solo si cambiamos la orientación al uso de la tecnología, escudriñando los signos de los tiempos.
Para ello, urge trocar el presente fundamentalismo tecnocrático en una ecotecnología, insertando dicha realidad, repetimos, a la trama de la vida. Así se refiere al respecto el pensador Iván Illich en su obra Alternativas: Si la tecnología estuviera adecuadamente controlada, podría capacitar a cada ser humano para entender mejor su medio ambiente, moldearlo con sus propias manos, y permitirle la intercomunicación total a un grado nunca antes alcanzado. Este uso alternativo de la tecnología constituye la disyuntiva central en la educación.