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Educación popular feminista

Ivone Gebara

Tomado de Agenda Latinoamericana

La expresión “educación popular feminista” es muy poco difundida en América Latina dando la impresión de que no existe. Ciertamente no existe ni en los programas de gobierno, ni en las escuelas de los barrios populares periféricos, ni en las iglesias cristianas que se preocupan por la educación popular. Además, tampoco se nombra como fenómeno social educacional importante en las escuelas y universidades de élite. Tal encubrimiento se da porque la educación feminista popular huye de los espacios oficiales donde quizás sólo se expresa un barniz de feminismo para que las educadoras no se sientan desconectadas de la ola cultural del momento. El propósito de la educación oficial es integrar a las mujeres jóvenes en el sistema cultural actual en el que los derechos de las mujeres se definen sobre la base de los derechos de los hombres. Es decir, reconociendo los derechos de las mujeres queremos integrarlas en la misma sociedad jerárquica capitalista para que sean como los hombres, sujetas productoras y reproductoras del mismo sistema. En las iglesias se suelen ofrecer cursos de costura, bordado y cocina, manteniendo la misma sumisión de las mujeres al mundo doméstico.
El gran desafío que plantean muchos grupos feministas es la necesidad de construir alternativas al sistema cultural, económico y político que mantiene el capitalismo. No se trata de integrar a mujeres pobres, indígenas, negros y diferentes grupos étnicos como consumidores y reproductores de un mismo sistema. Tal integración sólo daría una apariencia de justicia y ya sabemos bien que el sistema capitalista patriarcal puede incluir a muchas personas excluidas siempre que se integren a su lógica acumulativa y excluyente. Su mutación y posible inclusión de personas forma parte de su lógica siempre piramidal de modo que las transformaciones en la base del sistema no se produzcan.
Una educación popular feminista es un proceso unido a una cosmovisión regida por valores de respeto a la Tierra y a todos sus habitantes, visión que acentúa la interdependencia entre todos los seres. Y al hablar de interdependencia denunciamos la existencia de modelos de interdependencia que no favorecen el advenimiento de nuevas relaciones. La interdependencia jerárquica vertical entre el amo y el esclavo, reflejada en las diferentes relaciones que existen actualmente, revela el cimiento de una sociedad donde los privilegiados continúan viviendo a expensas de los no privilegiados, y si hay cada vez menos explotados debido a la actual revolución tecnológica, hay cada vez más excluidos y excluidas del derecho a una vida digna.
Es en la línea de educarnos para una interdependencia ecológica y feminista, que grupos de mujeres en América Latina han desarrollado alternativas locales no sólo para pensar, sino para experimentar en la práctica la posibilidad de un mundo diferente. Estas iniciativas se desarrollan en las ciudades y en los pueblos a través de huertos alternativos en los que la agroecología tiene un valor insustituible, con producción de semilleros de diversas plantas, cocinas colectivas, estudio y discusiones para aprender economía sin desperdicios y sin pesticidas, intercambio de experiencias, y educación colectiva para el respeto y afianzamiento de derechos. Muchos cursos se organizan no sólo virtualmente, sino presencialmente para que la gente aprenda a hacer observando cómo se hace. Además de estas actividades en torno a la producción económica alternativa, existe un movimiento en pro de los derechos sociales y políticos que presta especial atención a los cuerpos de víctimas de feminicidios, jóvenes negros e indígenas, e impulsa una movilización popular en torno a los derechos reproductivos de las mujeres. Los movimientos de mujeres se expresan no sólo a través de manifestaciones públicas de denuncia y reivindicación, sino a través del arte, el teatro, la música, la poesía, que vienen ocupando un lugar creciente en la vida de muchos barrios periféricos. En esta línea, hay una irrupción de nuevas formas y contenidos artísticos que huyen de la pintura, la poesía y la literatura conocidas y reconocidas por la tradición. Nuevos sonidos, nuevas rimas, nuevos temas, nuevos colores, nuevas combinaciones, nuevos lugares de actuación, surgen, anunciando quizás aún confusamente, que se quiere otro mundo de relaciones. Incomodan por su novedad, impactan por su atrevimiento y humor crítico, pero nos invitan a darnos cuenta que nuestro modelo de mundo cultural jerárquico no es eterno, que se están gestando nuevas formas de expresión y convivencia y que tal vez nosotros, los mayores, necesitamos aprender de ellas. Este fenómeno cultural plural afecta también a las instituciones religiosas, en particular a las iglesias cristianas, que están siendo desafiadas para repensar sus contenidos doctrinales para el mundo actual. Sin duda una tarea difícil, pero absolutamente necesaria para este nuevo momento histórico, no sólo para la inclusión de mujeres en las decisiones de sus instituciones, sino en la transformación de sus contenidos, en la adecuación de sus tradiciones, su ética y sus referencias bíblicas androcéntricas. Las teólogas feministas de todo el continente se dedican a este trabajo a pesar del tan escaso reconocimiento institucional que reciben.
La educación popular feminista se expresa de diferentes formas y ha incluido no sólo a mujeres, sino también a hombres conscientes de la desigualdad antropológica en la que viven y fueron educados para reproducirla. Se está gestando un mundo de valores más inclusivos en medio de las múltiples violencias que siguen atormentándonos. Y esta nueva levadura lentamente va trabajando en la masa humana que somos, para que el pan vital común que nos caracteriza, sea amasado, se vuelva sabroso y nutritivo y se pueda compartir con todas y todos de las más diferentes y creativas formas.

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