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Educación, siempre insuficiente

José M. Tojeira

Ha salido en estos días el Informe Anual de Unicef de 2014. En él se hace notar un notable avance en la salud de la niñez y en la realidad educativa en los últimos 25 años. Un ciclo interesante, sildenafil hospital porque precisamente hace 25 años se ratificó la convención de los derechos del niño. Desde entonces ha disminuido enormemente la mortalidad en los cinco primeros años del niño y ha aumentado sustancialmente la escolaridad. Las desigualdades de género en el campo educativo han quedado prácticamente eliminadas, cialis y caminamos, en ese nivel, hacia una equidad educativa muy clara, aún no apoyada por la equidad laboral. Sin embargo ni podemos ni debemos quedarnos contemplando los avances. En un mundo en el que el conocimiento y los niveles de educación marcan tanto el acceso al desarrollo humano como niveles de dignos de convivencia y democracia, nosotros nos movemos en un nivel insuficiente. Los datos de este excelente informe no dejan lugar a dudas.

Las deficiencias mayores se concentran en la educación preescolar y parvularia, y al mismo tiempo que en la educación media y específicamente en el bachillerato. La baja matriculación en la Universidad, también deficiente de cara a la construcción de un futuro digno, está directamente relacionada con el bajo porcentaje de jóvenes que finalizan el bachillerato, entre otros factores. De las privaciones o carencias presentes en los hogares pobres, que constituyen básicamente un tercio de la población según las mediciones oficiales, la más frecuente es el bajo nivel educativo. El tema de la calidad, que no lo analiza el informe, es otro de los problemas, que con frecuencia llevan a la exclusión y desánimo de muchos de nuestros jóvenes. La violencia dificulta además el desarrollo educativo. Si las maras quisieran ofrecer algo positivo a la población salvadoreña, como suelen decir en sus comunicados, deberían hacer un pacto de declarar la escuela como lugar de paz. Y eso sin pedir nada a cambio. Una escuela acosada por la violencia no enseña bien a nadie, ni si quiera a los hijos de los miembros de las pandillas. Jóvenes que para ir a estudiar tienen que atravesar territorios de influencia de diversas pandillas deberían poder caminar seguros por cualquier zona y a cualquier hora.

Necesitamos más y mejor educación y la necesitamos ahora. Aunque a ese veinte por ciento de la población con recursos le molesta enormemente que se les compare con las maras, bueno es repetir que quienes evaden impuestos que pudieran ir hacia la educación le hacen al país un daño semejante o mayor que el de las pandillas. Y lo mismo todos los que en la práctica se cierran a una mayor inversión en la escuela. Una escuela limpia, ordenada, de calidad, abierta a todos, con todos los servicios funcionando, desde los higiénicos a los informáticos, es indispensable para la inserción digna de El Salvador en un futuro desarrollado, pacífico y justo. Probablemente si hoy se quisiera arreglar en las escuelas en el plazo de un año todo lo que respecta a suelos, techos, paredes, ventanas, inodoros y abastecimiento de agua potable, tendríamos una factura en torno a los quinientos millones de dólares. En otras palabras, un poco más del cincuenta por ciento del presupuesto aprobado para este año.

Cuando se escuchan las voces que dicen que el presupuesto está desfinanciado no deja de correr un estremecimiento en la conciencia. Independientemente de que esa afirmación sea correcta o no, lo cierto es que debemos invertir más en educación. Y dinero hay en el país. Según informaciones procedentes de instituciones nada sospechosas de anticapitalismo como Merrill Lynch, nos dicen que un tercio del capital de los más ricos está fuera del propio territorio nacional. Y que en América Latina la tendencia de los más ricos es la de tener la mitad de su capital fuera del propio país. La ONG Global Financial Integrity, decía en uno de sus informes que de El Salvador habían salido en la década 2001-2010, un promedio superior a los ochocientos millones de dólares anuales. El actual gobierno calcula que la evasión de impuestos ronda los dos mil millones de dólares al año. Decir que no hay dinero en nuestros países es simple y sencillamente mentir. Uno de los economistas mejor preparados y de un gran equilibrio personal, decía en conversaciones privadas que nunca ha habido tanto dinero en El Salvador como en estos años posteriores a la guerra civil. Dinero que se va o a la corrupción, o al consumo o al exterior, en vez de invertirse adecuadamente en el país, no sólo en educación, sino en las necesidades más básicas de la población y en las redes de protección social que debían dar la seguridad social básica a todos los que aportamos trabajo y esfuerzo al país. El informe de UNICEF, con sus palabras realistas de ánimo, contemplando lo positivo que se ha hecho, pero advirtiéndonos de lo que queda por hacer, debe ser una lectura obligatoria para quienes se consideren buenos ciudadanos. Y más que una lectura, un estímulo para comprometerse con la educación en El Salvador y relanzarla a niveles de universalidad y calidad que permitan a nuestro país insertarse definitivamente en el mundo del desarrollo equitativo y la justicia social.

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