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Educación política, esencial para lograr una sociedad libre y humana

Hervi Lara Bravo

(Tomado de Agenda Latinoamericana)

I. En Chile, el estallido social de 2019 y la posterior derrota de la aprobación de la propuesta de constitución democrática elaborada por la convención constitucional, han sido una expresión de que el neoliberalismo ha incrementado el individualis-mo. Esto ha llevado a gran parte de la población a la adopción de pautas culturales que conducen a ocultarse a sí misma la angustia provocada por la soledad y la inseguridad. El fatalismo y la conformidad han llevado a perder la propia identidad. Así, con facilidad se manipulan las conciencias de las personas para adormecerlas y enajenarlas de su clase social y de lo que realmente son. En este contexto, pareciera que la superación de este estado de “conciencia ingenua” requiere ir de la mano de la educación política.

En estricto rigor, toda educación que pre-tenda ser algo más que la formación puramente especializada para el ejercicio de una profesión, necesariamente tiene que ser política porque el vínculo de la existencia humana más fuerte es con la comunidad en la que se está inmerso. Y la política es la existencia al mismo tiempo libre y activa al servicio de la sociedad. Es la aspiración de lograr riqueza espiritual y de alcanzar saber y cultura a fin de eliminar los dolores humanos. Estos nacen de la ignorancia. Y es la educación en su dimensión política la que enseña a sobrellevar dignamente los males que se presentan como inevitables.

La capacidad que eleva a la persona sobre los animales y las cosas es la razón. No son la fuerza, ni la riqueza, ni la comodidad u otros bienes los que trazan la distinción entre quienes se han formado libremente desde su juventud y aquellos que son culturalmente informes o deformes; entre quienes están dotados de saber y aquellos torpes e inconscientes. Sí lo es la cultura del espíritu que se manifiesta en el lenguaje, en las actitudes y en la acción. Por esto, en esencia, el sentido de la política es educación.

También Aristóteles ha señalado que la virtud superior es la justicia, porque permite la equitativa distribución de ventajas y daños. “Por naturaleza, el hombre es un animal político”. En él se halla innata la tendencia a vivir en sociedad con sus se-mejantes, tanto para su propia conservación como para su perfeccionamiento. Por tanto, una entidad capaz de dirigir la sociedad es una necesidad natural, de tal manera que el sentido de la existencia del estado no es sólo defender a los ciudadanos de sus enemigos, sino también la educación del pue-blo en la virtud fundamental como es la justicia.

Y como la justicia es un valor ético, la política está implicada con la ética y es a lo que debe tender la educación como su fin. En consecuencia, se desprende del pensamiento de Aristóteles que la educación es prerrogativa del todo social o estado y no de particulares, porque su fin es la formación de personas de espíritu libre y que busquen lo bueno, lo bello y lo justo. Cuando la educación es abandonada a su suerte, como consecuencia la sociedad sufre daños y se desintegra.

II. Pero la modernidad ha oscurecido la dimensión social y la dimensión trascendente de la persona, para dar paso al individualismo actual como valor absoluto. Se estimula y se explota la debilidad del yo. La industria cultural acosa a las masas e impone sin cesar los esquemas de comportamiento. Su objetivo es la decadencia y la servidumbre para despertar la conformidad con la idea de que el mundo se encuentra en el orden establecido. Y la modernización, con la razón instrumental, excluye a un sector de la sociedad mediante el desempleo y la carencia de servicios. En dicho contexto, el gran empresariado nacional y transnacional ejerce el poder sin restricciones del estado en cuanto a la regulación de la actividad económica, sin contrapeso de organizaciones sociales, sindicatos, cooperativas, partidos políticos. Para ello, son impuestas graves y sistemáticas violaciones de derechos humanos y así se socializa a la población en el individualismo, el consumismo, la atomización social y la impotencia política.

En el sistema capitalista neoliberal, la educación carece de sentido de servicio a la sociedad y a la humanidad, sino que se subordina a los intereses del poder económico. La educación se concibe como medio de ejercer dominio sobre los demás, con el consiguiente abandono de la justicia y del bien común. Se centra en el conocimiento instrumental y no en la formación de la conciencia ética. En la realidad, se entiende a la educación como capacitación para reproducir el capital sobre la base de un mayor rendimiento de la fuerza de trabajo. Es la calificación y selección para las posiciones sociales que, por origen familiar y de clase “corresponden a cada uno”. En otros términos, se entiende a la educación como “preparación de recursos humanos para el crecimiento económico”. Esto, a través de la homogeneización de las conciencias en torno a un modelo educativo universal, en una estructura de desigualdad y que tiene como condición la reproducción de esa misma desigualdad. Se trata de formar “capital humano”, pues las personas también son consideradas como objetos de mercado. Este capital humano debe corresponder a los elementos directamente utilizables en los distintos puestos de la producción: una instrucción para los obreros, otra para los técnicos, otra para los ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc… Además, se aprenden las “reglas” que se deben observar según el cargo al que se está “destinado” a ocupar: normas morales, de conciencia cívica y profesional. Esto es, se trata de las reglas del orden establecido por la dominación de clase.

El conocimiento, la comunicación y la información en una economía globalizada son objetos de poder y, por tanto, de competencia para poseerlos con el objetivo de reducir el horizonte de la sociedad a lo empírico, provocándose un vacío teórico-cultural profundizado por la “educación tecnotrónica”, en la que “la red de comunicaciones electrónicas creará, inevitablemente, una supercultura mundial, claramente dirigida por las élites de los países más desarrollados que impondrán el modelo de evolución norteamericano, que es el único que asegura la supervivencia” (Puiggros 1985).

III. Educar es liberar. No obstante, los sistemas educacionales, la industria cultural y las redes so-ciales tienen como objetivo ser semilleros de “esclavos mentales”, porque están determinados por la ideología y los intereses de las clases dominantes. De manera distinta a la “domesticación”, la educación política consiste en que las personas y los pueblos sean conscientes para trabajar y transformar el mundo.

Educación y política están implicadas. La educación no es neutral, puesto que es un acto de conocimiento y un acto político al mismo tiempo, ya que tiende a la transformación de la persona y del mundo en cuanto clase social y en cuanto al mundo personal. Es la inserción crítica de las personas en la acción transformadora del mundo, lo que significa estar presente en el mundo y no solo representado, lo que exige un encuentro entre todos, sin exclusiones. Dicho encuentro arriba con el término de la opresión. Porque es innegable que “mientras la sociedad esté basada en los privilegios de una minoría y los beneficios y ganancias se alcancen a expensas de la explotación de unos hombres por otros; mientras haya naciones ricas y países pobres, explotados por aquellas, honradamente no se puede hablar de democracia ni se puede sostener que la educación sea un instrumento de ella. (…) No hay democracia ni libertad posible en un régimen de miseria” (Godoy 1959).

De allí la necesidad de educación política para que las personas vivan en un mundo verdaderamen-te libre y humano, esto es, responsable de lo que cada uno es y, al mismo tiempo, de toda la humanidad.

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