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Palabras de Eduardo Galeano al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de El Salvador, el 12 de octubre de 2005. A su regreso a Uruguay, nos envió un texto, titulado “Objetos prohibidos”, del que, por su extensión, sólo publicamos al final algunas de sus palabras.

Eduardo Galeano: “He estado sin estar estando en El Salvador”

Eduardo Galeano

Hay hoy algunas coincidencias interesantes. Hoy es 12 de octubre. Un 12 de octubre el almirante Colón llegó hasta unas islas por aquí cerquita, mind medical creyó que estaba en la espalda del Asia; llamó indios, ambulance see pensando que eran de la India, a esos seres desnudos y cordiales que se le acercaron. Y como no entendió lo que decían creyó que no sabían hablar. Yo me siento muy honrado, alegre estoy, de que esta universidad me reciba tan cariñosamente hoy como si fuera su hijo. Porque esta universidad ha defendido el sagrado derecho de los salvadoreños a hablar con voz propia, a pensar con la propia cabeza, a sentir con el propio corazón y a caminar con las propias piernas. Y por defender ese derecho se ha negado a morir una y mil veces, cada vez que las embestidas militares han querido matarla.

Pero hay otras coincidencias. Yo tuve mis dudas sobre si correspondía venir en circunstancias tan trágicas para este país, castigado una vez más por eso que llaman catástrofes naturales. Me parece, es ya a todas luces evidente, que estas catástrofes tienen poco o nada de naturales. Están castigando ahora como nunca al planeta entero y se ensañan en particular con algunas regiones, con América Central. Es impresionante cómo se están multiplicando por todas partes, cada vez más intensamente, los terremotos, los huracanes, las sequías, las inundaciones, las lluvias incontrolables. Me parece que cabe reflexionar sobre esta coincidencia, que creo es muy reveladora. Lo que más me llama la atención a mí es que éstas son siempre catástrofes matapobres. Y yo me pregunto: ¿Tan jodida será la Naturaleza, tan mala que castiga a los más desamparados? Y me pregunto también: ¿Estará loca la naturaleza que está haciendo lo que hace? ¡Loca de remate! ¿Le falta un tornillo o varios? Y me pregunto también: ¿Será loca de nacimiento? Y ahí me entra la duda porque digo: si la Naturaleza fuera loca de nacimiento resultaría inexplicable que al cabo de tantos miles y miles de años hayamos podido llegar más o menos vivos para reunirnos y conversar esta mañana aquí.

¿Qué tienen de naturales estas catástrofes matapobres? ¿Tan perversa es la naturaleza? ¿Loca de nacimiento? ¿Perversa y loca? ¿O estamos confundiendo al verdugo con la víctima? ¿Es la naturaleza la que envenena el aire, intoxica el agua, arrasa los bosques y envía el clima al manicomio? La respuesta me parece que está siendo cada vez más clara. Que la mala, la perversa, no es la Naturaleza, que no es loca tampoco. Aunque a la Naturaleza los responsables le echen la culpa. Le echan la culpa a la Naturaleza, como si el huracán se quejara de que los árboles le peguen. Una expresión más del mundo al revés. Porque perversa no es la Naturaleza. No tiene el menor interés en castigar a los pobres. Perverso es el sistema que los fabrica y los condena a la muerte temprana. Y loca la Naturaleza no está. La volvieron loca. Son los dueños del planeta los que la han enviado en línea recta al manicomio. El clima ha sido enloquecido por los dueños del planeta que han deforestado el mundo y han envenenado el aire.

¿Serán catástrofes naturales otras cosas que estamos también acostumbrados a recibir como si fueran inevitables, por ejemplo la injusticia o por ejemplo la violencia? ¿Serán la violencia y la injusticia catástrofes naturales? ¿Estará la condición humana condenada a injusticia perpetua y a perpetua violencia? Vale la pena preguntárselo, en un mundo que destina a la industria de la muerte, a los gastos militares, dos mil doscientos millones de dólares por día. Y ahí discrepan los expertos, pero no mucho: algunos dicen que alcanzaría con diez días, otros con doce, otros con quince -pero de ahí no pasan-, que en diez, doce, quince días que el mundo se olvidara de matar, por un ratito no más, un par de semanitas bastarían para que tuvieran pan los niños que en el mundo padecen hambre, tendrían techo los niños que no tienen amparo y podrían encontrar remedios y curación los que mueren de enfermedades curables.

Hay un sistema injusto que genera pobreza. La pobreza es uno de los factores de la violencia y la violencia tiende a multiplicarse en el mundo de hoy hasta niveles de locura. Pasa lo mismo que pasa con el clima. No sólo el clima ha sido enviado al manicomio. La lista sería larga. Les sugiero que piensen en la extraña coincidencia de estos últimos años; las vacas locas, la gente loca, el clima loco, la locura de la violencia desatada por todas partes, el terrorismo impune que campea en el mundo… Y cuando hablo de terrorismo me refiero sobre todo al atentado terrorista más grave de los últimos años, que ha sido y sigue siendo, la guerra de Irak. Porque ése sí que es un atentado terrorista de magnitud enorme y de peligrosísimas consecuencias: porque ese país invadido es hoy por hoy un vivero de terroristas. El terrorismo de Estado es el papá y la mamá de todos los demás terrorismos.

Se nos impide ver la guerra de Irak como un acto continuo de terrorismo por la sencilla razón de que estamos ciegos ante las evidencias más evidentes del mundo de hoy, ciegos en gran medida por causa de los medios que se ocupan de taparnos los ojos y de taparnos también los oídos. Ciegos por culpa de una estructura universal que es racista. Porque hay ciudadanos de primera, de segunda, de tercera, de cuarta. Y por lo tanto, también hay muertos de primera, de segunda, de tercera, de cuarta. Fíjense ustedes -vale la pena el paréntesis- que según los cálculos más conservadores, la guerra de Irak ha matado a 25 mil civiles, en su mayoría mujeres y niños. Yo le propongo siempre como ejercicio a los demás, a los amigos, plantearse la posibilidad de que las cosas ocurrieran al revés: qué hubiera pasado si Irak hubiera invadido Estados Unidos con el pretexto de que en Estados Unidos había armas de destrucción masiva, que en este caso sí es cierto y ahí no hubiera sido un pretexto infame hubiera sido verdad. ¿Qué hubiera pasado si Irak hubiera matado el equivalente, en proporción a la población de Estados Unidos, de esos 25 mil iraquíes? Serían más de 300 mil personas, 300 mil víctimas inocentes de esa invasión iraquí a los Estados Unidos, en su mayoría mujeres y niños. El mundo hubiera demorado milenios en olvidar, hubiera sido un escándalo de aquí a la eternidad. Y con razón. Pero, como se trata de Irak, de un país de ésos que llaman Tercer Mundo, habitado por gentes de tercera categoría, donde los que mueren también son muertos de tercera, ya nos hemos acostumbrado a vivirlo como si fuera normal.

Éste es un mundo que transpira violencia por todos los poros. Yo no quiero exonerar de ninguna responsabilidad a los delincuentes que hoy por hoy están aterrorizando gente en las calles de El Salvador o del Uruguay o de todos los países del mundo. Simplemente me permitiría atreverme a sugerir que quizás esos delincuentes que carecen de escrúpulos -como lo prueban sus métodos atroces y sus fines perversos- carecen también de imaginación. Porque lo que hacen es copiar los modelos del éxito. Y los modelos del éxito en el mundo de hoy son modelos muy violentos. Vean ustedes quiénes dirigen el mundo, los que de verdad tienen la sartén por el mango. Son los cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y eso es intocable. Habían anunciado que quizás la ONU se reformaría para ponerse al día. De reformas nada. El derecho de veto de los cinco países dominantes es un derecho sagrado. Y ésos son los cinco países que velan por la paz, y esos cinco países que velan por la paz mundial son también los principales fabricantes de armas. O sea, que velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra. Y me pregunto: ¿Eso no será delincuencia también? Aunque nos hayamos acostumbrado a considerarlo normal, aunque sea legal, ¿no será criminal que quienes hacen el negocio de la guerra se ocupen de velar por la paz mundial y tomen las decisiones en nombre de todos? ¿Cinco países en nombre de todos los demás?

Son los modelos del éxito, como son modelos del éxito las empresas que más ganancias dan, que son las que más envenenan la tierra, el agua, el aire. Como son modelos del éxito los expertos de los organismos internacionales “filantrópicos”, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, que dicen velar por los pobres del mundo, pero estas gentes de “corazón de oro” están ejerciendo la delincuencia en la más vil de sus formas. Esos tecnócratas, esos expertos, ¿en qué se distinguen de los mareros? Claro, no llevan tatuajes, no tienen cicatrices, se visten mejor, andan bastante más presentables. Eso hay que reconocerlo. Pero en su actividad no se distinguen demasiado. Secuestran países, violan soberanía, roban derechos, asesinan salarios. ¿En que se distinguen? ¿Es o no es eso una actividad criminal? ¿El descuartizamiento del Estado en los países pobres es o no es un acto criminal, cuando desampara todavía más a los más desamparados en nuestras poblaciones, en nuestras castigadas sociedades? En todo caso habría que exigir un copyright. O sea, que los mareros y todos estos bandidos paguen derechos de autor a los dueños del mundo, que son los que han inventado lo que ellos hacen.

Otro tema que a mí me preocupa mucho es la sangría de jóvenes. La padece el Uruguay, que ha perdido a sus jóvenes. Los jóvenes se han ido, se siguen yendo. Esperamos que ahora con este nuevo gobierno se abran otras posibilidades para que los muchachos se puedan quedar sin tener que buscar afuera lo que su tierra les niega. Es ése también el drama de El Salvador y el drama del Ecuador y el drama de muchísimos países del mundo y de América Latina en particular: la hemorragia de la población joven. Y eso también tendemos a convertirlo en costumbre, a aceptarlo como algo natural, como una catástrofe natural, otra más. ¿Será natural esta catástrofe? ¿No podemos ofrecerles a los jóvenes otra cosa que no sea la promesa del paraíso a cambio de la humillación y del desarraigo? Es éste un gran desafío que tenemos todos planteado. Y sólo podremos hacerle frente a ese desafío si advertimos hasta qué punto no es natural esta catástrofe, hasta qué punto implica una traición a los principios básicos que han hecho posible el nacimiento y el desarrollo de nuestros países desde el principio de sus tiempos.

Estoy muy contento que me hayan hecho Doctor Honoris Causa en esta tierra y en esta universidad. La verdad es que estoy contentísimo y muy emocionado, tan contento que me parece que me va a crecer el pelo en cualquier momento.

Tierra de bravos, universidad de líderes, ¿cómo podría no estar contento?

Pienso en algunos amigos que fueron mi manera de estar en El Salvador aunque yo no haya estado, manera de estar sin estar estando, estando en la gente, en las personas que somos de carne y hueso pero de tierra también Claribel Alegría, que es idéntica a su nombre, es un caso raro. Claribel es Claribel Alegría, o sea se parece a su nombre, no hay que decir más nada. La dulce Marianela, a quien conocí. Monseñor Romero, a quien no conocí pero de cuyas palabras y actos supe desde hace mucho, mucho tiempo. Miguelito Mármol, a quién sí conocí y fue protagonista principal del tercer tomo de mi trilogía “Memoria del Fuego”. Porque yo encontré en él la metáfora perfecta de lo que América Latina es: una tierra capaz de morir y resucitar de manera incesante en un proceso de nacimientos y renacimientos prodigiosos. En “Memoria del Fuego” yo conté, a partir del libro de Roque, once resurrecciones. Y cuando con mi mujer Helena nos encontramos con Miguelito en La Habana hace años, ya él estaba furioso porque decía que le habíamos robado tres resurrecciones, que él había resucitado 14 veces. 14 parece un número mágico acá en El Salvador: de familias, de volcanes y de las resurrecciones de Miguelito. Y Miguelito decía que él había resucitado 14 veces y no 11. Yo creo que sigue resucitando todavía, que se hace el muerto, pero que sigue naciendo todo el tiempo Miguelito, que encarnó tan bien lo que es esa tierra nuestra, esa tierra atormentada, mutilada, humillada, asesinada, que sigue siendo capaz de nacer y de nacer y de seguir naciendo. Y Roque, Roque Dalton, un hermano. ¡Qué estúpidos fueron los asesinos de Roque, que creyeron que podían asesinar a esa invencible, a esa inmortal capacidad de belleza y de humor y de amor! Qué estúpidos fueron… ¡qué estúpidos!

En este mundo, en este tiempo, las catástrofes dicen ser naturales y las desgracias dicen ser fatalidades del destino. Esta universidad de la que ahora formo parte no comparte esa manera resignada de ver las cosas. Porque cuando las universidades están de veras identificadas con su tierra y con su gente, cuando no flotan en el aire como si fueran otro planeta, educan para la libertad y no para la impotencia, educan para la dignidad y no para la obediencia. No nos enseñan a aceptar la realidad, sino que nos estimulan a cambiarla. Porque el destino, no es cosa de los dioses ni de los diablos. El destino es el camino. No hay más destino que el camino, el camino que abrimos nosotros las personitas, los vivientes, los andantes. Hay que educar para conquistar y defender la libertad, la libertad que es una puerta, una posibilidad, una responsabilidad. Y sobre todo una puerta.

Un compatriota mío, un uruguayo amigo, estuvo preso unos cuantos años allá durante casi toda la dictadura militar y sólo conversaba con la puerta de su celda, así que se la aprendió de memoria. Cuando por fin salió de la cárcel y recuperó la libertad, la encontró por casualidad. En una casa de remates la encontró. La cárcel se había convertido en un mall, en un shopping center y habían enviado a remate las puertas. Era una puerta enorme de madera y de hierro, invulnerable a cualquier tentativa de fuga. Y él la vio y la reconoció. No bien la vio la reconoció, porque la conocía muy pero muy bien. Reconocía todos los tajitos, los garabatos, las cicatrices, todo lo que las manos humanas y las manos del tiempo habían ido dibujando en esa puerta de una celda de una cárcel. Y gracias a la ayuda de unos cuantos amigos, mi amigo pudo comprar la puerta y se la llevó a la casa y ahí la tiene ahora frente a su casa, al lado de afuera, en lo alto de una colina. Y le colgó un cartel. El sol ilumina ese cartel cada mañana, ese cartel que dice:

¡PROHIBIDO CERRAR!

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Helena y yo regresamos a Uruguay corridos por los huracanes. Estuvimos en algunos de los países más golpeados por estas locuras, ciclones, sequías, inundaciones, cada vez más frecuentes y más feroces. En Honduras, visitamos las ruinas de Copán. Éste fue uno de los reinos mayas misteriosamente derrumbados seis siglos antes de la conquista española. O no tan misteriosamente: los investigadores tienden a creer, con creciente fundamento, que ésos fueron desastres ecológicos. En el caso de Copán, al menos, está claro que los bosques se habían reducido a desiertos que daban piedras en lugar de maíz. ¿No se está repitiendo esa historia? Sólo en Honduras, el exterminio avanza a un ritmo de setenta y cinco mil árboles por día, según denuncia el sacerdote Andrés Tamayo, que vive al servicio del cielo y de la tierra.

En las Américas, y en muchos otros parajes del mundo, los bosques naturales, verdes fiestas de la diversidad, están siendo brutalmente reducidos a la nada o convertidos en pasturas de ganado o en falsos bosques industriales que resecan la tierra. ¿No podemos mirarnos en el espejo de los tiempos pasados?

El desastre del ciclón Stan en Chiapas se hubiera reducido a la mitad, afirman los entendidos, si esa región estuviera todavía defendida por sus bosques. En Cancún, donde Wilma no dejó nada en pie y vació de arena las playas, los inmensos hotelones del negocio turístico habían aniquilado las dunas y los manglares que protegían esas costas.

¿Y los otros huracanes? Esas imparables ventoleras que arrastran gentíos desesperados desde el sur hacia el norte, ¿son catástrofes naturales? En Tegucigalpa, en San Salvador, en Oaxaca, vimos largas filas de mujeres descalzas, cargadas de niños, venidas de aldeas lejanas, ante las casas de cambio. Ellas esperaban el dinero enviado, desde los Estados Unidos, por el marido, el hermano o el hijo. ¿Emigrantes o expulsados? Muchos de los idos, los llamados “mojados”, caen en el camino, por sed o por bala, o regresan mutilados a sus pueblitos de origen. Los que sobreviven y llegan al prometido paraíso, se desloman trabajando en lo que sea y como sea, día y noche, para que sobrevivan, allá lejos, en el país que los expulsó, sus familias despojadas de tierra y de comida. ¿Hasta cuándo estas desgracias se disfrazarán de fatalidades del destino, y las seguiremos llamando desastres naturales?

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