José M. Tojeira
Con frecuencia hemos echado de menos en la educación primaria y secundaria la educación en valores. Los funcionarios del Ministerio de Educación de administraciones pasadas trataban de defender la existencia de la educación en valores, pero ni había textos, ni programas claros, ni exigencia oficial de trabajar el tema de los valores. Si por valores tenemos el diálogo y la conciencia crítica, la ausencia formal de estos temas suele ser absoluta. Continuamos teniendo una educación autoritaria y poco reflexiva y dialogal en el campo de los valores. En el mejor de los casos los valores se presentan como ideales abstractos e impuestos desde arriba; cosa esta que asegura el fracaso educativo en dicho campo. Y no parece que el gobierno actual tenga mayor interés en el tema.
Por otro lado, la sociedad, especialmente en el campo del poder político y económico, no ofrece la suficiente ejemplaridad. Y no tanto por el comportamiento de sus líderes, sino por la convivencia tranquila con situaciones estructurales que reflejan ausencia de valores ciudadanos importantes. La solidaridad se contrapone a la desigualdad económica y social. Es cierto que hay personas solidarias. Pero que se considere normal que un 80% de la población mayor de 60 años no tenga pensión, y que no se haga nada al respecto, impide que el valor solidaridad se tome en serio o se asuma como indispensable. Que las AFP que administran las pensiones tengan ganancias anuales equivalentes al 50% de su inversión empresarial agrava todavía más la situación. Hacer negocio con las pensiones se ve como más importante que impulsar el derecho universal a pensión.
Pasando a otro tema, el valor justicia está reñido con la impunidad. Y a pesar del gran número de detenciones impulsadas desde el régimen de excepción, muchos delitos graves permanecen en la impunidad.
Como también quedan en la impunidad las detenciones injustas de este mismo régimen, que con frecuencia son largas y dejan efectos crueles en la vida de las personas. Y así podríamos continuar con otros temas como la misericordia y la reconciliación frente a la venganza y la búsqueda de la humillación de quien piensa distinto, o el diálogo frente a la imposición autoritaria, el individualismo frente a la responsabilidad social.
Creer que los valores se pueden imponer desde el poder es absurdo. Porque los valores son siempre fruto de la conciencia. Y el desarrollo de la conciencia, si bien se inicia en la casa y en el ejemplo de los mayores, requiere también reflexión sistemática, diálogo permanente y ejemplaridad pública. Preferir el insulto al diálogo amistoso, el escándalo a la reflexión sobre lo bueno y lo malo del país, la recomendación del amigo poderoso a la verdad de las capacidades personales, no conduce a nada bueno. Inflar la Constitución exigiendo “moralidad notoria”, sin que los hechos y los comportamientos se correspondan con la realidad no conduce ni a la moral ni a la ética.
Confundir moralidad con no tener ningún juicio pendiente, cuando la impunidad de los poderosos es más frecuente de lo que conviene a un país democrático, tampoco nos llevará muy lejos. Los ataque y burlas a los Derechos Humanos y a quienes los promueven no solo tergiversan la moral sino que conducen a la aberración más grave en el campo del comportamiento ético. Aberración que consiste en llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno.
Dialogar sobre la educación en valores, buscar experiencias educativas que nos conduzcan a crecer en ese campo, pedir opinión a instituciones defensoras de valores, desde las Iglesias a otras instituciones de la sociedad civil, sería bueno para que el Ministerio de Educación pueda tener avances en la educación en valores y en las bases de una educación cívica abierta siempre al diálogo y a la búsqueda del bien común. Dejar el tema en el abandono, como ha sido tradición en la mayoría de los gobiernos, no nos conduce a nada bueno.