Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Una de las características más sobresalientes en el pensamiento de don Alberto Masferrer (1868-1932), fue siempre su concepción de la redención social y espiritual de los salvadoreños, a través de la educación y la cultura. Acorde con esta visión, Masferrer, otorga una importancia capital a la lectura y a la escritura, como instrumentos de primer orden, para la superación de los problemas estructurales que tradicionalmente hemos arrastrado.
Masferrer es un fervoroso creyente en la acción transformadora que la buena educación despierta en el ser humano. Así nos comparte en «Leer y escribir» la reveladora historia de un humilde campesino, que pese a sus adversas condiciones, encuentra en la lectura un agradable y enriquecedor sostén anímico: «En una aldea de ultralempa conocí a un hombre ya viejo, trabajador honrado, con numerosa familia, a quien su pobreza no le permitía diversiones costosas. Sabía leer, muy despacio, pues aprendió apenas los rudimentos de la lectura, y tenía por toda biblioteca El Conde de Montecristo, en tres grandes volúmenes con láminas, y esa era su mina. Todas sus horas libres leía su novela, que, naturalmente, cada vez comprendía y saboreaba más, y de sólo ese libro aquel aldeano había sacado sobre la sociedad y la vida una infinidad de ideas, de observaciones y de juicios, que hacían su conversación tan grata como la de un hombre educado. Este no es un caso singular».
Sin embargo, es el niño, el gran punto de atención del Maestro, ya que él encierra todas las posibilidades, todas las maravillosas latencias que pueden convertirlo en una extraordinaria persona, al permitirle desde la temprana infancia, el acceso a la educación y a la cultura.
Refiriéndose al niño, Masferrer, dice: «Está ahí, confiado e inerme, y ni siquiera nos pregunta qué es lo que vamos a hacer con él. Mas abrid los ojos, y veréis que tras de él, una mano desconocida y amenazadora traza el signo de interrogación y os dice: ¿qué haréis con este niño? Ahora nos toca responder, o prepararnos para la respuesta. No más habrán pasado quince años, menos acaso, y otra vez, más visible y amenazante, veréis aquel signo interrogador que os pregunta: ¿qué hicisteis de aquel niño? En verdad, jamás habrá herido los oídos nuestros, pregunta más terrible. Porque ya no será siquiera la voz que dice a Caín: ¿qué has hecho de tu hermano?; sino ésta cien veces más severa y amenazadora que nos dirá: ¿Qué hiciste de aquel ángel? ¿Qué hiciste de aquella florecita?».
Una sociedad que apueste efectivamente por los niños, ejecutará reales esfuerzos familiares y estatales por protegerlos y promover su desarrollo. Y en esto, la educación y la cultura intervienen decisivamente, creando conciencia ciudadana de la alta responsabilidad de la familia, y del compromiso, ineludible, del Estado.
Es el niño, entonces, el sujeto preferencial de la acción educadora y cultural, en la prolífica obra de don Alberto Masferrer, cuyo ciento cuarenta y nueve años de nacimiento, estamos recordando este próximo 24 de julio.