Alberto Romero de Urbiztondo
Platicando con mi nieto, me contaba que al explicarle las teorías de la formación del Universo, su profesor les decía que las eras geológicas de la tierra confirmaban la descripción sobre la creación del mundo del Génesis. Me preocupó que se mezclara la transmisión del conocimiento científico con la difusión de creencias religiosas.
Para un adolescente en formación es difícil diferenciar cuándo su profesor está enseñándole el contenido de los programas académicos aprobados por el Ministerio de Educación y cuándo está divulgando su propia cosmovisión y creencias religiosas. Estas dudas se me han profundizado al ver en un centro educativo público dos grandes rótulos: “Instituto Nacional de San Martín” y debajo, del mismo tamaño: “Solo Jesús es el señor”. Este tipo de prácticas vulneran el carácter laico que debería tener la educación pública y que era reconocido en las Constituciones de El Salvador de 1883 (Art. 30), 1886 (Art. 33) y 1950 (Art. 201), pero que en las siguientes constituciones, en un claro retroceso, ya no se reconoce explícitamente, como señala Fidelina Martínez en su estudio “Garantías de la legislación salvadoreña que inciden en el carácter laico del Estado”.
La educación laica es la manera en que las sociedades que aspiran a un Gobierno y un sistema de vida democrático, forman a las nuevas generaciones ciudadanas capaces de comprender y desarrollarse en el pluralismo social y político de su país, y de respetar plenamente las garantías individuales y los derechos humanos de toda persona. Por ello, las autoridades de educación deberían garantizar que en todos los centros educativos, tanto en los públicos como en los centros religiosos existentes en El Salvador, los contenidos educativos respondan a la transmisión del conocimiento científico verificable, que permita comprender el mundo y poder participar en su transformación, cultivando el respeto a la diversidad y rechazando la discriminación, desplegando libremente el pensamiento con referencias a la diversidad de sistemas y cosmovisiones existentes de interpretación de la realidad, sin imponer dogmatismos religiosos, políticos o sociales.
Una educación laica promueve que el estudiantado adquiera una formación cívica y ética que le permita participar en la democracia, respetando la ley, pero también estando en condiciones de transformarla.