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Educación e inversión

José M. Tojeira

E}l problema de la educación en El Salvador  continúa siendo serio. Diferentes instituciones presumen con cierta frecuencia de los logros individuales de algunos de sus estudiantes que consiguen becas o títulos en prestigiosas universidades de los países desarrollados. Pero los triunfos personales no pueden ocultar las debilidades generales de nuestro sistema educativo. Podemos decir que invertimos en educación un porcentaje del gasto social del gobierno superior al de países desarrollados, pero con frecuencia nos quedamos, en lo que respeta a la inversión por persona-año en un 10% de lo que invierten los países desarrollados.

Pensar que con inversiones tan exiguas los alcanzaremos no solo es una trampa, sino una afirmación que solamente se puede hacer cuando el nivel educativo de la población es bajo y, por tanto, la credulidad y la capacidad de ser engañado es alta. Los datos no dejan mentir. Mientras en El Salvador en el año 2020 se invertía en educación 129 dólares por cada persona al año, los países punteros en desarrollo invertían más de mil por persona año. Incluso en nuestra propia área centroamericana, mientras los cuatro países más norteños no sobrepasaban los 129 dólares salvadoreños, Costa Rica invertía 719 dólares por persona-año y Panamá 444. Manteniendo una inversión en educación tradicionalmente deficiente, difícilmente saldremos del subdesarrollo.

Recientemente la Red Salvadoreña por el Derecho a la Educación (Resalde), ha presentado un estudio que continúa mostrando nuestro déficit educativo. Y esta vez en relación a la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en el campo de la educación. A pesar de los esfuerzos que se están haciendo en el campo de la primera infancia, la educación entre dos y cuatro años es para muy pocos niños. De cuatro a seis años ha habido avances, pero todavía quedan grandes brechas para lograr la inclusión universal de los niños en ese rango de edad. Si bien la primaria cubre a más del 90% de los niños, solamente terminan el bachillerato en la edad adecuada el 40% de los adolescentes. El estudio de Resalde informa que desde que se adoptaron los Objetivos mencionados, El Salvador avanzó mínimamente respecto a la tasa de matrícula en educación superior, que era del 11.7 %. Para el año 2021 apenas había llegado a un valor medio del 12 %. En otras palabras, que no vamos a alcanzar los objetivos propuestos.

El tema es grave, porque el país necesita forzosamente personas mejor preparadas para un futuro en el que el conocimiento tendrá un papel fundamental tanto en la vida económica como en la social. Y si a la baja formación intelectual le añadimos el déficit existente en la educación en valores, el panorama se vuelve más sombrío. Creer que con mano dura se arreglan todos los problemas es desconocer la historia de nuestros países. Que el poder, cuando más autoritario sea, fomenta con mayor descaro la corrupción, es una constante histórica no solo entre nosotros.

La misma biblia desde tiempos inmemoriales decía que “Como pasión de eunuco por desflorar a una moza, así el que ejecuta la justicia con violencia” (Eclesiástico 20, 4). Resalde insistía en que la inversión estatal en educación alcanzara el 6% del Producto Interno Bruto. La insistencia es buena, pero casi con seguridad necesitaremos una inversión todavía mayor, al menos durante una serie de años, para poder ponernos a un nivel adecuado al mundo que viene. Después se podrá bajar un poco la inversión. Pero si no le damos un poderoso empujón durante varios años, las promesas de mejorar la educación quedarán reducidas a esfuerzos muy limitados y claramente insuficientes.

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